martes, 28 de marzo de 2017

BUSCANDO UN SIGNO DE PAZ: DE HEIDEGGER A NÉSTOR AGÚNDEZ

BUSCANDO UN SIGNO DE PAZ: DE HEIDEGGER A NÉSTOR AGÚNDEZ



DISCURSO PRONUNCIADO POR INVITACIÓN DE LA ASOCIACIÓN DE ESCRITORES SUDCALIFORNIANOS A.C. EN EL VIII ANIVERSARIO LUCTUOSO DEL PROFR. NÉSTOR AGÚNDEZ MARTÍNEZ

Por: Luis Domínguez Bareño
Cronista del XV Ayuntamiento de La Paz

Centro Cultural Profr. Néstor Agúndez, Todos Santos, La Paz, Baja California Sur a 27 marzo de 2017.

Estamos diáfanos, abiertos, descubiertos, a la intemperie, en la llanada absoluta del desierto, que se desgaja y cruje, que avanza y nos absorbe como un buen verso. Sudcalifornia ya ahora significa muchas cosas más allá de nuestro “provinciano” pensamiento, significa Universo, significa pluralidad, significa tantas y tantas cosas, y nos han puesto (y nos hemos puesto) con base en esa hambre de significado, tantos y tantos epítetos que nos escurre la modernidad, nomás de ver nuestro inmediato momento.

    El Ser sudcaliforniano se diluye en el ente, en esa temporalidad que nos habla Martin Heidegger en sus interminables oráculos del Ser, donde se queja a diestra y siniestra de la inautenticidad de la existencia, puesta tristemente a la caprichosa mano del tiempo. Una existencia que se corroe es el resultado de haber permitido la apertura, desmembramos al Ser en cuanto lo exponemos a ese intercambio con la multiplicidad que representan las ensoñaciones de la multitud.

    ¿Cómo se cura la identidad de este encuentro? ¿Cómo hacemos frente al mundo desde la región? ¿Cómo nos vamos deshaciendo de los atardeceres rojos? ¿Cómo poder renegar de nuestro provincionalismo sin sentirnos culpables? ¿Cómo sentir que inauguramos una nueva era al abandonar nuestras antiguas formas de pensamiento? ¿Cómo se renuncia a la utopía sin ser desgarrados? ¿Cómo dejar de ballenear en cada chubasco? ¿Cómo aguantar en la California sureña esa otredad de la que habla Sequera? ¿Cómo aprender a vivir de nuevo sin lo que nos arraigó al rancho, al valle y a la montaña? ¿Cómo pues desaparecer los lazos que nos atan a una tradición? ¿Cómo evitar que los cactos tomen por asalto las laderas y erizando de púas las praderas, desciendan belicosos de las sierras?



    ¿Y para qué poetas en tiempos de penuria? Machaca Heidegger recordando una elegía del poeta Friedrich Hölderlin, este tiempo penoso es el tiempo sin Dioses, sin Dios, donde la falta de Dios hace que se esfume la tarde de esta época del mundo, el tiempo es tan pobre que ya no es capaz de sentir la falta de dios como una falta. Caemos en una época de la noche del mundo, tiempo de penuria porque cada vez se torna más indigente.

    Pero no nos escandalicemos defendiendo a una iglesia, ni a algo más sagrado como nuestra relación con un Ser supremo; Heidegger trae el remedio y el trapito, y desentraña esta cuestionable metáfora: la falta de Dios significa que ningún Dios sigue reuniendo visible y manifiestamente a los hombres y a las cosas en torno a sí.

    La noche del mundo es la penuria de un tiempo indeterminado, por donde transitamos sin saber con certeza cuando ha de venir el día, ¿somos capaz de percatarnos de ello? ¿Cuándo nos cayó la noche y cuándo estuvimos tan cerca como ahora del precipicio? ¿Cuántos dioses más esperaremos para volver a reunirnos, no le aunque que sea en ausencia de los dioses mismos?

