viernes, 3 de marzo de 2017

NOVEDAD EDITORIAL: LA CALIFORNIA JESUITA (SALVATIERRA, VENEGAS, DEL BARCO, BAEGERT) DE LEONARDO VARELA

NOVEDAD EDITORIAL: LA CALIFORNIA JESUITA (SALVATIERRA, VENEGAS, DEL BARCO, BAEGERT) DE LEONARDO VARELA CABRAL

Por: Luis Domínguez Bareño
Cronista Municipal de La Paz



A estas alturas resulta ocioso presentar a Leonardo Varela Cabral, y digo esto pues es de sobra conocido que, desde comienzos de este siglo, Leonardo se ha consolidado como uno de los poetas, y por ende escritor, más sobresalientes de Baja California Sur. Licenciado en Humanidades por la UABCS y choyero por adopción, ha sido galardonado con premios importantes de poesía, como el internacional Jaime Sabines (2003), el latinoamericano Benemérito de las Américas (2005) y el premio internacional Gilberto Owen (2010); también cuenta con trayectoria dentro del servicio público al desempeñarse como Jefe de Difusión Cultural de la UABCS y Director de Cultura en el XIII Ayuntamiento de La Paz. Entre sus publicaciones cuenta con una docena de libros de poesía (perihelio/Elefantia para mi gusto su más acabada obra aunque lamentablemente poco conocida), además de un volumen de cuentos y la novela El miedo a las imágenes.

    En los últimos años, Leonardo ha venido realizando un trabajo importante de investigación y divulgación en el Archivo Histórico de Baja California Sur “Profr. Pablo L. Martínez”, repositorio estatal que por cierto, bajo la atinada dirección de la Mtra. Elizabeth Acosta Mendía y un muy calificado grupo de profesionales, se ha consolidado como el más importante centro de divulgación de nuestra historia y cultura, pues la cantidad de publicaciones sobre dichos asuntos es inmensa además de trascender las fronteras sudcalifornianas, ya que ha dado a conocer trabajos de importantes historiadores del vecino estado de Baja California, como del geólogo Carlos Lazcano (Vestigios de la Antigua California) y el que coordinó el Dr. Mario Alberto Magaña Mancillas (Epidemias y rutas de propagación en la Nueva España y México, siglos XVIII Y XIX).

    En esta ocasión Leonardo Varela nos presenta el libro La California Jesuita (Salvatierra, Venegas, Del Barco, Baegert) el cual es una selección de las mejores crónicas misionales del siglo XVIII, la mayor parte de estos textos se encuentran inhallables para el lector actual que quisiera hacer acopio de los mismos, pasémosle lista a los escritos seleccionados en esta edición de Varela:

    La obra del religioso poblano Miguel Venegas (1680-1764) Noticia de la California y de su conquista espiritual hasta el tiempo presente tuvo su última publicación en varios tomos en el año de 1979, fue por medio de la UABCS y en una edición muy restringida, la cual es de complicado acceso hoy en día; la obra del jesuita español y misionero en San Javier muchos años, Miguel del Barco (1706-1790) Historia natural y crónica de la Antigua California, vio su última publicación por la UNAM en 1988 (la primera edición fue de 1973) gracias al erudito trabajo del Dr. Miguel León Portilla, divulgador incansable de la historia de la California mexicana; las siguientes son dos cartas del civilizador de las Californias, Juan María de Salvatierra y Vizconti (1648-1717), fue escrita a su superior, padre Juan de Ugarte, el 27 de noviembre de 1697, justo unos días después de que Salvatierra al frente de un reducido grupo llegaran a la ensenada de San Dionisio y fundasen la Misión de Nuestra Señora de Loreto, con la que dieron principio 70 años de labor misionero de los jesuitas en California. Esta carta, junto a otras seis más de Salvatierra, tuvo su última edición por la UABCS y el Fondo Nacional de Fomento al Turismo hace 20 años, contenidas en un texto denominado La fundación de la California jesuítica el cual fue realizado por un entrañable profesor e historiador de la UNAM, el Dr. Ignacio del Río; quizá el único texto asequible hoy en día en el Estado, sean las Noticias de la península americana de California del religioso alemán Juan Jacobo Baegert (1717-1777), quien fue misionero entre los guaycuras de San Luis Gonzaga y las escribió en su tierra, tras la expulsión de la orden jesuita en 1767 siendo editadas originalmente en Mannheim (1772) en idioma alemánimo.  Hace cuatro años el Archivo Histórico “Profr. Pablo L. Martínez” realizó una re-edición de la obra, la cual es considerada la más importantes para conocer la vida y costumbre de la cultura guaycura y acceder a importante información histórica del siglo XVIII en nuestra California original.



