martes, 23 de febrero de 2016

XCI ANIVERSARIO DEL NATALICIO DEL PROFESOR NÉSTOR AGÚNDEZ MARTÍNEZ


SEMBLANZA DEL PROFR. NÉSTOR AGÚNDEZ MARTÍNEZ

    Nació en el Pueblo Mágico de Todos Santos el 25 de febrero de 1925. Estudió en la Escuela Normal Superior de Nayarit. Fue subdirector y maestro de la Escuela Secundaria de Todos Santos, y colaborador de diversas publicaciones culturales.

    Durante 17 años, Néstor Agúndez fue profesor de primaria. En 1960, pasó a prestar sus servicios a la escuela secundaria “Educadores de Baja California”, de la que fundador, junto con otros maestros, en la que fue subdirector donde impartió lengua y literatura española, dibujo técnico, danza, civismo, geografía, historia y modelado. Formó asimismo un grupo de teatro y un grupo de danza, y creó el taller de artesanías y pintura al óleo.

     Néstor Agúndez, también se desempeñó como actor, declamador, compositor, director de teatro, maestro de danza y coreógrafo. Entre sus obras publicadas destacan: Voces del tiempo, (1970), Huellas de nuestro tiempo (1977) y Sobre la piel del arroyo (1983), entre otras.

    Una de sus más grandes satisfacciones la recibió con la construcción del Centro Cultural Siglo XXI, institución que lleva su nombre y de la cual fue director los últimos 30 años de su vida.  La institución la gestionó ante el licenciado Ángel César Mendoza Arámburo y fue conocida como la Casa de la Cultura en 1976, hasta 1996 que cambia de nombre transformándose en “EL CENTRO CULTURAL SIGLO XXI”, la que el profesor Néstor considera su máxima realización. Asimismo, integró y dirigió el Comité contra la Desnutrición Infantil, ahora DIF. Dentro de las actividades artísticas y culturales, el profesor Néstor Agúndez Martínez se propuso desde que se inició como maestro en 1943, laborar voluntariamente como promotor y defensor de la cultura.

    Preparaba programas artísticos con los niños de las escuelas donde laboraba y los presentaba periódicamente en el teatro Manuel Márquez de León deleitando a los habitantes de su pueblo. Posteriormente pasó a laborar a la Escuela Secundaria “Educadores de Baja California”, donde tuvo mejores oportunidades para realizar labor artística y cultural y organizar un club de teatro y danza que él mismo escribió, montó y dirigió por muchos años sobresaliendo entre los plástico-literario musicales: “Homenaje a las madres del mundo”, la vida activa de nuestra escuela, homenaje a la canción mexicana popular, homenaje al maestro mexicano, homenaje a la bandera nacional, homenaje al soldado mexicano, homenaje a la niñez y juventud de México.

    Cuando laboró en la Ciudad de La Paz de 1944 a 1945, pro las tardes asistía a la escuela de teatro que dirigía el maestro Hernán Zandozeki, donde junto con la maestra Gloria Carballo, preparaban programas masivos lo que presentaban los sábados en la Cancha del Cuartel Militar, dedicadas a dar funciones a las familias de los soldados. También llevaban esas presentaciones a las familias de los barrios de la ciudad.

    Fue un elemento fundamental en la educación de muchos de los residentes de Todos Santos. Promovió la creación del Centro de Salud, del Auditorio Municipal, fundó la Casa del Estudiante y participó de manera fehaciente en la construcción del Teatro Gral. Manuel Márquez de León.

    A lo largo de su vida se hizo acreedor a un sinfín de premios y reconocimientos como la medalla “Rosaura Zapata”, galardón que le fue entregado en Sudcalifornia, pero renunció a él para que le fuera entregado a la maestra Columba Salgado Pedrín, como un homenaje de admiración y agradecimiento.

    Del gobierno federal recibió dos medallas: la “Maestro Rafael Ramírez” y la “Ignacio Manuel Altamirano”, además la Orden Brasilera Dos Poetas da Literatura de Cordel, le otorgó un reconocimiento por sus servicios prestados a la Clase Trovadoresca”, en el año de 1983. Asimismo, le entregaron otros muchos reconocimientos, tanto en México, como del extranjero.

    Néstor Agúndez murió en su mismo pueblo el 26 de marzo del año 2009.

   FUENTES:
   Texto tomado de: http://www.cultura.gob.mx/estados/mar09/30_bajas01.html y del Blog de la Sra. Manuelita Lizárraga http://www.lapazqueseperdio.blogspot.mx
   Foto tomada de: http://www.elem.mx/autor/datos/1356




domingo, 14 de febrero de 2016

DISCURSO 46 ANIVERSARIO LUCTUOSO DE DON PABLO LEOCADIO MARTÍNEZ MÁRQUEZ

Rotonda de los Sudcalifornianos Ilustres, La Paz, Baja California Sur, 09 de Enero de 2016.

XLVI ANIVERSARIO LUCTUOSO DE DON PABLO LEOCADIO MARTÍNEZ MÁRQUEZ




      Buenos días estimados miembros del presídium

    Buenos días estimados miembros de los diversos órdenes de gobierno, profesores, estudiantes, trabajadores,

     Aunque nuestra vanidosa individualidad siempre trate de refutarlo, los seres humanos estamos hechos de pasado y también estamos hechos de futuro, eso se llama Historia y es una tarea inmensa que sólo el humano es el único ser vivo que puede realizarla durante el espacio de su existencia.

   Pertenecemos, en cuerpo y alma, a una serie de acontecimientos caóticos muchas veces, entrecruzados por luces y sombras que se sobrepusieron para prefijarnos un lenguaje, un modo de ser, un carácter, incluso dictándonos la forma en que debemos movernos algunas veces. Este pasado preformativo, rico en acontecimientos y enseñanzas, nosotros, desde la arrogancia de nuestro presente, muchas veces queremos ignorarlo, esconderlo, achicarlo de nuestro recuerdo, aunque lo más que lleguemos a poder hacer por minimizarlo es congelarlo, esto es pues, que el pasado buscamos reducirlo en nuestra mente a una fotografía de hechos acaecidos, los cuales sostenemos con cierto aire de desprecio, “una tragedia” pensamos, mientras tratamos de nulificar el recuerdo; nos entretenemos más con el futuro sin duda, pues éste en cambio lo sentimos más a nuestro alcance, lo vemos como una masa difusa de posibilidades pero, con la notable diferencia de que ahí si podemos meter mano, y entonces lo vamos detallando, y pensamos en lo gloriosa y potente de nuestra capacidad por poder inventar y reinventar mil veces, a nuestro ver cada vez de mejor manera, el futuro que deseamos.

   Pero la realidad siempre es más rica que cien mil abstracciones, y el futuro de repente llega, desdeñando nuestros planes, desechando nuestras pretensiones, burlándose de lo que nuestra imaginación hubiera podido si acaso soñar con que sucedería. Es en ese momento, cuando nos encontramos en esa roca de cruda realidad, de deseos vaciados, de esperanzas perdidas y de sueños truncados, con una luz de reflexión entendemos que esa masa de tiempo que se adviene con el futuro, tan inmenso e incalculable, sería absolutamente insoportable sin una historia; que ante la tormenta del futuro, siempre es bueno contar con el refugio del pasado; de que ante el azar de lo venidero siempre es posible echar mano de la brújula de la experiencia, quizá nos enfrentemos a retos verdaderamente inconmesurables, pero una brújula siempre señalará un norte al cual aferrarse.

   Déjenme decirles que yo, desde muy pequeño tengo una brújula que conservo con mucho respeto, se llama “Historia de la Baja California” y la escribió don Pablo Leocadio Martínez Márquez hace ya unos 60 años, en 1956, pero esa es la fecha de la primera edición, porque lo cierto es que Don Pablo comenzó a escribirla, pensarla y prefigurarla desde unos veintitantos años antes de esa fecha. Para mí es una fuente de orgullo y fundamento de identidad como sudcaliforniano, la he leído y releído como unas cuatro veces, tampoco son tantas, pero cada vez con la misma voracidad y la urgente necesidad de consultar los hechos de nuestra historia. Don Pablo nos hizo toparnos con esa historia, y quizá logró algo aún más maravilloso e imposible con nuestra historia: nos hizo que amaramos nuestro pasado. Y amar es un anhelo, como decía San Agustín al momento de explicarse la idea del amor: “el amor es un tipo de anhelo, es anhelar algo por sí mismo”. Y la palabra en latin que identifica al anhelo es la que se conoce como appetitus, la cual a rajatabla podemos traducir como pasión o deseo, pero para San Agustín significa que es un “deseo de poseer un bien” y el rasgo distintivo del bien deseado es que no lo tenemos. Pero cuando ya lo tenemos, cuando ya poseemos ese bien y el deseo cesa, entra el siguiente momento, el cual es el de la posesión: el anhelo como voluntad de tener y de conservar da paso a un temor a perder. El amor es pues, un círculo virtuoso. Don Pablo nos entregó nuestra historia, tenemos lo anhelado, el deseo cesa, y el temor a perder nos orilla a conservar.


   Hablo del amor porque es la fuente y el motor de la magnífica obra de Don Pablo L. Martínez, su amor y deseo de servir a la tierra que lo vio nacer, son los que han movido su voluntad, su esfuerzo, su tesón y su pasión a forjar una obra digna de ser contada, digna de ser amada, y eso a pesar de que, como él mismo menciona, nuestra historia no es un “desfile de sucesos brillantes”, más bien está forjada en la lucha del hombre con el medio geográfico, al sobreponerse de los californianos a las pobrísimas condiciones que ofrece la geografía peninsular.