    Se nos viene la noche con un dolor sin nombre, con una ausencia de paz en aumento, con creciente confusión, con terror y aparición del miedo, de ese miedo que no sentíamos al mirar un cielo estrellado con el alma henchida de paz; se ha venido la noche con una estela de muerte, justo a la mitad del camino, con una identidad dizque mudando en progreso, con los labios pronunciando un “lo mejor es irse deshaciendo de nuestro provincianismo infantil” como le dijeron una vez al profe. Néstor, para resultar más modernos, más universales, menos aburridos, como menos apoltronados.

    Y suena de nuevo la sentencia con más fuerza ¿Y para qué poetas en tiempo de penuria? Bueno, pues a falta de dioses, sacerdotes. Ellos son, según dicen, como los sagrados sacerdotes de un tal dios del vino, que de tierra en tierra peregrinaban en la noche sagrada. Los poetas siguen el rastro de los dioses huidos, guían a los pueblos por las noches y aligeran los caminos; cuando más aprieta lo extraño, lo doloroso y lo falso, es cuando dibujan un destino, sin duda ni pensarlo, la paz es ese destino; una esencia que flota auténtica, que no corroe el tiempo de una larga noche en donde se ha caído.

    Amanece la obra de Néstor Agúndez Martínez como un día claro, su poesía es paz que refleja un deseo, un anhelo, una búsqueda incesante, esta es su obra, este es su templo donde aún se amacha, aquí se escribe su inmenso amor a nuestra cultura, nuestra educación, nuestra historia, nuestra literatura y nuestras danzas. Aquí la voz de la paz aún puede percibirse como el canto del poeta que en su obra hizo de ella toda una hazaña; aquí en Todos Santos, provincia dentro de nuestra provincia sudcaliforniana, es el bastión de lo que hemos sido, escritura para nuestros males actuales y para el futuro una punta de lanza.

Muchas gracias.



DISCURSO LXXXV ANIVERSARIO LUCTUOSO DE ILDEFONSO CIPRIANO GREEN CESEÑA, SUDCALIFORNIANO ILUSTRE



LXXXV ANIVERSARIO LUCTUOSO DE ILDEFONSO  CIPRIANO GREEN CESEÑA, SUDCALIFORNIANO ILUSTRE
Por: Luis Domínguez Bareño

Cronista Municipal de La Paz

Rotonda de los Sudcalifornianos Ilustres, La Paz, B. California Sur, 27 Marzo 2017

Ildefonso Cipriano Green Ceseña nació en Cabo San Lucas el 23 de enero de 1830, hijo de Esteban Rufino Green doña Jesús Ceseña Ojeda, huérfano de padre a los cinco años fue enviado a San José del Cabo a estudiar la educación primaria. Su madre contrajo segundas nupcias en 1844 y la familia emigró a San José en la Alta California; dos años después se trasladó a la ciudad de Nueva York donde llevó a cabo algunos estudios de medicina y logró adquirir un conocimiento notable de la cultura en general.

    Después de otras dos estancias en la Alta California, regresa definitivamente a Cabo San Lucas en el año de 1853, justo en ese año el filibustero Wiliam Walker pretendió crear la República de Baja California, lo cual no era más que un pretexto para tratar de separar la península de México y después anexarla a los Estados Unidos. Don Ildefonso intuía bien estas malsanas intenciones de Walker y se dio a la tarea de organizar un contingente de hombres para hacer frente a estos aventureros norteamericanos que creyeron ver desprotegida la península y que sería relativamente fácil ponerla bajo su mando.

    Pero el valor de Ildefonso Green y otros valientes californios pudo más, al final de cuenta se impusieron a los invasores que expulsaron al año siguiente; estos importantes triunfos afirmaban contundentemente que los sudcalifornianos se miraban así mismo como orgullosos mexicanos y dispuestos a defender la península en favor de la patria, ya la triste experiencia de la mitad de la pérdida del territorio nacional en 1848 había calado muy hondo en la mentalidad peninsular.

