martes, 7 de junio de 2016

LA MAREJADA DENTRO DE LA CABEZA DE FERNANDO JORDÁN

LA MAREJADA DENTRO DE LA CABEZA DE FERNANDO JORDÁN

Por Luis Domínguez Bareño
Cronista Municipal de La Paz

Lo que sigue, la aventura misma, no presenta problema ni dificultad alguna.
Es cuestión de navegar, de ir adelante, nada más. De avanzar,
  sea con el viento por la popa o con el viento por la proa.
Es cuestión de llegar o de no llegar. De naufragar o de encallar. De triunfar o de fracasar.
Pero eso, en realidad, no es problema; es simple cuestión de azar.
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Fernando Jordán

     El 14 de mayo de 1956 Fernando Jordán daba por terminada su navegación en este mundo, como lanzar un ancla fue el apuntar una pistola hacia su cabeza, con ese último acto fondeaba ante toda la mar picada de su imaginación, arribando a la última escala de todo derrotero humano: la muerte.  Fue la misma imaginación embravecida la que lo llevó a emocionarse, a correr, saltar, reír, sufrir, admirar, nadar, volar, pero sobre todo escribir sobre la península que bien supo sobretodo amar durante los casi 8 años de viajes en que la recorrió de punta a punta. Con una narrativa insuperable, supo descubrirle al país ese “Otro México”; su obsesión fue hacerle ver a los compatriotas que, cruzando el Mar Roxo de Cortés, existe este mundo californiano, que es sorprendentemente mexicano pero diferente, no igual al resto del país; para Jordán era una gran cuita pendiente el desconocimiento que se tenía de la Baja California en la República mexicana, mayor era la tragedia cuando percibía que existía más información en inglés que en español sobre la península bajacaliforniana. Se le subió la marea hasta reventar las olas en su inquietud y llenar ese hueco se convirtió para él en su asunto, en su obligación. Se prometió poner manos a la obra para que México conociera, ya en las alturas de la medianía del siglo XX, a su otro yo, su otro México. Entonces había que tratar de llevárselo a presentar a los compatriotas.


     Pero primero Jordán tuvo que hacer el recorrido y vivir la experiencia “otromexicana” en carne propia, pues si no, no hay narración: ese fue el viaje que se publicó bajo el nombre de “El Otro México”, el libro que en vida vio editado Jordán y que tanto renombre y prestigio le dio a su pluma y, en la contra parte, la península bajacaliforniana recibió también lo suyo, poniéndose su belleza en el imaginario nacional, dándose a conocer en nuestra idioma tal como Jordán se lo propuso. Y sin embargo el mayor impacto de las letras de Jordán cimbraron de manera más estrepitosa no en lo internacional, no en lo nacional que era su misión, sino donde él menos esperaba fecundar: en la propia tierra peninsular, donde fue conocido él, y los que le seguían la cura en sus planes y aventuras, como “los locos de la costa”. La obra jordaniana vino a quebrar en dos la historia de las letras californianas y caló hondo en la auto representación que tienen los habitantes de la península sobre sí mismos y su entorno, es como si nos hubieran colocado un espejo enfrente de nosotros, donde pudimos vernos reflejados en todas nuestras virtudes y nuestros defectos; aún hoy en día por estas tierras, leer a Jordán significa encontrarnos a nosotros mismos, entendernos en un espacio geográfico específico que sigue condicionando nuestra forma de ser. Lo queramos o no, también pertenecemos al curado grupo de los “locos de la costa” y del desierto.

    Para recordar estos 60 años de la muerte de Fernando Jordán se me hace preciso el hablar de otro de sus grandes obras sobre nuestra tierra, su “otra obra”, me refiero a “Mar Roxo de Cortés: biografía de un Golfo”; este otro libro de Jordán no vio la luz en vida del autor, pasaron muchos años hasta que, en 1995, fue por fin editado y conocido por el gran público.