   Y es tal la pasión por la obra y la memoria de Don Pablo, que es preciso hablar de las críticas a su trabajo, porque cuando se trata de amar se ama completamente, los defectos y virtudes, y los defectos que se le encuentran al trabajo histórico de don Pablo buscan minimizar su magnífico trabajo, se le critica su “falta de originalidad” y ambición de abarcarlo todo. A la primera crítica me referiré con una cita que él mismo hace en su obra y dice “mi relato no es más que una sistematización del material que ha llegado hasta nosotros. No hay pues, creación alguna; sólo una fiel representación”. A la posibilidad de abarcarlo todo simplemente habría que entenderse que Don Pablo era precisamente lo que buscaba, sistematizar la historia peninsular en un relato extenso y riguroso el cual, a su juicio, no había sido ordenado aún. Y lo logró tan bien que, incluso hoy en día, sería difícil vera un historiador profesional, con todo el apoyo académico y económico de una institución educativa, poder escribir una historia de un período de tiempo tan extenso.

    Creo, que la gran enseñanza de Don Pablo L. Martínez, es que la historia no es aquella cosa definida a la cual podamos volver repetitivamente y enseñorearnos de que la hemos comprendido plenamente, con tal exactitud que seamos incapaces de entenderla de otra manera; la comprensión pasa por la revisión, la cual es una infatigable e inacabable tarea en la que algunos hombres pueden ocupar sus mejores empeños. Justo como Don Pablo, quien nunca claudicó en su trabajo de escudriñar el pasado californiano, enseñándonos que, debajo de la costra histórica con la que intentamos petrificar el recuerdo, yace un fluir interminable de experiencias soslayadas, de aventuras por contar, de amor por la patria y lo que se hace por ella.

    Pero, no por el temor a un futuro que es incierto seremos incapaces de disfrutar, ni privaremos a cada momento de su serenidad, de su intrínseca relevancia. Mal se paga a un maestro permaneciendo siempre discípulo, por eso hoy cabe reiterarse la pregunta, ¿quién es Don Pablo? ¿Qué le mostró a este joven pueblo? ¿Qué herencia nos ha legado su obra y su esfuerzo? Imaginemos esta historia, nuestra historia sudcaliforniana, desde la bondad de esta privilegiada mirada vivencial, con los ojos de quien busca en su pasado los instrumentos para construir el futuro, con la seguridad de quien no olvida las enseñanzas de los hombres que, con las letras necesarias, han hecho florecer este desierto amurallado de océanos. Uno de ellos no olvidemos yace también aquí, es nuestro orgullo, y es Don Pablo L. Martínez el gran ejemplo.


Muchas gracias.







TOMA DE PROTESTA LUIS DOMÍNGUEZ BAREÑO COMO CRONISTA DE LA CIUDAD DE LA PAZ 04 DICIEMBRE 2015

La Paz, Baja California Sur, México a 04 de Diciembre de 2015

Buenos días,

   Agradezco al Honorable Cabildo de La Paz, apreciables regidores, al C. Presidente Municipal, Don Armando Martínez Vega, al Secretario General del Ayuntamiento, Profr. Isidro Ibarra y demás funcionarios y trabajadores de este Décimo Quinto Ayuntamiento de La Paz.

   Después de la tumba sólo seremos recuerdos, también papeles, imágenes, nombres, memorias, en una palabra historia; pero no sólo lo muerto es historia, las tradiciones se mantienen vivas porque la historia también tiene que ver con el presente y, en gran medida con el futuro. Las obras y las ideas trascienden el tiempo, vienen a nosotros del pasado, se apropian del presente, transforman realidades y se proyectan a futuro. El hombre no es pura naturaleza, es siempre un ser histórico, sin la experiencia del pasado seríamos sólo individuos aislados, condenados y expuestos a la ruda naturaleza; la historia nos da nombres, nos da tradiciones, lugares, enseñanza, comunidad, en una palabra, un hogar.

    Por eso, es un error pensar que la historia es una simple recopilación de datos, nombres, lugares comunes, que sólo los estudiantes le encuentran una utilidad, la cual es memorizarlos para obtener una buena nota en su examen de historia. Como dijera el querido Dr. Ignacio del Río: “de esa idea no hay más que un paso para caer en la burda idea de que el conocimiento histórico es prescindible, de que podemos habérnosla sin él, como si se tratara de un conocimiento opcional, de mero adorno, un conocimiento buscado sólo por la curiosidad de algunos eruditos profesionales o simples colectores de antigüedades”.

   La historia viva, la que abre futuro para nuestra ciudad es la que nos interesa. Venimos a trabajar en el entrecruzamiento de las luces del pasado y las esperanzas del futuro, el espacio de nuestra ciudad se ha diversificado y enriquecido, tenemos nuevos actores y nuevas realidades, las cuales se presentan en un mosaico amplio e inédito de posibilidades. Hay que trabajar pensando en que toda esa masa de hechos sirve para dar forma a un rostro de orgullo por nuestra ciudad. Debemos recrear nuestro pasado forjando una historia que nos eduque orgullosos de ella. Esa es La Paz que queremos y es La Paz que necesitamos. Por ello trabajaremos y buscaremos ser dignos de ese noble ideal.


Muchas gracias.



UNA CONQUISTA TARDÍA

LA OCUPACIÓN DE LA ALTA CALIFORNIA

Por: Luis Domínguez Bareño


INTRODUCCIÓN
Poco es lo que se sabe de la conquista de la Nueva California en nuestro país, esto debido quizá a que la Alta California fue poco tiempo territorio de la recién creada nación mexicana, además de estar escasamente poblada de los entonces primeros ciudadanos mexicanos en los años posteriores a la independencia; esto nos ha colocado en una posición de poco interés hacia los aspectos formativos delo que hoy modernamente se constituye como el estado norteamericano de California.Siendo la conquista de la Alta California una empresa realizada por la Nueva España, tampoco consideramos, como nación moderna, que tenga mucha relevancia indagar los cimientos de la estructura social de aquella región. Lo cierto es que fue una empresa tardía, quizá la última parte de la conquista de nuevos territorios que operó España en su época de control colonial, además de ser una empresa llegada a cabo gracias a la conjunción del poder de estado con las fuerzas religiosas de la orden franciscana, en consonancia con la floreciente población civil que fue llevada al septentrión con promesas de un establecimiento próspero y pacífico. Asunto este último que sí se llevó en su mayor parte pues, la conquista de la Alta California no fue una conquista de sangre ni de guerras, aunque hubo resistencias aisladas de la población autóctona, no se tiene conocimiento de que se tuviera que someter a los indígenas ni exterminarlos para lograr la creación de pueblos.  Si bien es cierto que es una conquista tardía, no por eso debemos considerarla condición aparte de la política de conquista y apropiamiento territorial que hacía el imperio español en sus esfuerzos, en ese tiempo ya desesperados, por asirse de mayor territorio. La frontera norteña olvidada corría el riesgo de ser ocupada por potencias imperiales en franco ascenso y enemigas de España en la búsqueda de la monopolización del comercio con los mercados asiáticos y, por tanto, de rutas transoceánicas que facilitaran el desplazamiento de mercancías en el flujo comercial hacia el viejo mundo. El último empuje conquistador del imperio español en decadencia, dejó en California las últimas huellas de su esfuerzo por sobrevivir como potencia.
PARTE PRIMERA
I.1EXPLORACIONES EN CALIFORNIA