    Ya había tenido su bautizado de fuego combatiendo a los piratas extranjeros, ahora tocaba defender el orden y la ley suprema de la nación contra los mexicanos que desconocieran la Constitución liberal de 1857. Es por eso que, junto a Mauricio Castro, Green se levanta en armas nuevamente, esta vez organiza una compañía liberal de rancheros a los que se conoce como “rifleros de San Lucas” con los cuales derrota al bando conservador y se impone el orden constitucional, apoyando a Teodoro Riveroll para que gobernara la península. Así permanecieron los sudcalifornianos, dándose un gobierno interno liberal, mientras los invasores franceses imponían la monarquía de un emperador extranjero en el resto del país en la persona de Maximiliano.

    En estos momentos difíciles para la nación, Don Ildefonso se asoció con otro sobresaliente sudcaliforniano, el Gral. Manuel Márquez de León, junto a quien trabajó para preparar la península ante cualquier ataque que intentaran hacer los franceses, Green con sus rifleros se quedó custodiando la península, mientras Márquez avanzó al interior del país con un grupo de valientes sudcalifornianos que integraron el “batallón Cazadores de California” que combatió gallardamente contra los franceses.
    Cuando Pedro Magaña torció la ley para perpetuarse en 1866 en la jefatura política local, nuestro héroe del sur peninsular fue a combatirlo y, tras nueve días de asedio en Santiago, finalmente logra derrotarlo y reestablecer el orden legal del gobierno republicano juarista.

    En 1874, tras desconocer al jefe político nombrado por Juárez, se levantó en armas Ramón Valdez, en esta ocasión Green personalmente acabó con la vida del rebelde Valdez y, a pesar de recibir órdenes expresas de fusilar a los prisioneros tomados de la revuelta de Valdez, se negó a cumplir con las dichosas órdenes debido a que consideraba que eran muy jóvenes los rebeldes y habían sido engañados para participar en la revuelta, prefería no hacer correr la sangre de gente inocente. Lo cual nos muestra la magnanimidad y ejercicio responsable de sus ideales.



    Amigo siempre de la causa liberal, supo ver junto a Márquez de León, que al llegar Porfirio Díaz por fin a la presidencia de México, no se había portado a la altura de los ideales liberales, mucho menos daba algún paso concreto para hacer realidad los anhelos políticos de los sudcalifornianos; es por eso que toma parte en la Revolución de El Triunfo de 1879, con la cual Márquez de León se levanta en armas contra el Presidente Díaz. Después de derrotar a las tropas federales en el sur, ante el envío de más soldados federales de Sonora y Sinaloa, se repliega con Márquez hacia la frontera norte de la península, donde se dedicó a las actividades mineras hasta que pudo volver a finales del siglo XIX a su tierra sureña donde se dedica a la captura de ostras perleras.

    Pero el destino le dio revancha, y vio caer la larga dictadura de Porfirio Díaz en 1911, tras lo cual Don Ildefonso fue electo presidente municipal de San José del Cabo. Por ser parte del gobierno, tras la muerte de Madero y la usurpación de la presidencia de Victoriano Huerta, se le ordenó combatir a los constitucionalistas comandados por Félix Ortega. Pero otra vez hizo uso de su atinado criterio y se negó a perseguir a Ortega.

    Se sumó a las filas del constitucionalismo en 1915, junto a Urbano Angulo, coincidiendo una vez más en ese espíritu liberal revolucionario pero respetuoso de la legalidad, que una vez reestablecida hizo que Ildefonso Green fuera nombrado mayor en el ejército del cual se da de baja dos años después. Y ya casi con noventa años a cuestas sigue dedicando su tiempo a defender las causas populares, reclamando tierras para los campesinos a la vez que solicitaba al gobierno ofreciese oportunidades educativas para los jóvenes además de velar porque los recursos naturales concesionados a empresas extranjeras regresasen a manos mexicanas. La muerte lo sorprendería en su rancho Santa Gertrudis un día como hoy, pero de  1932, a la edad de 102 años.