     Mar Roxo de Cortés es el complemento marítimo de El Otro México, si la península ya había sido narrada por tierra ahora quedaba el mar como una rica veta donde extraer el mineral precioso de sus historias, de las que ya existen y de las que se puedan construir, en eso Jordán no desesperaba, sabía perfectamente que lo incógnito de la península estaba justificado en esa falta de acercamiento narrativo, que había más potencia que acto en estas tierras misteriosas, entonces era cuestión de echar el bote al agua para emprender el viaje rumbo a la historia escondida, en una suerte de entrevista donde la península se contaría a sí misma su historia a través de la geografía de su costa.

   Jordán planeaba recorrer más de siete mil kilómetros de costa, su salida de La Paz era hacía el norte por la línea marítima de la península  para llegar a la desembocadura del Río Colarado, de ahí pasarían a las costas sonorenses y sinaloenses llegando a Mazatlán, Sinaloa. Para la siguiente etapa pretendía encontrar puerto en Acapulco, de ahí aún quedaría un trecho para finalizar su aventura en Puerto San Benito, en el estado de Chiapas y ya muy cerca de la frontera con Guatemala. Como el recorrido entre Mazatlán y Puerto Vallarta implicaba una llegada a las Islas Marías, Jordán no descartaba poder escurrirse navegando hasta las islas Revillagigedo y recorrerlas, acto seguido regresar al macizo continental vía Manzanillo.

    Muy posiblemente dicho trayecto pudiera haberse cumplido si Jordán optase por realizarlo embarcado en uno de esos yates modernos, espaciosos, cómodos, con potentes motores de gasolina y capacidad de almacenar mucha agua y bastimento.

   Pero Jordán escogió un ridículo y viejo barquito de cuatro metros de largo por uno y medio de ancho, el cual utilizaba una vela para desplazar su raquítica capacidad de carga. Jordán pensaba construir un barco más grande en el astillero de los Abaroa pero por el retraso en la llegada de la madera pedida en el norte tuvo que buscar alternativas. Utilizaba un barquito para entrenar que le rentaba por dos pesos diarios don José Petit, en dicho bote Jordán practicaba sus nuevas artes de navegación yendo desde el Hotel Perla hasta Pichilingue y de vuelta. Un día, desesperado porque no podía comenzar su viaje en las fechas de marzo que amainan los vientos fríos del norte que bajan por el golfo californiano, se le ocurrió que en ese bote de entrenamiento podría realizar su ansiado viaje; así que siguió de largo su recorrido de entrenamiento hasta el varadero y consultando con don José Abaroa le propuso arreglarlo para realizar el viaje. Jordán le dio 600 pesos al capitán Petit por su barquito y le prometió que, si llegaba bien al final del viaje, haría lo imposible por devolvérselo. 

   Acto seguido bautizo su particularísima nave como Urano: nombre del séptimo planeta del sistema solar, padre de los océanos y padre de Poseidón, según menciona Jordán. Pasaba las noches pensando, alucinando en tierra los miedos del próximo enredo de improvisar la profesión de marinero, cavilando cómo sería el asunto aquel de recorrer las aguas, la soledad en las tardes paceñas lo hacían meditar a veces en vano, o a veces escribiendo cosas extrañas, que lo hace confesar cosas tales como que: “Durante los últimos días, casi siempre de madrugada, me saca del sueño un ruido sordo y acompasado: el golpear de la marejada, el empuje rudo del mar contra el costado de mi bote. Abro los ojos, y mientras vuelvo a la realidad, el oleaje sigue abofeteándome el oído, isócrono y pesado. Me digo: Hay mar gruesa y se me ocurre que debo asomarme para dar una ojeada al mar. Pero en cuanto despego la cabeza de la almohada del eco se apaga y todo queda en silencio: el mar y mi cabeza. Y como siento con mis manos el colchón, la almohada y las frazadas, no tardo en darme cuenta de que no estoy a bordo, puesto que en la pequeña litera de mi bote no puede haber colchón, ni almohada ni frazadas. ¿Entonces…? La marejada la tengo dentro de la cabeza. La forman la imaginación, los nervios y las palpitaciones cardiacas.”