    Durante los primeros años de contacto de la cultura hispánica con los indios americanos comienza un proceso de gradual aculturación que no detuvo el avance de los conquistadores españoles hacia occidente. La vieja idea del descubrimiento de una ruta más corta hacia las Indias y su riqueza empujaban la ambición de los navegantes. El mismo conquistador de México, Hernán Cortés, estaba dispuesto a continuar esta idea de abrirse paso en pos de nuevas rutas. El descubrimiento de la Mar del Sur (hoy Océano Pacífico) y el avance de otros conquistadores hacia el occidente lo llevo a construir navíos en las costas de la propia mar del Sur, específicamente en el Golfo de Tehuantepec.
     Además el famoso estrecho de Anián, del cual habló Marco Polo en antiguos y divulgados viajes, alimentaba la ambición de encontrar rápidamente las Indias y poder escabullirse  a la metrópoli española cargados de la riqueza adquirida, más la gloria de dominar el secreto espacio marítimo que aguardaba ahí, desde siglos, en espera de ser redescubierto por la civilización europea. El programa de expansión se solventaba con los recursos materiales con que disponía Cortés y mandó zarpar sus recién construidos barcos a la brevedad posible, “Pacífico adentro, en busca de esas otras tierras donde se esperaba que hubiera ocasión de que los españoles continuaran sus conquistas”.[1]
    Cortés viaja a España y obtiene de la reina la autorización para descubrir y poblar las islas que hallase en el Pacífico, además de las tierras de poniente que no tuviesen gobernante. Al construir sus botes Concepción y San Lázaro, Cortés hace comandar a Diego Hurtado de Mendoza y en 1532 zarpan con resultados funestos para la expedición pues el capitán Hurtado muere, aunque la tripulación hace ver que descubrieron unas islas, las cuales fueron las islas Marías, hallazgo que ayudó a no hacer decaer el ánimo por nuevas exploraciones.
    En 1533 Cortés envía otra expedición, esta vez al mando  de Diego Becerra quien resultó muerto por un motín de Fortún Jiménez, el cual tomó la dirección de las naves y descubrieron esta vez las Islas Revillagigedo, continuaron con su motín y avanzaron hacia el norte hasta llegar a un lugar de tierra desconocida el cual parecía el extremo de una isla. Fortún murió a manos de los nativos en un enfrentamiento, los restantes miembros de la tripulación regresaron al macizo continental.
    Las rivalidades con el conquistador Nuño de Guzmán y su celo extremo por los territorios cercanos del reino de Nueva Galicia creado por él, además de las reiteradas noticias de la isla California y el mito de su exuberante riqueza hizo que Cortés decidiera emprender personalmente la siguiente misión exploratoria; y así  fue que en 1535 izó las velas de tres barcos hacia la isla California, llegando el 3 de mayo a lo que hoy es la Bahía de La Paz, tomando posesión de las tierras para inmediatamente comenzar a organizar una colonia. Pero pronto “la tierra que se pretendía colonizar mostraba ya su cara hostil, la de la falta de agua, la de su escasez de recursos alimenticios, la de sus aborígenes desconocedores de la agricultura”[2] por lo que el hambre y la escasez orillaron a que fuera abortada la naciente colonia y la gente que estaba en ella tuvo que ser rescatada por órdenes del mismo virrey Mendoza.
    Cortés aún tuvo la voluntad de enviar otros navíos a recorrer las costas de California, encomendando la última misión que realizaría a Francisco de Ulloa, quien partió de Acapulco en 1539, llegando a Sinaloa, cruzando el Golfo y llegando a la parte más septentrional de éste, confirmando que no se trataba de una isla pues la tierra californiana se internaba en el amplío continente; Ulloa recorre de nuevo toda la geografía peninsular, doblando en el extremo austral del Cabo San Lucas para seguir de nuevo hacia el norte por la costa de la Mar del Sur, a la altura de Isla de Cedros se regresa una fragata de la expedición y Ulloa promete continuar hacia el norte su viaje del cual nunca se volvería a saber nada.
    Otra famosa expedición fue la que salió el año de 1542 del puerto de Navidad, comandada por Rodríguez Cabrillo, este exploración cruzó la península Californiana y enfiló hacia el norte hasta llegar al paralelo 38°, cerca de ese lugar a principios del año de 1543 Rodríguez Cabrillo muere producto de las heridas que le haría una caída en la embarcación días antes. Bartolomé Ferrer asume el mando y llevan la flota hacia el norte, tocando así “el cabo que llamó Mendocino en honor del virrey, se remontó hasta los 43° de altura y emprendió luego el viaje de regreso a la Nueva España”.[3]
     Al retornar esta expedición se comenzó un tiempo de abandono a las exploraciones hacia la tierra californiana, y ni hablar de alguna conquista. Sólo el interés por establecer una ruta comercial con el nuevo enclave colonial español en las Filipinas, dio cierta utilidad a la parte norte de la California, pues era utilizada como aguada al avistar tierra americana los galeones alrededor del paralelo 40° y de ahí costear hacia el sur hasta llegar al puerto de Acapulco.
    Hasta 1596 con las expediciones y la férrea voluntad de Sebastián Vizcaíno es que se toma en serio de nuevo la posibilidad de lograr colonizar la península californiana que, dicho sea de paso, quizá por la ignorancia que privaba sobre su territorio, aún no se definía bien a bien si era una isla o una península. Gracias a los viajes de Vizcaíno, quien rebasó el cabo mendocino, y llegó a un punto más al norte que llamaron San Sebastián, además  de quellevaba en sus expediciones a cosmógrafos que registraron la costa en dibujos y diarios señalando puntualmente los accidentes geográficos es que se pudo tener idea de la vasta magnitud de los territorios inexplorados en la alta tierra al extremo de la California peninsular. En este viaje Vizcaíno también informa a las autoridades virreinales de un puerto que había reconocido, y el cual servía precisamente para la defensa de la amplia costa y de lugar de descanso preferencial para los galeones procedentes del extenuante viaje asiático, “el puerto que ofrecía las mayores ventajas era el que llamó de Monterrey, situado hacia los 37° de altura.”[4]
PARTE PRIMERA
I.2 LA MISIÓN EVANGELIZADORA Y LA EXPULSIÓN DE LA ORDEN JESUITA

     Al decepcionar la California como una tierra de riqueza exacerbada y posibilidades infinitas de satisfacer los deseos de conquista y gloria de los expedicionarios que la buscaban afanosamente, es que tenemos un periodo de apaciguamiento en las pretensiones de conquistar la tierra peninsular. Sobretodo derivado del hecho de los informes realizados por los que se aventuraron a su exploración y daban cuenta de la ausencia de riqueza, de lo grande de la ausencia de medios de allegarse bastimento, de la falta de las condiciones más vitales de subsistencia, de la penuria que se experimentaba en una tierra reseca, en fin, de la desolación que experimentaron todos los que intentaron aferrarse a establecerse en la California peninsular.
   A pesar de esto, la tierra era habitada. California era ocupada por diversos grupos de indígenas que habían adaptado su forma de vida a las duras condiciones del ambiente y habían aprendido que los límites del territorio también eran los suyos, así que formaron sociedades de pequeñas bandas de grupos recolectores, y en menor medida pescadores y cazadores, que se desplazaban por el agreste terreno dependiendo la época del año. Conscientes de la existencia de estos grupos de “bárbaros” que vivían en lo más remoto de los confines del reino, es que diversas órdenes religiosas se aprestaron siempre ansiosas de acudir a la península y emprender la evangelización de esas almas apartadas del reino de Dios, ignorantes de su magnanimidad, viviendo en el pecado eterno y condenados a la ignorancia de la salvación que ofrecía el Dios padre a todos sus hijos a través de la cristianización de las conciencias.
     La orden de la compañía de Jesús extendió su sistema misional por el noroeste de la Nueva España, “al desplazarse hacia las regiones norteñas en el ejercicio de su acción misionera, los jesuitas fueron acercándose hacia California. Llegaron a Sinaloa en las postrimerías del siglo XVI y desde entonces se aplicaron a levantar allí sus centros misionales”.[5] Al paso del tiempo y las noticias esporádicas que tenían los jesuitas de California empezaron a mostrar mayor interés por esas tierras que se extendían al poniente, tras el Golfo. Al ensancharse el sistema misional jesuita en las provincias de Sinaloa y Sonora se piensa en la expansión, y ya en fecha de 1637 durante una congregación provincial de la orden, la Compañía acordó solicitar la concesión para poder realizar trabajo misional en  California.
    Durante varios años se realizaron gestiones infructuosas por parte de la Compañía de Jesús para tener entrada a la conquista espiritual de la California, consideraban como natural y necesario que su orden fuera la que llevara la palabra de Dios a la gentilidad californiana, esto por su cercanía y conocimiento de la zona, sería incómodo e ilógico que otra orden fuera encomendada para tan importante labor a la que ellos eran los candidatos naturales a realizarla. El padre Francisco Kino llegó en el año de 1681 destinado a ocupar un puesto de cosmógrafo en la expedición de Atondo a California, aceptó gustoso de aplicar sus conocimientos matemáticos y cartográficos en esas tierras ignotas y tan necesitadas de fe, Kino llevaba “el triple nombramiento de religioso, rector de las misiones que habrían de fundarse y de cosmógrafo real.”[6]
    Kino rápidamente comenzó su labor y encontró eco para ésta en la afabilidad de los indios que lo recibieron de buena manera, el misionero intentó fundar un real que llamó Nuestra Señora de Guadalupe en la bahía de La Paz, pero por las condiciones adversas decidieron trasladarse al norte a un lugar llamado San Bruno, donde había mejores condiciones para establecimiento misional. Ahí continuó sus labores Kino quien bautizaba neófitos y cristianizaba catecúmenos de manera cotidiana; pero la seguridad de la misión no estaba del todo completada debido a que se destinaban grandes cantidades a su sostenimiento. Al año siguiente Atondo resolvió levantar la colonia y salir de la California peninsular.
    Kino fue trasladado a las misiones de la zona conocida como la Pimería en Sonora pero nunca dejó de seguir buscando el reestablecer la colonia misional en territorio californiano. En 1690 llega el visitador jesuita Juan María de Salvatierra a Sonora, donde tiene contacto con Kino y éste le platica de los planes frustrados y la conquista interrumpida de la California, convenciéndolo de que podría ser posible sostener misiones en aquella tierra con el traslado constante de bienes de las misiones sonorenses, así los costos serían reducidos extensamente, logrando la viabilidad dicha colonización.
    Salvatierra fue un convencido de que la conquista espiritual era preeminente sobre la militar, así emprendió una serie de gestiones en el centro del virreinato para lograr la aprobación de la Compañía y presentar un proyecto colonizador a las autoridades virreinales. El 6 de febrero de 1697 se formalizó el permiso a la compañía de Jesús para que comenzaran por su cuenta la conquista peninsular. Salvatierra y los suyos comenzaron colectas de donativos y la búsqueda de transporte para llevar a la península pertrechos y bastimentos para la realización de la colonia. Se logró por fin reunir lo necesario y se partió al establecimiento, llegando a tierras hostiles se buscó el mejor lugar para comenzar la colonia, siendo el 25 de octubre de 1697 que se celebró la misa que representó la fundación de Nuestra Señora de Loreto como primera de las misiones californianas. Kino se quedó en la pimería alta, desde donde ordenaba el envío permanente de provisiones a la naciente misión loretana, esto fue de mucha ayuda en los primeros años y dio comienzo a la expansión de las conquistas espirituales de Kino hacia occidente, llegando hasta la región del río Colorado y siempre con la finalidad de estimular la expansión por tierra hacia el norte de la vasta península californiana. “Fue el sistema misional el que favoreció la penetración y la permanencia…diremos que los jesuitas proveyeron el sistema idóneo para conseguir lo que en vano se había intentado en múltiples ocasiones a lo largo de más de un siglo y medio”.[7]
    Al consolidarse el sistema misional se vivió en la California un periodo de expansión del mismo, tanto hacia el sur como de menor manera hacia el norte; de nuevo la geografía condicionante impuso su naturaleza al avance de la conquista haciendo que la fundación y congregación misional se favoreciera en sitios donde se tuviera disponibilidad de aguas y tierras para una mínima producción agropecuaria vital para el sostenimiento de la población. Los indios fueron alojándose en el sistema misional y convertidos a la fe cristiana, haciéndose en ciertos casos productivos y logrando con su trabajo una incipiente sedentarización que fue frágil ciertamente y no generalizada de ninguna manera.  Al transcurso del siglo XVII y el paso de la administración jesuita de California se fue dando un proceso de desgaste de las relaciones entre los misioneros y cualquier español que quisiera entrar en el territorio bajo su jurisdicción; los misioneros no sólo poseían la administración de la misión evangélica sino que tenían bajo su mando la estructura de poder temporal, donde administraban la organización territorial, económica y de poblamiento bajo los criterios de sus intereses como orden religiosa. Esto originó un enfrentamiento con los súbditos de la corona española que reclamaban el poder establecerse en la península y llegar a realizar proyectos productivos que, de alguna manera, hicieran que la tierra peninsular generara ingresos a la hacienda pública. Esta manera de obtener algo de riqueza era con la explotación minera de algunos yacimientos que existían en la península, y a los cuales los misioneros se opusieron de manera tajante aduciendo que los territorios a explotar eran de jurisdicción misional, esto entró en contradicción con la ordenanza imperial que consideraba realengas todas las tierras, independientemente de si se encontraban cerca o dentro de algún enclave misional.
SEGUNDA PARTE
II.1 LA MODERNIZACIÓN DE LAS REFORMAS BORBÓNICAS