    Don Ildefonso Cipriano Green Ceseña fue un hombre necesario para México y para la Baja California, le tocó participar defendiendo a la “patria grande” contra las ambiciones extranjeras, y también defender a la “patria chica” contra las ambiciones de los compatriotas que trataron de transgredir la ley; Ildefonso Green es más que un héroe, es un ejemplo de pundonor, de congruencia y de sensatez, virtudes siempre actuales y todas ellas muy necesarias antes de llegar a las armas, es decir, para llevar a cabo una buena política que sirva a los intereses del pueblo. Por ese alto sentido de responsabilidad para con su gente y su tierra, es que hoy en día se le considera un sudcaliforniano ilustre, sigamos aprendiendo de este hombre eterno. 

Muchas Gracias.










domingo, 26 de marzo de 2017

XXXIII ANIVERSARIO LUCTUOSO PROFR. JESÚS CASTRO AGÚNDEZ

XXXIII ANIVERSARIO LUCTUOSO DEL  SUCALIFORNIANO ILUSTRE PROFR. JESÚS CASTRO AGÚNDEZ.

Por Luis Domínguez Bareño
Cronista Municipal del Ayuntamiento de La Paz

El día de hoy 26 de marzo se cumplen 33 años de la muerte del profr. Jesús Castro Agúndez, quien fuera destacado profesor normalista, político, cronista estatal y literato destacado, cuyos restos descansan en la Rotonda de los Sudcalifornianos Ilustres. El profr. Castro Agúndez nació en El Rosarito (hoy zona conurbada de San José del Cabo) hoy municipio de Los Cabos, Baja California Sur, el 17 de enero de 1906. Fue del primer grupo de estudiantes sudcalifornianos que viajó a la Ciudad de México e inauguraron la Casa del Estudiante Sudcaliforniano en la capital del país, se inclinó por la docencia e ingresó a la Escuela Normal para Maestros.

    Fue profesor, director de plantel e inspector, Jefe de Misiones Culturales, Director de la Escuela Normal Regional Campesina de San Ignacio (BCS), de la Escuela Normal Regional de Tamatán (Tamaulipas) y de la Escuela Normal Rural de Mexe (Hidalgo). A nivel nacional tuvo el encargo de Subjefe del Departamento de Internados de Enseñanza Primaria de la SEP, Supervisor Gral. de la Zona Noroeste de la República, Director Federal de Educación en Sinaloa y Baja California Sur, Director General de Internados de Enseñaza Primaria y Escuelas Asistenciales y finalmente en 1961 llegó a ser Supervisor General de Enseñanza Primaria del país.

    Entre sus logros destacan el crear en 1946 los Internados de Enseñanza Primaria en Baja California Sur, la creación de las Olimpiadas Territoriales y los Juegos Deportivos Estatales, la creación de la Dirección General de Acción Social, Cívica y Cultural en el Gobierno del entonces Territorio, el Patronato del Estudiante Sudcaliforniano y la creación del Comité Pro Vivienda Popular.

    El profr. Castro Agúndez fue nombrado Cronista Estatal bajo el gobierno del Ing. Félix Agramont, desempeñó un papel importante en el Frente de Unificación Sudcaliforniano (FUS) Y fue dirigente del Comité Directivo Territorial del PRI, finalmente llegó a ser el primer Senador del entonces Territorio de Baja California Sur de 1974 a 1976.