   Ya teniendo el bote en reparación y adecuaciones en La Paz, se pasaba al asunto de juntar el equipo y materiales necesarios para emprender el viaje, Jordán pensó que necesitaría doce mil pesos para cubrir ese frente y con esa idea viajó a Ensenada. Aquí el Otro México ayudó bastante, el libro estaba en imprenta para una nueva edición pues se vendía muy bien, entonces Jordán pensó hacer una edición especial, con cubierta de piel y papel fino. Vendiéndolos a cien pesos juntaría una parte del dinero necesario, la otra parte la cubrió Regino Hernández Llergo director de la revista Impacto donde se publicaban las crónicas de los viajes de Jordán. Por fin logra apertrecharse de lo necesario para el viaje: motor, refacciones, libros sobre el Mar Roxo de Cortés, salvavidas, equipo de señales, bolsas, equipo de pesca, rifle, tienda de campaña, sleeping, cantimploras, botellas de whisky (pa´los sustos), cámara y rollos, estufa de petróleo, machete, botiquín, thermos, equipo de meteorología donado por el subsecretario de Marina Alberto J. Pawling, comida, una armónica y Marina, una muñeca que le daba el toque femenino tan ausente y necesario en una aventura de marinos.



  Del otro tripulante aparte de Marina, aún había dudas. Un pintor bohemio gringo que había llegado a La Paz, de nombre Sylvestre Kena, había estado insistente durante meses en ser el otro a bordo en el Urano, pero de último momento se rajó. Por fin un joven ingeniero vendría de la Ciudad de México para convertirse en el tercero a bordo, era José Héctor Salgado  Stapachin, apodado El Pilo. Ya es mayo y por fin está todo listo, sólo faltan los últimos retoques al Urano y Jordán surcará las aguas de la bahía paceña para desentrañarnos su biografía geográfica, o describirnos su geografía biográfica. Aún no parte y Jordán ya se muestra cansado, ha luchado los últimos meses contra la incomprensión y la burla, la falta de cooperación y la escasez de recursos. Lo cierto es que los paceños se mantienen a la expectativa, el mayor apoyo al viaje de algunos fue apostar que Jordán llegaría lejos, la mayoría apostaba que no llegaría ni “al Mechudo”, para otros sería un milagro que alguien que no sea marinero logre siquiera salir de la ensenada paceña. Jordán dejaba atrás toda la hiel y los corajes, su corazón sólo pensaba que “adelante está el mar, en el mar unas islas desconocidas, inéditas…entre el mar y las islas la búsqueda de un ideal, la satisfacción de un viejo anhelo, la realización de una aventura que tiene una finalidad precisa…”

     Y así fue, Jordán y su tripulación (Héctor y Marina) salieron del muelle de pescadores de La Paz a las 10:50 de la mañana del día 16 de mayo de 1951, los Carrillo, los Forcada, doña Celsa Pereda, Nancy Wright y algunos más de sus mejores amigos lo despedían desde tierra, mientras Atilio César “el che” Abente surcaba en su avión el cielo de la ensenada paceña en señal de despedida y deseando buen viaje al amigo. Del libro y las aventuras del viaje no hablaremos, mejor dejamos que cada curioso lector se regocije con las más de 300 páginas en que Jordán cuenta la biografía de nuestro Golfo, del cual orgullosamente afirma:


Este viaje es el primero que me hace sentirme hombre y no una hormiga. Es la gran satisfacción de este crucero por el Mar Roxo de Cortés. Es la gran alegría de un viaje que de buena gana deseo para todo aquel que quiera sentirse, una sola vez, independiente y fuerte, libre y señor de su propia vida y de sus propias esperanzas.



Fuente de citas e imágenes:

Fernando Jordán Juárez, Mar Roxo del Cortés: biografía de un golfo, IIH-UABC, Baja California, 1995.

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