   “José Bernardo de Gálvez y Gallardo, nacido el 7 de enero de 1720 en el pueblo andaluz de Macharaviaya, provincia de Málaga, y muerto el año de 1787 en Aranjuez”[8], fue un funcionario real, secretario de Indias que parte a la Nueva España con la acreditación del rey español y las correspondientes instrucciones como visitador general en el nuevo mundo; lugar a donde tenía la responsabilidad de lograr imponer orden y equilibrio en lo que respecta a la administración pública en los aparatados de justicia y Hacienda. Después de estar en varios sitios del virreinato emprende su viaje hacia los territorios norteños de éste, adentrándose en un espacio poco ordenado en cuanto a la administración real, producto de la lejanía que aquellas regiones tenían del centro de poder político y económico.
    Como señala Altable en su libro que hace recopilación de las ordenanzas galvecinas, la actividad del visitador “no sólo se dirigió a transformar las instancias administrativas del virreinato, sino, de manera muy importante, a proyectar la integración política y económica de los extensos territorios nominalmente españoles del norte novohispano”[9]. El avance del imperio español hacia las tierras norteñas había tenido una desaceleración importante al extenderse los dominios dentro del área cultural y geográfica conocida como Aridoamérica, esta zona que comienza poco al norte del Trópico de Cáncer, se va acentuando conforme se avanza hacia el norte y tiende a disminuir de altura respecto a la alta meseta central de México, va teniendo otro tipo bioclimático de ecosistemas más endebles por la ausencia de un régimen de lluvias suficiente para sostener una vegetación y fauna del tipo abundante. Este norte seco, semidesértico, ríspido, de clima extremoso, falto de agua y alimento en cantidades suficientes condicionó el avance de los primeros conquistadores españoles[10] quienes buscaban afanosamente extender los dominios de la majestad española y, la cual, los había envestido de facultades para tomar en su nombre las tierras conquistadas.
    Los reacomodos efectivos del espacio norteño en un tipo de organización imperial, eran unas medidas estaban “orientadas hacia la estructuración regional de un espacio colonial, materializado en la organización formal del gobierno provincial”[11], esta nueva forma de organización tenía la consecuencia de convertirse en el arranque de los programas para el otorgamiento de tierras rurales y urbanas; en la continuación de las tareas de integración socio-económica de los indios gentiles mediante el establecimiento de nuevas misiones, así como en el impulso a las actividades productivas, y comerciales con propósitos de expansión y recaudación fiscal”.[12]
    Los dos objetivos principales que tenía el Estado español encomendados a Gálvez se entrecruzaban en“los papeles que preparó el visitador durante el tiempo que estuvo en el sur de la península californiana”[13], donde en espacios geográficos tan focalizados, los realizó teniendo en cuenta tanto“la recuperación político-económica del imperio en su conjunto como en la expansión de éste a lo largo del Pacífico norteamericano, incluso mucho más al norte y al este de lo que hoy son las Californias mexicana y estadounidense”[14]
    Administrativamente para la historia de la península californiana y los dos estados federales de México en que hoy en día se divide, “las disposiciones de Gálvez representan los fundamentos de la institucionalización político-administrativa del territorio californiano, de su proceso de secularización social y de su lento desenvolvimiento económico”[15] pues supusieron la modernización de la región en el aspecto legislativo, es decir, dando un fundamento jurídico en forma de reglamento se dio el paso a crear una cultura del marco normativo para el desenvolvimiento de la administración pública en términos de ordenamiento orgánico: 
Son sus reglamentos para la concesión de tierras agrícolas, ganaderas y urbanas a españoles y demás “gente de razón”; la instauración y ordenamiento de la Real Hacienda provincial o sus instrucciones para la ocupación de los puertos de San Diego y Monterrey, de los que, al cabo, derivaría la fundación de cuatro presidios, tres pueblos civiles y veintiún misiones.[16]

    En su momento, las intenciones de la corona española hacia sus territorios más alejados de la costa noroeste donde imperaba el sistema misional bajo la férula jesuítica (California, Sonora y Sinaloa) eran de llevar a cabo un cambio radical en la manera de administración que se había constituido. Muchos españoles, inmersos en un manto modernizante, de ideas cada vez más secularizadas por el aceleramiento de una atmósfera de ilustración y la ascensión de un sistema económico pujante, comenzaron a identificar al sistema misional como un sistema vetusto, que se había erigido en un impedimento al avance colonial y que, en ningún momento había fomentado el poblamiento civil ni“el desenvolvimiento de las actividades económicas de iniciativa privada, situación que iba en contra de las expectativas colonialistas de la monarquía española”[17].
    Precisamente esas citadas expectativas propendían a que en lo posible en estas regiones era necesario aplicar una política de cambio que, entre otras cosas, lograran conseguir la integración plena, por largo tiempo atrasada, de los grupos indígenas y el resto de los escasos pobladores de aquellas provincias; aunque sí se tomaron medidas que fomentaban la producción y, sobre todo buscaban pacificar la inestable y violenta frontera de Sonora: la cual siempre era asolada por bandas de apaches y comanches que a veces se internalizaban en el territorio novohispano, causando grandes destrozos y, sobre todo, una sensación de soledad, indefensión y abandono tal que, por sus alcances, llegaba a poner en entredicho el control efectivo de aquellas provincias por parte del estado.
    “Habría que crear una estructura institucional política, administrativa y eclesiástica que permitiera un auténtico control de aquellas provincias por parte del Estado, y que hiciera posible que los rendimientos fiscales fueran mayores que los gastos que allí recogía el real erario”.[18]
    Una medida para incrementar la producción agropecuaria de las misiones haciendo de ellas proveedoras eficientes de los destacamentos militares, y creyendo aligerar la carga de la hacienda pública, era“apresurar la secularización de los centros de cristianización con el objeto de concretar la privatización de las tierras misionales y la liberación de la fuerza de trabajo indígena.”[19]






SEGUNDA PARTE
II.2 LA EFÍMERA ESTANCIA FRANCISCANA EN LA BAJA CALIFORNIA

El antecedente de la orden franciscana en la Nueva España se remonta hasta el siglo XVI, siendo el año de 1524 en el cual la orden se establece de manera formal, esto a través de los llamados pioneros, los cuales por esa condición llegaron a ser conocidos como “los doce primeros”[20]evangelizadores de México. El área de influencia de su evangelización se circunscribió al centro del virreinato español pero, rápidamente comenzaron a pensar y planear su expansión hacia el inexplorado norte con su amplia frontera desconocida en sus límites aún.
     Para hablar del espacio californiano, es preciso señalar que, con esa ambición característica de quien se mueve por fe en la creencia, los franciscanos intentaron en diversas ocasiones establecer misiones pero jamás lograron concretar sus ambiciones de dirigir la propagación de la fe entre los indios californianos. “Hacia 1535, fray Martín de la Coruña, uno de los 12 primeros franciscanos llegados a México, formó parte de una de las largas y fallidas expediciones de Hernán Cortés a la península. Llegó junto con los expedicionarios, a lo que posteriormente sería conocido como Bahía de La Paz. Sin embargo, la permanencia de este misionero en California fue muy corta.”[21]
    Para finales del siglo XVI, otro grupo de la orden franciscana, guiados por la piedad de fray Bernardino de Samudio, estaban en una de las tantas expediciones que planeó y ejecutó Sebastián Vizcaíno hacia le península californiana. Permanecieron un par de meses, fundando una ínfima iglesia, la cual tuvieron que abandonar ante el arrastre de la inquietud del “explorador por descubrir nuevas tierras, hecho que los llevó a acompañar la expedición por diversos lugares de la península sin llegar a establecer ningún lugar permanente de misión”.[22] Cuando retornaron al centro del virreinato, los franciscanos llevaron consigo información y testimonios valiosos y objetivos sobre la geografía y situación social de la California, principalmente sobre el grado de barbarie, a su perspectiva, en que vivían los indios de las tierras peninsulares.
    La orden franciscana que llegó para presuntamente quedarse en la península, arribo en el año de 1768, bajo el cambio traslaticio de condiciones que significaron los ajustes de las reformas borbónicas en la Nueva España que, como se habló, habían extinguido la sagrada Compañía de Jesús en junio de 1767 tras un proceso donde se habían fundando misiones en California (17 en total) desde 1697. Al ser expulsados de los territorios españoles y las misiones abandonas, fueron encomendadas por el excelentísimo señor virrey marqués de Croix (de acuerdo con el ilustrísimo señor visitador general del reino D. José de Gálvez) al colegio de San Fernando de México, aunque no directamente pues al momento de la partida jesuítica aún no se encontraban en territorio peninsular la nueva orden que los suplantaría, por lo cual la administración de los bienes temporales fueron encargadas al capitán y la soldadesca que resguardaba el orden terrenal en las misiones, sobre al asunto señala Martínez que:
El Colegio de San Fernando había aceptado recibir las misiones californianas más por no contrariar al virrey y a Gálvez, que por propia conveniencia; a esto se debió que la iniciación de las labores misionales por sus adherentes no fue entusiasta ni brillante. Se encontraban cohibidos, sin libertad de acción, desaparecida la autoridad teocrática indiscutible que por 70 años había regido en la península, pues por primera vez el gobernador de ella ejercía las funciones de tal magistratura. Los franciscanos se encontraban en calidad de arrimados, no en la de amos y dueños de la situación, como lo habían sido los jesuitas.”[23]
¿Qué había pasado en este cambio de manos de la administración misional peninsular? ¿Había desanimo entre la orden franciscana por no encontrar las condiciones de control total para su misión evangelizadora? Podría decirse que, por una parte, la cúpula de la orden religiosa se encontraba escéptica ante una conquista espiritual que se les entregaba comenzada y, a decir por la nociva propaganda contra los jesuitas en el momento de la expulsión, a medias y recortada en sus facultades.
    Por otro lado se encontraba, entre las filas de la orden el padre Junípero Serra, con varios años trabajando en misiones en el centro de la Nueva España y quien se encontraba ávido de continuar la conquista espiritual de los neófitos que aún los había por decenas de miles en el vasto norte neoespañol, el trabajo de Junípero y los franciscanos en los territorios que les fueron encomendados tenía como principal objetivo la salvación de las almas y “partía de la idea de que el indígena era un ser humano con todos los derechos inherentes a esa dignidad”.[24]
    Serra y los suyos conocían los planes para la conquista española y la búsqueda de expandir el reino hacia más al norte de la península californiana, esto significaba que el proyecto misional franciscano no estaría constreñido a los estrictos márgenes de lo que los jesuitas habrían hecho, sino que se presentaba como un proyecto de expansión misional virgen, lo cual haría posible el establecimiento de una comunidad regida desde sus cimientos por la orden franciscana, una oportunidad de purismo utópico único el de poder realizar la ortodoxia franciscana en el vasto extremo noroeste novohispano. Los franciscanos también estaban conscientes que debían pujar por su puesta de disposición hacia la California peninsular, ya que estando, por ejemplo en Sonora,“sería muy difícil avanzar hacia arriba debido a las constantes rebeliones indígenas, las cuales mantenían un clima de inseguridad por aquella provincia, situación que hacía imposible una expansión por esa parte.” [25] Estando así las cosas el 16 de junio de 1767 pro fin tomó camino fray Junípero Serra, saliendo del colegio de San Fernando hacia Tepic, lo acompañaron los padres fray Francisco Palou, fray Juan Morán, fray Antonio Martínez, fray Juan Ignacio Gastore, fray Fernando Parrón, fray Juan Sancho de la Torre, fray Francisco Gómez y fray Andrés Villaumbrales. Junípero y el resto de sus compañeros entraron en Tepic el 21 de agosto. Estando allí, se les unieron fray Juan Crespí, fray José Murguía, fray Miguel de la Campa, y fray Fermín Lasuén, todos ellos franciscanos y procedentes de Sierra Gorda, cuyas misiones por fin habían logrado su cometido de evangelización y habían sido entregadas al clero secular.[26]
     Ya encontrándose en la península llevaron a cabo la administración de los bienes temporales misionales de 1769 a 1773, lograron la fundación de la que fuera la primera y única misión franciscana en la Antigua California, la cual fue la de San Fernando Velicatá, fundada en mayo de 1769, en un sitio que fue llamado por el misionero jesuita Wenceslao Linck como “Güiricatá”, el cual se encontraba al noroeste de la misión jesuitade Santa María de Los Ángeles, la cual era la última fundación realizada por los misioneros jesuitas y que representaba de alguna manera la parte más septentrional a donde habían llevado la evangelización los padres jesuitas.
TERCERA PARTE
III.1 CONFRONTACIÓN ENTRE FRANCISCANOS Y DOMINICOS