    Como escritor tuvo una prolífica carrera como narrador, conferencista, articulista y cronista, entre sus obras más destacadas y que ocupan un alto puesto en el acervo cultural sudcaliforniano, se encuentran: Patria Chica (1957), El Canto del Caudel (1974), Viajando por el Golfo de California (1975), Resumen Histórico de Baja California Sur (1979) y Ando en mis Meras Nadadas (1983). En su obra se refleja la templanza con que el sudcaliforniano enfrenta las duras condiciones geográficas de la vida en la tierra peninsular, en donde supo expresar y compartir los anhelos de un joven pueblo orgulloso de sus raíces y ansioso de forjar un próspero destino.

    Les compartimos esta excelente biografía del profr. Jesús Castro Agúndez, realizada por el profr. Jesús Murillo Aguilar y editada en 2004. La hemos escanneado en alta calidad para una mejor visualización de la obra. 





















viernes, 3 de marzo de 2017

NOVEDAD EDITORIAL: LA CALIFORNIA JESUITA (SALVATIERRA, VENEGAS, DEL BARCO, BAEGERT) DE LEONARDO VARELA

NOVEDAD EDITORIAL: LA CALIFORNIA JESUITA (SALVATIERRA, VENEGAS, DEL BARCO, BAEGERT) DE LEONARDO VARELA CABRAL

Por: Luis Domínguez Bareño
Cronista Municipal de La Paz



A estas alturas resulta ocioso presentar a Leonardo Varela Cabral, y digo esto pues es de sobra conocido que, desde comienzos de este siglo, Leonardo se ha consolidado como uno de los poetas, y por ende escritor, más sobresalientes de Baja California Sur. Licenciado en Humanidades por la UABCS y choyero por adopción, ha sido galardonado con premios importantes de poesía, como el internacional Jaime Sabines (2003), el latinoamericano Benemérito de las Américas (2005) y el premio internacional Gilberto Owen (2010); también cuenta con trayectoria dentro del servicio público al desempeñarse como Jefe de Difusión Cultural de la UABCS y Director de Cultura en el XIII Ayuntamiento de La Paz. Entre sus publicaciones cuenta con una docena de libros de poesía (perihelio/Elefantia para mi gusto su más acabada obra aunque lamentablemente poco conocida), además de un volumen de cuentos y la novela El miedo a las imágenes.

    En los últimos años, Leonardo ha venido realizando un trabajo importante de investigación y divulgación en el Archivo Histórico de Baja California Sur “Profr. Pablo L. Martínez”, repositorio estatal que por cierto, bajo la atinada dirección de la Mtra. Elizabeth Acosta Mendía y un muy calificado grupo de profesionales, se ha consolidado como el más importante centro de divulgación de nuestra historia y cultura, pues la cantidad de publicaciones sobre dichos asuntos es inmensa además de trascender las fronteras sudcalifornianas, ya que ha dado a conocer trabajos de importantes historiadores del vecino estado de Baja California, como del geólogo Carlos Lazcano (Vestigios de la Antigua California) y el que coordinó el Dr. Mario Alberto Magaña Mancillas (Epidemias y rutas de propagación en la Nueva España y México, siglos XVIII Y XIX).

    En esta ocasión Leonardo Varela nos presenta el libro La California Jesuita (Salvatierra, Venegas, Del Barco, Baegert) el cual es una selección de las mejores crónicas misionales del siglo XVIII, la mayor parte de estos textos se encuentran inhallables para el lector actual que quisiera hacer acopio de los mismos, pasémosle lista a los escritos seleccionados en esta edición de Varela:

    La obra del religioso poblano Miguel Venegas (1680-1764) Noticia de la California y de su conquista espiritual hasta el tiempo presente tuvo su última publicación en varios tomos en el año de 1979, fue por medio de la UABCS y en una edición muy restringida, la cual es de complicado acceso hoy en día; la obra del jesuita español y misionero en San Javier muchos años, Miguel del Barco (1706-1790) Historia natural y crónica de la Antigua California, vio su última publicación por la UNAM en 1988 (la primera edición fue de 1973) gracias al erudito trabajo del Dr. Miguel León Portilla, divulgador incansable de la historia de la California mexicana; las siguientes son dos cartas del civilizador de las Californias, Juan María de Salvatierra y Vizconti (1648-1717), fue escrita a su superior, padre Juan de Ugarte, el 27 de noviembre de 1697, justo unos días después de que Salvatierra al frente de un reducido grupo llegaran a la ensenada de San Dionisio y fundasen la Misión de Nuestra Señora de Loreto, con la que dieron principio 70 años de labor misionero de los jesuitas en California. Esta carta, junto a otras seis más de Salvatierra, tuvo su última edición por la UABCS y el Fondo Nacional de Fomento al Turismo hace 20 años, contenidas en un texto denominado La fundación de la California jesuítica el cual fue realizado por un entrañable profesor e historiador de la UNAM, el Dr. Ignacio del Río; quizá el único texto asequible hoy en día en el Estado, sean las Noticias de la península americana de California del religioso alemán Juan Jacobo Baegert (1717-1777), quien fue misionero entre los guaycuras de San Luis Gonzaga y las escribió en su tierra, tras la expulsión de la orden jesuita en 1767 siendo editadas originalmente en Mannheim (1772) en idioma alemánimo.  Hace cuatro años el Archivo Histórico “Profr. Pablo L. Martínez” realizó una re-edición de la obra, la cual es considerada la más importantes para conocer la vida y costumbre de la cultura guaycura y acceder a importante información histórica del siglo XVIII en nuestra California original.



    Por sí sola y por la importancia que revisten los testimonios de los misioneros para nuestra historia, la pura reedición de extractos de esta obras ya implica una justificación para realizarla, pero Varela va un poco más allá y nos ofrece, al comienzo de cada texto, una pequeña biografía del misionero redactor, lo cual acompaña con algunos detalles de la edición de la obra original. En la introducción Varela se planta en actitud francamente humanista, propone un diálogo actual (muy ad hoc con nuestra hermenéutica época) con nuestra historia remota. El diálogo se constituye como la operación humanista por excelencia, en la que se encuentran diferentes posturas con respecto a una idea o acción, se pueden confrontar y, en su caso, sintetizar. Baste recordar los diálogos de Platón, en que mediante la conversación erigida en método (la mayéutica socrática), se buscaba el conocimiento. En el diálogo está la razón: ese antiguo concepto humano que ha sido salvaguardado por la historia como la meta de todo proceso civilizatorio. El diálogo, que implica el antiguo logos (lógos), es palabra para la cual los griegos tenían muy alta estima pues la consideraban un “habla inteligente”, “una palabra reflexionada” no era hablar por hablar como muchas veces se da, sino que era propiedad única del razonamiento. Lógos pasó a la tradición romana como verbum, el verbo, que también fue importante para las sagradas escrituras cristianas, sobre todo en los evangelios, sólo basta recordar aquella famosa frase del evangelio de San Juan en el Nuevo Testamento (“el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”), para ver en su amplia dimensión las consecuencias religiosas y simbólicas, hasta nuestros días, de la mencionada palabra.

    Muchos de los jesuitas que llegaron a California sabían perfectamente de esto, algunos incluso fueron profesores de filosofía en los colegios que estuvieron en la Nueva España. Se erigieron en una orden religiosa creada ex profeso para combatir el gran cisma del cristianismo: la iglesia protestante. Había que reformar a la Iglesia Católica para combatir la Reforma, la vida sacerdotal de la orden se basaba en cuatro votos: la obediencia, la castidad, la pobreza y la obediencia al papa, al Romano Pontífice, “Vicario de Cristo en la Tierra”.  Los miembros de la llamada Compañía de Jesús, fundada a mediados del siglo XVI, se afanaron en propagar su Pax Christi a todos los rincones del planeta, por eso buscaron la manera de llegar a los lugares más inhóspitos y alejados entonces conocidos, China y Japón fueron visitados por los misioneros jesuitas, incluso Salvatierra originalmente deseaba ser enviado al Lejano Oriente a predicar, tal fue su conocimiento de los pasos de la Compañía por allá que, en la sierra Tarahumara, fundó una Misión con el nombre de Los Santos Mártires del Japón (Cuiteco).