    Por sí sola y por la importancia que revisten los testimonios de los misioneros para nuestra historia, la pura reedición de extractos de esta obras ya implica una justificación para realizarla, pero Varela va un poco más allá y nos ofrece, al comienzo de cada texto, una pequeña biografía del misionero redactor, lo cual acompaña con algunos detalles de la edición de la obra original. En la introducción Varela se planta en actitud francamente humanista, propone un diálogo actual (muy ad hoc con nuestra hermenéutica época) con nuestra historia remota. El diálogo se constituye como la operación humanista por excelencia, en la que se encuentran diferentes posturas con respecto a una idea o acción, se pueden confrontar y, en su caso, sintetizar. Baste recordar los diálogos de Platón, en que mediante la conversación erigida en método (la mayéutica socrática), se buscaba el conocimiento. En el diálogo está la razón: ese antiguo concepto humano que ha sido salvaguardado por la historia como la meta de todo proceso civilizatorio. El diálogo, que implica el antiguo logos (lógos), es palabra para la cual los griegos tenían muy alta estima pues la consideraban un “habla inteligente”, “una palabra reflexionada” no era hablar por hablar como muchas veces se da, sino que era propiedad única del razonamiento. Lógos pasó a la tradición romana como verbum, el verbo, que también fue importante para las sagradas escrituras cristianas, sobre todo en los evangelios, sólo basta recordar aquella famosa frase del evangelio de San Juan en el Nuevo Testamento (“el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”), para ver en su amplia dimensión las consecuencias religiosas y simbólicas, hasta nuestros días, de la mencionada palabra.

    Muchos de los jesuitas que llegaron a California sabían perfectamente de esto, algunos incluso fueron profesores de filosofía en los colegios que estuvieron en la Nueva España. Se erigieron en una orden religiosa creada ex profeso para combatir el gran cisma del cristianismo: la iglesia protestante. Había que reformar a la Iglesia Católica para combatir la Reforma, la vida sacerdotal de la orden se basaba en cuatro votos: la obediencia, la castidad, la pobreza y la obediencia al papa, al Romano Pontífice, “Vicario de Cristo en la Tierra”.  Los miembros de la llamada Compañía de Jesús, fundada a mediados del siglo XVI, se afanaron en propagar su Pax Christi a todos los rincones del planeta, por eso buscaron la manera de llegar a los lugares más inhóspitos y alejados entonces conocidos, China y Japón fueron visitados por los misioneros jesuitas, incluso Salvatierra originalmente deseaba ser enviado al Lejano Oriente a predicar, tal fue su conocimiento de los pasos de la Compañía por allá que, en la sierra Tarahumara, fundó una Misión con el nombre de Los Santos Mártires del Japón (Cuiteco).

    Varela hace hincapié en ese doble signo que caracteriza a la orden religiosa de los jesuitas, una primera parte se manifiesta como una lucha contra sus mismas inclinaciones mundanas, basada en los Ejercicio espirituales de San Ignacio, una explanación metódica del pensar en el vivir, “un enfrentamiento” con su propia conciencia para despojarse de los apegos y los egoísmos. El famoso ascetismo, la condición que busca negar las necesidades humanas en la consecución de un fin más trascendente, casi místico, y que sociólogos de la religión como Max Weber, identificaban como una característica clásica del cristianismo primitivo.

    La segunda parte es en la confrontación con su época, donde los vemos embebidos en la búsqueda del ideal puro, original de la religión cristiana en su vertiente católica, hace a los jesuitas rebelarse contra el espíritu de su época: el racionalismo. El cual fue representando en el siglo XVIII por el pensamiento ilustrado, al que combatieron igualmente como su “bestia negra", afirma Varela.

     ¿Hasta dónde llegaría la “conquista espiritual jesuita en la California? Por su expulsión del reino de España y todas sus posesiones en 1767 nunca lo sabremos. Pero por el avance del despotismo ilustrado y la búsqueda de beneficios económicos por parte de la corona española, podemos inferir que no hubieran llegado mucho más lejos. La obra jesuita en California era una empresa utópica, intentaron subsumir al indio californio en los cánones de la vida cristiana, usaron su poder político absoluto sobre las cosas temporales en el territorio peninsular y defendieron su utopía como un proyecto inatacable. Sin duda cuestionables muchas de sus acciones, también cabe preguntar ¿y si no eran los jesuitas, entonces quién? ¿Quién “conquista la inconquistable California? ¿Cómo hubiera sido el proceso de “aculturación” de los indios californios? Esa es otra interrogante que tampoco podremos contestar. Pero si estamos en posibilidad de inferir que, otro tipo de contacto de los indios californios con occidente, hubiese resultado más dramático aún. Los californios desconfiaban, y con sobrada razones por la experiencia de encuentros violentos, de los occidentales. El trabajo de acercamiento de Salvatierra y sus jesuitas fue un proceso largo, donde las Misiones estuvieron en riesgo de perderse por las hostilidades desde el mismo momento en que Salvatierra fundó Loreto, él mismo lo narra en la primera de las cartas que Varela seleccionó en el texto.

    Este tipo de cuestionamientos son los que siguen en el aire hoy en día, esta ambigua herencia que nos dejaron los misioneros jesuitas en nuestra hoy Baja California Sur sigue abierta, en espera que nos la apropiemos definitivamente o sigamos dudando de ella y su pertinencia, que también se vale en la incesante búsqueda de identidad de los pueblos.


    Por otro lado, son importantes los documentos jesuitas porque en ellos se asoma subrepticiamente el indígena californio, los habitantes más antiguos de estos territorios y los cuales, hasta la historia que llevamos conocida, han sido quienes más tiempo han permanecido en ella. Se adaptaron al inhóspito desierto californiano, sin bellos palacios, sin grandes construcciones, sin complejas teorías sobre el cosmos, pero sobrevivieron, ni el más acendrado choyero sobreviviera hoy más de un día si lo soltaran “a la buena de Dios” en un espinudo lomerío reseco de este desierto. Tal vez esa enseñanza sea la gran herencia de los californios y no alcancemos a comprenderlo, no esperemos a que sea tarde para ello. Leer La California Jesuita de Leonardo Varela es otro buen comienzo.


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