     Los padres franciscanos administraron las misiones californianas pensando en la manera inmediata de expandir su tarea evangelizadora hacia el norte. Por eso recibieron con beneplácito la resolución que dio el rey de España al virrey, al cual le ordenó “en cédula del 8 de abril de 1770 que los dominicos se hicieran cargo del paralelo 28 hacia el sur, es decir, incluyendo las misiones de Santa Rosalía, Nuestra Señora de Guadalupe, y la de Belem en Ostimuri, localizada en la contracosta sonorense, para facilitar el abastecimiento de las misiones peninsulares”. [27]Junípero, presidente de las misiones que seguía instrucciones reales para comenzar la expansión,“no había tenido hasta entonces, materialmente, tiempo para ocuparse de nuevas fundaciones. Sólo un año, un mes y como quince días había permanecido en la Baja California de los jesuitas. Había llegado a la rada de Loreto el 1 de Abril de 1768 y el 15 de mayo se ponía en marcha desde San Fernando Velicatá para San Diego.”[28] Al marchar deja a su más cercano colaborador y discípulo fiel Francisco Palou[29], como presidente de las misiones, por escrito le entrega instrucciones precisas para llevar a cabo un tipo de programa de administración de las misiones, tal como lo informó al jerarca del Colegio de San Fernando al estar ya en el puerto de San Diego en julio de 1769. Casi cinco años se mantuvieron los franciscanos a cargo de las misiones peninsulares, mientras Serra se encontraba al frente de las nuevas colonizaciones en la Nueva California, en el año de 1773 Palou cuenta que entrega las misiones a la orden que los relevaría:
   “año de 1773 en que llegaron a la California los reverendos padres dominicos y les hice la entrega de las citadas misiones. Quedó ya con esto nuestro colegio libre de aquella carga y con mato desahogo para atender a estas conquistas de Monterey o Nueva California a donde subimos nueve de los misioneros que estábamos en la antigua, y los demás se retiraron al colegio de San Fernando”.[30]
    La separación territorial que hicieron las órdenes franciscanas y dominicas fue exactamente al término de la peninsularidad de California, dejando a los dominicos al mando de los establecimientos que ellos mismos administraron como herencia jesuita y también la única fundación misional que hicieron al norte, la cual era San Fernando Velicatá y era considerada la frontera de la gentilidad. Al darse la repartición de los territorios y dejar los franciscanos de administrar las misiones sureñas californianas, los frailes dominicos acordaron ya no enviar los bastimentos regulares que Palou hacia llegar regularmente a su maestro Serra para sostenimiento de las florecientes misiones altacalifornianas. Conforme avanzó la colonización se empezaron a trazar una comunicación terrestre desde Sonora, “así, mientras la ruta de la Baja California parece cerrarse, o por lo menos estrecharse, pues los nuevos ocupantes los padres dominicos, si no han clausurado del todo la puerta, antaño de par en par abierta, por lo menos la han entornado) una nueva y grande ruta parecer abrirse por el rumbo de la desembocadura del Río Colorado.”[31] También se dio el caso que al marcharse los franciscanos hacia las nuevas conquistas en el norte californiano el gobernador Barri descargó acusaciones graves de bandidaje en su contra “al afirmar que se llevaban consigo joyas y ornatos que pertenecían a las iglesias, cosa falsa, pues todo lo que tomaron lo hicieron con órdenes expresas de las autoridades superiores”.[32]
TERCERA PARTE

III.2 RAZONES POLÍTICAS DE LA EXPANSIÓN DE LA CONQUISTA ESPIRITUAL

 “Don Vicente Vila, capitán del San Carlos, abre su diario de bitácora o de navegación con estas palabras, con las que se abre también la historia de la conquista de la Alta California: Del lunes 9 de enero, al martes 10 de 1769 años. A las doce de la noche con el viento de tierra por el sur suroeste muy flujo, zarpé el ancla y me hice a la vela con todo aparejo”.[33]
    Así ser refiere Pablo Herrera a la partida del primer navío que comienza el viaje hacia la tierra altacaliforniana. Esta expedición no fue una ocurrencia de algún personaje aislado, sino que era una verdadera política de Estado, fomentada desde el centro de poder español y que se vislumbraba como una necesidad inmediata su realización. Se dice que cuando el visitador Gálvez salió de Guadalajara para San Blas el 4 de mayo de 1768…poco después fue alcanzado por un correo del virrey con un desapcho de Grimaldi, Ministro de la Corona, en que se ordenaba a las autoridades de la Nueva España se tomaran medidas para preservar a la California del peligro ruso.”[34] ¿Cuál era este peligro ruso del que la corona española guardaba respetuoso celo y se creía necesario contener?, como vimos con anterioridad, ya el puerto de Monterrey había sido señalado por Vizcaíno, más de un siglo antes, por ser propicio para el establecimiento de un puerto neoespañol de resguardo a las naves que hacían el viaje hacia el continente asiático; este interés se apagó al continuarse completando con normalidad la ruta transoceánica de los galeones, pero como nos señala Trasviña en una extensa cita:
la preocupación de España respecto de esta región surgió cuando en 1741 un explorador ruso danés llamado Vitus Bering, después de haber reconocido la costa sur de Alaska regresaba a Rusia cuando su barco encalló en la isla que hoy lleva su nombre cerca de la península de Kamchatka, en donde murió de hambre y de frío en el mes de diciembre de dicho año. Los sobrevivientes, que tuvieron que permanecer en la isla por algún tiempo, para no morir se alimentaron con la carne de las nutrias de mar que abundaban en esa aguas, se cubrieron con sus pieles para soportar las bajas temperaturas del lugar y, después de armar un improvisado bote con los restos del barco encallado, pudieron salvarse y regresar a Rusia. Al ver las pieles que llevaban aquellos hombres, los rusos y chinos de la región de Petropavlovsk mostraron gran interés por su comercialización, y al poco tiempo se disparó una oleada de expediciones hacia las costas de Alaska en busca de las codiciadas nutrias, en donde empezó a ondear la bandera rusa, y poco a poco los desembarcos se fueron haciendo cada vez más hacia el sur de tal magnitud que para mediados del siglo XVIII comenzaron a acercarse al norte de la Alta California.”[35]
   Por su misma connotación económica, es verosímil pensar en esta aventura del explorador Bering, como uno de los detonadores del interés ruso por explorar las costas del noroccidente americano. Con todo, los tiempos ya estaban maduros para que España por fin asumiera con decisión la extensión hacia el norte y por eso la ocupación se planeó con la finalidad de que se pudieran tener asentamientos de población civiles que respondieran en su identidad con la del virreinato español, las misiones y las apostólicas tareas de los franciscanos sirvieron absolutamente a estos fines de contención de los avances de otras potencias en la zona. A propósito de la expansión rusa, Magaña comenta que
 en 1758 publicó la Academia de Ciencias de San Petesburgo un mapa detallando el viaje de exploración por Alaska realizado por Alexei Cherikov. Pero fue en 1773 cuando el embajador español ante la corte zarista, conde Lascy, dio la voz de alarma basándose en los informes que circulaban en aquel país en relación con la expedición de Cherikov, orientada, precisamente, hacia aquellas regiones septentrionales del nuevo continente”.[36] p. 165
    Allende la estrategia geomilitar defensiva por parte de las autoridades reales y la tarea cristianizante y salvífica de almas por parte de los misioneros, la expansión española a la Alta California siempre guardó el interés primigenio que siglos atrás potencializara la importancia de la región, a saber, esto era el atractivo potencial económico que significaba una posible desarrollo a escala mayúscula del intercambio comercial con la zona del continente asiático que mostraba mayor preponderancia a ello. Al respecto el visitador José de Gálvez informaba en 1773 al Real Consejo de Indias que
“Son bien sabidas de todos y fueron extraordinariamente costosas las continuadas empresas que se hicieron en los dos siglos anteriores para la conquista y reducción de la California, que es el verdadero y único antemural que puso la Providencia a la Nueva España sobre la gran Mar del Sur, y el centro que puede casi reunir con aquella parte de la América la dominación de las Islas Filipinas, facilitando a la nación el comercio con China”.[37]