    Varela hace hincapié en ese doble signo que caracteriza a la orden religiosa de los jesuitas, una primera parte se manifiesta como una lucha contra sus mismas inclinaciones mundanas, basada en los Ejercicio espirituales de San Ignacio, una explanación metódica del pensar en el vivir, “un enfrentamiento” con su propia conciencia para despojarse de los apegos y los egoísmos. El famoso ascetismo, la condición que busca negar las necesidades humanas en la consecución de un fin más trascendente, casi místico, y que sociólogos de la religión como Max Weber, identificaban como una característica clásica del cristianismo primitivo.

    La segunda parte es en la confrontación con su época, donde los vemos embebidos en la búsqueda del ideal puro, original de la religión cristiana en su vertiente católica, hace a los jesuitas rebelarse contra el espíritu de su época: el racionalismo. El cual fue representando en el siglo XVIII por el pensamiento ilustrado, al que combatieron igualmente como su “bestia negra", afirma Varela.

     ¿Hasta dónde llegaría la “conquista espiritual jesuita en la California? Por su expulsión del reino de España y todas sus posesiones en 1767 nunca lo sabremos. Pero por el avance del despotismo ilustrado y la búsqueda de beneficios económicos por parte de la corona española, podemos inferir que no hubieran llegado mucho más lejos. La obra jesuita en California era una empresa utópica, intentaron subsumir al indio californio en los cánones de la vida cristiana, usaron su poder político absoluto sobre las cosas temporales en el territorio peninsular y defendieron su utopía como un proyecto inatacable. Sin duda cuestionables muchas de sus acciones, también cabe preguntar ¿y si no eran los jesuitas, entonces quién? ¿Quién “conquista la inconquistable California? ¿Cómo hubiera sido el proceso de “aculturación” de los indios californios? Esa es otra interrogante que tampoco podremos contestar. Pero si estamos en posibilidad de inferir que, otro tipo de contacto de los indios californios con occidente, hubiese resultado más dramático aún. Los californios desconfiaban, y con sobrada razones por la experiencia de encuentros violentos, de los occidentales. El trabajo de acercamiento de Salvatierra y sus jesuitas fue un proceso largo, donde las Misiones estuvieron en riesgo de perderse por las hostilidades desde el mismo momento en que Salvatierra fundó Loreto, él mismo lo narra en la primera de las cartas que Varela seleccionó en el texto.

    Este tipo de cuestionamientos son los que siguen en el aire hoy en día, esta ambigua herencia que nos dejaron los misioneros jesuitas en nuestra hoy Baja California Sur sigue abierta, en espera que nos la apropiemos definitivamente o sigamos dudando de ella y su pertinencia, que también se vale en la incesante búsqueda de identidad de los pueblos.


    Por otro lado, son importantes los documentos jesuitas porque en ellos se asoma subrepticiamente el indígena californio, los habitantes más antiguos de estos territorios y los cuales, hasta la historia que llevamos conocida, han sido quienes más tiempo han permanecido en ella. Se adaptaron al inhóspito desierto californiano, sin bellos palacios, sin grandes construcciones, sin complejas teorías sobre el cosmos, pero sobrevivieron, ni el más acendrado choyero sobreviviera hoy más de un día si lo soltaran “a la buena de Dios” en un espinudo lomerío reseco de este desierto. Tal vez esa enseñanza sea la gran herencia de los californios y no alcancemos a comprenderlo, no esperemos a que sea tarde para ello. Leer La California Jesuita de Leonardo Varela es otro buen comienzo.