    Ante esta posibilidad pues, la suerte estaba echada y la expansión decidida; antes de partir a California, Gálvez celebra en el puerto de San Blas una junta en la cual, con la presencia de constructores de barcos como el ingeniero Miguel Constansó, Miguel Rivero y el piloto Fabián Quesada, es que el visitador accuerda que serían dos las expediciones que se enviarían hacia la conquista del norte, una marítima y otra terrestre, teniendo en común que saldrían la tierra de las misiones de la Antigua California. Estando ya Gálvez instalado en el Real de Santa Ana escribe a Junípero Serra el día 12 de julio de 1768 y le solicita le envíe los documentos necesarios para hacerse una idea fundamentada de la situación que guardaban las misiones peninsulares; el carteo entre ambos personajes se intensifica y el visitador pide al padre presidente dos padres franciscanos para las expediciones marítimas hacia el norte, Serra puesto su mayor interés en el asunto, además de que se lo solicitó el visitador en misiva del 22 de octubre de ese mismo 1768,  resuelve “bajar” al Real de Santa Ana desde Loreto. Serra habitó prácticamente dos meses en Santa Ana, donde conferenció junto a Gálvez los detalles de la expedición al norte. Se acordó la fundación de tres misiones: una en San Diego, otra en Monterrey y otra en el intermedio de estos dos puntos. Gálvez informó al propio virrey de Croix en diciembre de 1968 sobre estos detalles al contarle que “el principal asunto que me ha detenido en el Departamento del Sur de esta península es el de despachar la expedición marítima al puerto de Monterrey, con arreglo a lo acordado por la junta que celebrare en San Blas a consecuencia de las órdenes de su majestad y de vuestra excelencia.”[38]  Además de explicarle la intención de usar el puerto de San Diego como punto de reunión de las dos expediciones, antes de emprender el último viaje rumbo al objetivo que representaba Monterrey: el plan que me he propuesto para que los dos viajes por mar y tierra se auxilien en lo posible y consigan llegar con poca diferencia a Monterrey y a un mismo tiempo, es darles por punto de reunión el puerto de San Diego, situado a los 33 grados de latitud”. [39] “El primer turno de la expedición terrestre salió al mando del capitán Fernando Javier de Rivera y Moncada, veterano de la península, el 24 de marzo del citado año de 1769, desde el punto denominado Velicatá, al norte de la misión de Santa María de los Ángeles, la más septentrional de las fundadas por los jesuitas.”[40] A esta expedición  fue comisionado el padre Juan Crespí el cual se encontraba al mando de la misión de La Purísima de Cadegomó y como  narra en sus diario de viaje, el propio Junípero le notificó que la salida hacia el norte al alcance de la expedición, el propio Crespí afirma que “el señor capitán Rivera, quien había cuatro meses que de misión en misión iba sacando los necesarios de mulas, caballos, aparejos, víveres y demás útiles para la expedición”.[41] La segunda partida de la expedición terrestre salió también del mismo Velicatá, el 5 de mayo del referido año al mando del gobernador de California, don Gaspar de Portolá, con varios indios californios conversos, diez soldados del presidio de Loreto y 170 mulas de carga. A esta expedición terrestre se unió el propio Junípero Serra, quien después de entregar la presidencia de las misiones de la California peninsular a Palou, recibió de éste la advertencia de que su pie enllagado y lastimado en exceso, no lo ayudaría en su viaje terrestre que se vislumbraba bastante dilatado; al respecto Junípero contesto “no hablemos de eso; yo tengo puesta toda mi confianza en Dios, de cuya bondad espero me conceda llegar, no sólo a San Diego para fijar y clavar en aquel pueblo el estandarte de la Santa Cruz, sino también al de Monterrey”.[42] p. 54 En el diario de Juan Crespí se narra la jornada donde encontraron el paraje donde, sobre el mar, si divisaba una isla cercana y que, al ver detenidamente, se percataron que eran las llamadas islas de los Coronados que están ya a escasas seis leguas del Puerto de San Diego.[43]
    Respecto a las expediciones por mar, el primer bote en llegar al puerto sandieguiño fue el paquebote San Antonio quien fondeó en la bahía el 11 de abril de 1769, la expedición por tierra de Rivera y Moncada llegó el 14 de mayo, Portolá arribó el 1 de  julio; Serra en cuanto pudo establecer una línea de correo, rindió parte a su colegio: “el día 16 del mismo mes de julio se fundó en la debida forma esta misión de San Diego de este puerto, y en el inicio de los libros nos nombramos ministros de ellas yo, y el dicho padre Fernando Parrón.”[44] Ante el beneplácito de Serra por estar por fin en la tierra que buscaba comenzar su extensa evangelización se impusieron la obra de crear una especie de cordón de misiones desde San Diego a San Francisco, las cuales fueron cinco misiones de enlace para que, poniéndolas entre sí a una distancia de unos tres días de camino, se pueda descansar en poblado en el largo tramo existente entre San Diego a Monterrey. “Se apresuró Serra a realizar sus propósitos y el 14 de julio del mismo año de 1771, fundó con los padres fray Miguel Pieras y fray Buenaventura Sitjar la misión de San Antonio de Padua, en el corazón de la Sierra de Santa Lucía; la cuarta misión se fundó con el nombre de San Gabriel Arcángel a orillas del río de los temblores, en 8 de septiembre de 1771. Posteriormente “Serra y Fages fundaron la misión de San Luis Obispo de Tolosa, en la cañada de los Osos, el 1º de septiembre de 1772, quedando en ella de ministro el padre fray José Caballero”.[45]
     Bajo el lema de “siempre adelante, nunca retroceder”, Junípero Serra dirigió la fundación de nueve misiones, entre 1769 y 1782: San Diego, San Carlos, San Antonio, San Gabriel, San Luis Obispo, San Francisco de Asís, San Juan Capistrano, Santa Clara y San Buenaventura. De esta manera ya para 1773 había cinco misiones asistidas por 19 franciscanos y casi 500 indios bautizados. Ese año fray Junípero Serra se trasladó a la Nueva España para entrevistarse con el virrey Bucareli, con quien logró algo muy importante para la labor de los frailes: que el gobierno, el control y la educación de los indios bautizados perteneciera exclusivamente a los misioneros.[46] Afirma Palou que él envía una carta a México a la par de alguna del gobernador y se habían enterado por la respuesta de que, el excelentísimo señor Virrey marqués de Croix se había retirado del cargo, habiendo entrado a gobernar el Señor bailío frey don Antonio María de Bucareli y Ursúa, además de enterarse de que el ilustrísimo señor visitador general don José de Gálvez se había vuelto hacia España, específicamente para la Corte Real y supremo Consejo de Indias.
     Esto puso temor en las pretensiones franciscanas de seguir recibiendo todo el apoyo necesario para continuar el establecimiento misional, pues ahora se encontraban sin el apoyo del fundador y protección de aquellas misiones, que lo fue José de Gálvez. Por tanto, partió  fray Junípero Serra para la ciudad de México, “embarcándose en el paquebote San Carlos el 2 de octubre de 1772, en el puerto de San Diego…eran necesarios los más grandes esfuerzos en la Ciudad de México para mantener vivo el interés por las nuevas misiones”[47]
    “Habiéndole referido el padre Serra al virrey verbalmente la situación de las misiones y las medidas que estimaba pertinentes se tomaran, Bucareli suplicó a Junípero formulara por escrito sus proposiciones concretas y Junípero elevó al virrey su famosa “representación” del 13 de marzo de 1773 con 32 proposiciones. Bucareli sometió el memorial de Serra acompañado del parecer del fiscal, a la junta de Guerra y de Real Hacienda, la cual aprobó la mayor parte de las proposiciones de Serra.”[48]
    Por el mes de septiembre de 1773 sale de la Ciudad de México el padre Serra quien a su llegada se encuentra en la Alta California ya con la gran parte de los religiosos de su orden que habían ido hacia allá, esto después de entregar a los dominicos las misiones que ocuparon durante cinco años en la ahora llamada Baja California. En 30 de agosto de 1773, habían llegado  por tierra a San Diego, fray Francisco Palou con los padres Gregorio Amurrio, Fermín Francisco de Lasuén, Juan Prestemero, Vicente Fuster y José Antonio Murguía.
    Junípero Serra gracias a su intensa labor misional en la Alta California, y a los planes trazados con meticulosidad con Gálvez en el Real de Santa Ana, consideraba la forma de abastecimiento y comunicación de las nuevas misiones alta californianas con el resto del virreinato y las cuales consideraba vitales para la naciente colonización septentrional, estas eran:
la ruta marina, con base en el apostadero o arsenal de San Blas, para el aprovisionamiento de cereales y mercaderías de todo género, ruta sin meta definida al norte, “camino de las Rusias” abierta a todo expansionismo, la ruta de emergencia y línea postal a lo largo de la Baja California, y la ruta hacia Sonora para conducción de grandes masas de ganado en cantidad suficiente para crear una gran industria agropecuaria, base para conquistas ilimitadas al norte.[49]
    Pablo Herrera exagera el papel de Serra en el sostenimiento del vital puerto de San Blas para las conquistas septentrionales pues considera que la visión del franciscano logró que dicho puerto fuera el centro operativo de abastecimiento de las naves que enfilaban por la ruta del Nor Pacífico. Lo cierto es que, más bien Gálvez había realizado una intensa labor en el mismo antes de su viaje a California, labor la cual tenía por objetivo convertir a San Blas en la punta de lanza del las conquistas del imperio español. Herrera enumera una cantidad considerable de expediciones que tuvieron como génesis el vital puerto de San Blas[50], el cual como se esperaba, cumplió con creces el objetivo para el cual fue creado y mantenido por la corona española. La ruta terrestre que señala Serra también cobró importancia estratégica pues fomento la llegada de colonos de Sonora, quienes en expediciones con sus familias, además de sus pertenencias y ganado llegaron para la fundación de San Francisco al mando del capitán Juan Bautista de Anza.[51]
     En el aspecto político como era de esperarse, la Alta California comenzó a adquirir la relevancia que se esperaba de ella y, estando así las cosas, se resolvió que el nuevo gobernador Felipe Neve, quien recientemente había llegado a Loreto en 1775 como gobernador de las Californias, se trasladara con su mismo encargo al puerto de Monterrey, cosa que significó el cambio de la sede del poder, dando la preeminencia a la Alta California por entenderse que los asuntos que se estaban desarrollando ocupaban de la estrecha dirección del representante del Virrey en ese vasto territorio. No fue casual este movimiento pues en lo militar tenía órdenes estrictas de hacer que se establecieran misiones intermedias en el largo trecho que separaba a San Diego de Monterrey y, sobre todo, fomentar el que se fundaran pueblos de españoles, lo cual era un anhelo español para ejercer su autoridad con firmeza pues “Neve iba a fundar con gusto los pueblos de San José en el norte y de Los Ángeles en el sur porque ello significaba el fin de la colonización civil de la Alta California y la creación de un mundo que el representante del poder temporal podía realmente tener bajo su autoridad y a su cargo.”[52]
    Sobre dicho asunto, Gálvez ya había dado la directriz a seguir desde 1771, en su Informe sobre la importancia de establecer una comandancia general en las provincias de Sonora y Sinaloa California y Nueva Vizcaya, con la rúbrica del mismo virrey afirmaba:
   En cuanto a la península de Californias, son al presente muy recomendables los motivos que se consideraron al formar el plan para comprenderla en la comandancia y nuevo obispado de Sonora, porque entonces sólo llegaba lo conquistado y reducido hasta la misión de Santa María [de los Ángeles], situada a corta distancia del golfo interior y cerca del grado treinta y uno de latitud; pero ahora, [por] la expediciones de mar y tierra despachadas en el año de 1768, se han extendido las reducciones y la dominación hasta el puerto de Monterrey, que está en la altura de treinta y siete grados y en paralelo con la ciudad de Santa Fe del Nuevo México, y siendo de sumo interés para la religión y la corona la conservación y aumento de aquella feliz conquista, se hace más preciso el establecimiento de un jefe superior en la Sonora que auxilie y socorra [a] las Californias siempre que lo necesiten. [53]

CONCLUSIONES
     En la colonización de la Nueva California jugó un papel preponderante la Antigua California de eso no hay duda, esto debido principalmente al ser la Alta una continuidad natural de la Baja, por la línea geográfica que las une y que lleva la costa continental en franco ascenso hacia un vasto norte que contiene magnitudes inmensas, si bien posteriormente la provincia de Sonora se convirtió en un paso natural de colonos y suministros, la primera labor realizada por los misioneros, en concordancia con los militares destacamentados en la península fue la cuestión pionera en el establecimiento de misiones y poblamientos en la Nueva California.  Si bien durante la administración de Neve ocurre un acontecimiento que resultó trascendental para las misiones de la Alta California y  fue que la provincia queda bajo la comandancia general de las Provincias Internas, con asiento en Arizpe, Sonora. Estos acontecimientos se dieron justamente después de 1773 y cuando los frailes dominicos que tenían bajo su administración las misiones de la Antigua California comenzaron a escamotear todo tipo de ayuda a los franciscanos en la Alta, y si bien la ayuda no se detuvo si tuvo una reducción drástica en cuanto a cantidad. Los franciscanos esperaban algún tipo de alivio de parte de los envíos de Sonora, aunque matuvieron su incredulidad pues sabían que las misiones sonorenses, en su mayor parte, ya habían sido secularizadas y el sistema misional estaba fragmentado en aquella zona, además la comandancia civil implicaba importantes reducciones a las facultades de los franciscanos a la Alta Calfornia y el flujo de poblamiento de civiles hacía relegar el objetivo de la conquista espiritual de los franciscanos, y el cual era cristianizar a los indios.
    El antiguo sistema misional practicado por los jesuitas ya era inoperante para la época de las reformas borbónicas, y tuvo su resistencia principalmente en estos funcionarios ilustrados de la Corona española y de los cuales José de Galvéz podríamos decir que fue su expresión más ortodoxa. La obsolescencia del sistema misional jesuita se vio reflejada en las repercusiones administrativas que tuvieron sus negativas a abrir el sistema misional a las ordenanzas reales y a favorecer solamente una parte de la conquista, a saber en este caso la espiritual. Haciendo a un lado, o por lo menos dejando en segundo término la colonización civil que, a fin de cuentas era el requisito necesario para hacer florecer en los territorios un verdadero dominio de España sobre ellos. Mientras sólo existieran neófitos o catecúmenos era muy difícil que la Corona pudiera exigir algún tipo de obediencia y fomento productivo a personas que ni siquiera entendían que eran parte de un sistema imperial que debía obediencia y tributo a un rey. Esta ignorancia en que se mantuvo a los naturales fue otra de las razones que disgustaban de mayor manera a los reformistas reales.
   Esta disparidad entre los objetivos evangelizadores y terrenales la entendió muy bien y tempranamente Junípero Serra, quien dejó ir, aunque no sin resistencia y esgrimir razones para conservar, aquel poder excepcional que habían ejercido los jesuitas en la California por más de 70 años. Serra entendía que ese tiempo había pasado para la península de California, por eso ponía sus ojos en una frontera más allá, en los lugares no conquistados por la misericordia jesuita, en los lugares que no se había extendido la misión apostólica quizá debido a la inmensidad geográfica del Desierto Central de la península, quizá debido a la pobreza natural de recursos de la misma que limitaba cualquier tipo de avance, o quizá a que los jesuitas aunaron el aislamiento geográfico natural al aislamiento social que les hacía priorizar los intereses evangelizadores sobre los de conquista y expansión de nuevos territorios para el reino.
   Actualmente, en la revisión historiográfica que observamos del análisis de este período de última expansión del virreinato neoespañol hacia el septentrión observamos una tendencia a desacralizar la historia hasta hoy sostenida de que la ampliación de las conquistas californianas fue exclusivamente a la voluntad de una orden religiosa, en este caso la franciscana. Afortunadamente a estudios como los realizados por Altable y Magaña, vamos girando hacia otra visión interpretativa de la realidad misional en los confines del reino español en América, confines en cuanto a temporalidad como en cuanto a espacialidad, pues fueron los últimos años y los últimos lugares hacia donde se extendieron.
    Si bien el éxito colonizar de la Alta Californiana pudiera ser el único éxito hasta hoy reconocido al proyecto galveciano para el noroeste del virreinato, no podemos decir tampoco que ésta se debió en su totalidad al visitador, más bien fue una política de Estado que llevó la implicación y la ejecución de grandes sectores administrativos dentro del mismo, como una de las motivaciones más importantes, Altable sostiene que “la monarquía necesitaba organizar en aquella apartada región del imperio una estructura de gobierno que le sirviera como instrumento de mando y administración, así como medio para la aplicación de medidas que estimularan la llegada de colonos y las actividades productivas capaces de proveer al erario de los recursos suficientes para sostener dicha estructura operativa.”[54]
    También la incipiente estructura militar de las California, es decir la que se conformó y organizó en los nuevos territorios conquistados, cumplió su propósito defensivo al persuadir otras potencias de un avance sobre las tierras septentrionales del reino y, contuvo de alguna manera, el avance de los indios rebeldes de la zona; pero sobre ese deber cumplido se superpone el propósito de que esa misma organización militar hizo que, tomando como base su trabajo pacificador, se pudiera catapultar por sí misma la colonización civil.[55]  





BIBLIOGRAFÍA
ALTABLE Fernández Francisco, Testimonios californianos de José de Gálvez. Recopilación documental para el estudio de la Baja California novohispana 1768-1773, Editorial Praxis/UABCS, La Paz, 2012. (Cuadernos Universitarios).

__________________, Vientos nuevos. Idea, aplicación y resultados del proyecto borbónico para la organización del gobierno y el desarrollo de la población y economía de las Californias (1767-1825), Universidad Autónoma de Baja California Sur, La Paz, 2013. (Cuadernos Universitarios).


DEL RÍO Ignacio, A la diestra mano de las Indias. Descubrimiento y ocupación colonial de la Baja California, Gobierno del Estado de Baja California Sur, La Paz, 1985.

HERRERA Carrillo Pablo, Fray Junípero Serra. Civilizador de las Californias, Tijuana, UABCS-IIH/UDLA Puebla, 2007. (Colección Baja California: nuestra historia; V. 20).


MAGAÑA Mancillas Mario Alberto, Indios, soldados y rancheros. Poblamiento, memoria e identidades en el área central de las Californias (1769-1870), Gobierno del Estado de Baja California Sur/Instituto Sudcaliforniano de Cultura/El Colegio de Michoacán/CONACULTA, La Paz, 2010.

MARTÍNEZ Pablo L., Historia de Baja California, Mexicali, UABC, 2005.

PALOU Francisco, Relación histórica de la vida y apostólicas tareas del venerable padre Fray Junípero Serra y de las misiones que fundó en la California Septentrional, y nuevos asentamientos en Monterey, Editorial Porrúa, México, 1990. (Colección Sepan Cuántos Núm. 143).

TRASVIÑA Moreno Luis Alberto, La Administración Franciscana en las Misiones de la Antigua California (1768-1773), tesis de maestría, UABCS, La Paz, 2013.





[1]Ignacio del Río, A la diestra mano de las Indias. Descubrimiento y ocupación colonial de la Baja California, Gobierno del Estado de Baja California Sur, La Paz, 1985, p. 20.

[2]Ignacio del Río, Op. Cit., p. 25.
[3]Ibidem., p. 30.
[4] Del Río, Op. Cit., p. 39.
[5] Del Río, Op Cit., pp.79-80.
[6]Ibidem, p.90.
[7] Del Río, Op. Cit., p. 121.
[8]Francisco Altable, Testimonios californianos de José de Gálvez. Recopilación documental para el estudio de la Baja California novohispana 1768-1773, Editorial Praxis/UABCS, La Paz, 2012, p.15.
[9]Op. Cit., p.23.
[10]Piénsese por ejemplo en el avance que hacia Nuño Beltrán de Guzmán hacia el norte, arrasando pueblos y saqueando las cosechas para abastecer a su ejército invasor; su llegada y posterior regreso hasta el punto de lo que fundó y llamó San Miguel de Culiacán coincide con la frontera natural de las dos grandes áreas bioclimáticas conocidas como Mesoamérica y Aridoamérica. También este límite físico de las conquistas de Nuño de Guzmán coincide con la imposibilidad de seguir encontrando pueblos, de camino hacia el norte, con una cultura agrícola consolidada y, por lo tanto, con un excedente de alimento necesario para expoliarlo y repartirlo entre la tropa española que hacía efectiva la conquista por medio de la fuerza.
[11] Francisco Altable, Testimonios californianos…, p. 23.
[12]Op. Cit., p.24
[13]Idem.
[14]Op. Cit., p. 24.
[15]Ibid., p.25.
[16]Op. Cit., p.24.
[17]Luis Alberto Trasviña Moreno, La Administración Franciscana en las Misiones de la Antigua California (1768-1773), tesis de maestría, UABCS, La Paz, 2013, p. 38.
[18]Ibid., p.41.
[19]Ib., p.78.
[20] Pablo Herrera Carrillo, Fray Junípero Serra. Civilizador de las Californias, Tijuana, UABCS-IIH/UDLA Puebla, 2007, p.7.

[21]Pablo Herrera Carrillo, Op. Cit., pp.8-9.
[22]Idem.
[23]Pablo L. Martínez., Historia de Baja California, Mexicali, UABC, 2005, p. 322.

[24] Alberto Trasviña Moreno, Op. Cit., p.46.
[25] Alberto Trasviña, Op. Cit., p.53.
[26] Pablo Herrera Carrillo, Op. Cit., p. 71.
[27] Alberto Trasviña, Op. Cit., p.128.
[28] Pablo Herrera, Op. Cit., p. 84.
      [29] “Francisco Palou había nacido en Palma de Mallorca, en la jurisdicción de la parroquia de Santa Eulalia, muy cerca     
del convento de San Francisco, el 21 de enero de 1723. Compañero suyo desde la infancia fue Juan Crespí que, años más tarde, también se haría franciscano e igualmente vendría a California. Palou y Crespí tendrían siempre a privilegio haber sido, desde 1740, discípulos de fray Junípero Serra. Hacia 1749, siguiendo el ejemplo de su maestro, con él marcharon para ir de misioneros a la Nueva España.” así lo relata Miguel León Portilla en su introducción a la obra de Palou.
[30]Francisco Palou, Relación histórica de la vida y apostólicas tareas del venerable padre Fray Junípero Serra y de las
misiones que fundó en la California Septentrional, y nuevos asentamientos en Monterey, Editorial Porrúa, México,
1990, p.87.

[31] Herrera, Op. Cit., p. 135.
     [32]Pablo L. Martínez, Historia de Baja California, Mexicali, UABC, 2005, p. 347.
[33] Pablo Herrera, Op. Cit., p.81.
[34] Ibidem., p.76.
 [35] Trasviña, Op. Cit., p. 113.
     [36] Mario Alberto Magaña Mancillas, Indios, soldados y rancheros. Poblamiento, memoria e identidades en el área    
      central de las Californias (1769-1870), Gobierno del Estado de Baja California Sur/ISC/El Colegio de   
      Michoacán/CONACULTA, La Paz, 2010, p. 165.

[37] Francisco Altable, Op. Cit., p.334.
[38] Ibidem., p. 165.
[39] Altable, Op. Cit., pp. 167-168.
[40] Herrera, Op. Cit., p. 83.
[41] Ibidem., p, 177. Continúa Crespí en la página 175: “Para el primer trozo de la expedición de tierra, que comandó el capitán don Fernando de Rivera y Moncada, fui señalado yo (fray Juan Crespí), y para el segundo, que había de comandar el señor gobernador de California y capitán de dragones Gaspar de Portolá, quedaron disponiéndose el mismo padre presidente y el padre predicador fray Miguel de la Campa, ministro de la misión de San Ignacio”.
[42]  Francisco Palou, Op. Cit., p. 54.
[43]  Herrera, Op. Cit., 224. Crespí narra la entrada en San Diego: “Entonces nos contaron como el paquebote San Antonio alias el príncipe había llegado él primero quien habiéndose hecho a la vela dede el Cabo de San Lucas y Bahía de San Bernabé de esta península en 15 de febrero, entró y dio fondo en este puerto día 11 de abril; y, que el San Carlos, habiendo salido en 10 de enero del puerto de La Paz, había entrado y dado fondo en este puerto de San Diego día 29 de abril…tiene este puerto delante al sur las cuatro islas llamadas de los Coronados conforme las ponen las historias. La entrada de este puerto es de sur a norte, y por los jefes de los barcos supe que hallaron su boca en la altura del norte de 32 grados y 34 minutos; y como a tres leguas más la norte, en donde se paró el real y se iba estableciendo la nueva misión, la observamos en la altura de 32 grados y 42 minutos.”
[44]  Herrera, Op. Cit., p. 90. En esa misiva a Palou, el padre Serra afirma de los territorios nuevos conquistados que  “las      misiones en el tramo que hemos visto, serán todas muy buenas, porque hay buena tierra y buenos aguajes, y ya no hay por acá ni en mucho trecho atrás piedras ni espinas: cerros sí hay continuos y altísimos, pero de pura tierra; los caminos tienen de bueno y de malo y más de este segundo, pero no cosa mayor; desde medio camino o antes, empiezan a estar todos los arroyos y valles hechos unas alamedas…en fin, es buena y muy distinta tierra de las de esa antigua California”.
[45]  Ibidem, p. 120.
[46] Trasviña, Op.Cit., p. 122.
[47] Herrera, Op. Cit., p. 128.
[48] Herrera, Op. Cit., p. 130.
[49] Ibidem, p. 113.
[50]  “Expedición de Juan Pérez en 1774, que descubrió Nutka; expedición de 1775 de Bruno Heceta, que subió hasta los 57° y Juan Francisco de la Bodega y Cuadra que remontó hasta los 58°; la de Ignacio Arteaga, de 1779, que llegó hasta los 60°; la de 1788, de Esteban Martínez, que reconoció las costas de Alaska casi hasta el estrecho de Bhering; la de 1789, del mismo Martínez, para la ocupación de Nutka, de donde salieron a su vez las expediciones de Fidalgo hasta Alaska y la de Quimper en reconocimiento del estrecho de Fuca, y las de las goletas sutil y Mexicana y de Jacinto Caamaño, que pusieron término a la leyenda de los estrechos.”
[51] “El 23 de octubre de 1775 De Anza salió de Horcacitas otra vez hacia la Nueva California, al frente de 24 personas, entre soldados, colonos, vaqueros más una gran cantidad de ganado…José Joaquín Moraga salió de Monterrey con las familias de soldados-colonos, acompañados de los padres Palou y Cambón a fundar el presidio y misiones ordenadas, llegando el 27 de junio de 1776. Según Champan, el presidio de San Francisco, California, fue dedicado formalmente el día 17 de septiembre de ese mismo año y la misión del mismo nombre fue fundada solemnemente el 9 de octubre” Herrera, Op. Cit.. p. 144.

[52] Herrera, Op. Cit.. p. 146.
[53] Altable, Op. Cit., pp. 302-302.
[54]Francisco Altable, Vientos nuevos. Idea, aplicación y resultados del proyecto borbónico para la organización del gobierno y el desarrollo de la población y economía de las Californias (1767-1825), Universidad Autónoma de Baja California Sur, La Paz, 2013, p. 32.
[55] Si bien se puede decir que es ambiguo pensar en que la conquista alta californiana se debió exclusivamente o a la acción de los misioneros o a la acción de los militares; esto debido a la ambigüedad, pero sobre todo a los intereses de uno y otro grupo, que si bien a veces ambos objetivos no son concordantes, en gran parte se fundieron, supeditando todo al objetivo principal del avance rápido que se pretendía. Podemos ver por ejemplo que, en Sonora a la vez que se secularizaban misiones, se erigían otras, con la firma convicción de crear una ruta de comunicación permanente y segura con la Alta California, Altable menciona que “ este propio objeto de que las Californias se comuniquen con el continente por la provincia de Sonora será también de mucha consecuencia y utilidad la erección de cinco misiones nuevas, que se han de establecer sobre los ríos Gila y Colorado, a instancia de las naciones de indios pacíficos que pueblan sus orillas, pue así quedará el paso libre por tierra a la California del norte y llegarán a unirse sus reducciones con las de Sonora, cuyo logro se ha recomendado en todos tiempos.” En Altable Francisco, Testimonios Californianos… p. 303.