NOVEDAD EDITORIAL: LA CALIFORNIA JESUITA (SALVATIERRA, VENEGAS, DEL BARCO, BAEGERT) DE LEONARDO VARELA CABRAL
Por: Luis Domínguez Bareño
Cronista Municipal de La Paz
A estas
alturas resulta ocioso presentar a Leonardo Varela Cabral, y digo esto pues es
de sobra conocido que, desde comienzos de este siglo, Leonardo se ha consolidado
como uno de los poetas, y por ende escritor, más sobresalientes de Baja
California Sur. Licenciado en Humanidades por la UABCS y choyero por adopción,
ha sido galardonado con premios importantes de poesía, como el internacional Jaime
Sabines (2003), el latinoamericano Benemérito de las Américas (2005) y el
premio internacional Gilberto Owen (2010); también cuenta con trayectoria
dentro del servicio público al desempeñarse como Jefe de Difusión Cultural de
la UABCS y Director de Cultura en el XIII Ayuntamiento de La Paz. Entre sus
publicaciones cuenta con una docena de libros de poesía (perihelio/Elefantia para mi gusto su más acabada obra aunque
lamentablemente poco conocida), además de un volumen de cuentos y la novela El miedo a las imágenes.
En los últimos años, Leonardo ha venido
realizando un trabajo importante de investigación y divulgación en el Archivo
Histórico de Baja California Sur “Profr. Pablo L. Martínez”, repositorio
estatal que por cierto, bajo la atinada dirección de la Mtra. Elizabeth Acosta
Mendía y un muy calificado grupo de profesionales, se ha consolidado como el
más importante centro de divulgación de nuestra historia y cultura, pues la
cantidad de publicaciones sobre dichos asuntos es inmensa además de trascender
las fronteras sudcalifornianas, ya que ha dado a conocer trabajos de
importantes historiadores del vecino estado de Baja California, como del
geólogo Carlos Lazcano (Vestigios de la
Antigua California) y el que coordinó el Dr. Mario Alberto Magaña Mancillas
(Epidemias y rutas de propagación en la
Nueva España y México, siglos XVIII Y XIX).
En esta ocasión Leonardo Varela nos
presenta el libro La California Jesuita
(Salvatierra, Venegas, Del Barco, Baegert) el cual es una selección de las
mejores crónicas misionales del siglo XVIII, la mayor parte de estos textos se
encuentran inhallables para el lector actual que quisiera hacer acopio de los
mismos, pasémosle lista a los escritos seleccionados en esta edición de Varela:
La obra del religioso poblano Miguel
Venegas (1680-1764) Noticia de la
California y de su conquista espiritual hasta el tiempo presente tuvo su
última publicación en varios tomos en el año de 1979, fue por medio de la UABCS
y en una edición muy restringida, la cual es de complicado acceso hoy en día;
la obra del jesuita español y misionero en San Javier muchos años, Miguel del
Barco (1706-1790) Historia natural y
crónica de la Antigua California, vio su última publicación por la UNAM en
1988 (la primera edición fue de 1973) gracias al erudito trabajo del Dr. Miguel
León Portilla, divulgador incansable de la historia de la California mexicana;
las siguientes son dos cartas del civilizador de las Californias, Juan María de Salvatierra y
Vizconti (1648-1717), fue escrita a su superior, padre Juan de Ugarte, el 27 de
noviembre de 1697, justo unos días después de que Salvatierra al frente de un
reducido grupo llegaran a la ensenada de San Dionisio y fundasen la Misión de Nuestra
Señora de Loreto, con la que dieron principio 70 años de labor misionero de los
jesuitas en California. Esta carta, junto a otras seis más de Salvatierra, tuvo
su última edición por la UABCS y el Fondo Nacional de Fomento al Turismo hace
20 años, contenidas en un texto denominado La
fundación de la California jesuítica el cual fue realizado por un
entrañable profesor e historiador de la UNAM, el Dr. Ignacio del Río; quizá el único texto
asequible hoy en día en el Estado, sean las Noticias
de la península americana de California del religioso alemán Juan Jacobo
Baegert (1717-1777), quien fue misionero entre los guaycuras de San Luis
Gonzaga y las escribió en su tierra, tras la expulsión de la orden jesuita en
1767 siendo editadas originalmente en Mannheim (1772) en idioma alemánimo. Hace
cuatro años el Archivo Histórico “Profr. Pablo L. Martínez” realizó una
re-edición de la obra, la cual es considerada la más importantes para conocer la
vida y costumbre de la cultura guaycura y acceder a importante información histórica del siglo XVIII en nuestra California original.
Por sí sola y por la importancia que revisten
los testimonios de los misioneros para nuestra historia, la pura reedición de
extractos de esta obras ya implica una justificación para realizarla, pero Varela
va un poco más allá y nos ofrece, al comienzo de cada texto, una pequeña
biografía del misionero redactor, lo cual acompaña con algunos detalles de la
edición de la obra original. En la introducción Varela se planta en
actitud francamente humanista, propone un diálogo actual (muy ad hoc con nuestra hermenéutica época)
con nuestra historia remota. El diálogo se constituye como la operación
humanista por excelencia, en la que se encuentran diferentes posturas con
respecto a una idea o acción, se pueden confrontar y, en su caso, sintetizar.
Baste recordar los diálogos de Platón, en que mediante la conversación erigida
en método (la mayéutica socrática), se buscaba el conocimiento. En el diálogo
está la razón: ese antiguo concepto humano que ha sido salvaguardado por la
historia como la meta de todo proceso civilizatorio. El diálogo, que implica el
antiguo logos (lógos), es palabra para la cual los griegos tenían muy alta estima
pues la consideraban un “habla inteligente”, “una palabra reflexionada” no era hablar por hablar como muchas veces se da, sino que era propiedad única del
razonamiento. Lógos pasó a la
tradición romana como verbum, el
verbo, que también fue importante para las sagradas escrituras cristianas,
sobre todo en los evangelios, sólo basta recordar aquella famosa frase del
evangelio de San Juan en el Nuevo Testamento (“el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”), para ver en su
amplia dimensión las consecuencias religiosas y simbólicas, hasta nuestros
días, de la mencionada palabra.
Muchos de los jesuitas que llegaron a
California sabían perfectamente de esto, algunos incluso fueron profesores de
filosofía en los colegios que estuvieron en la Nueva España. Se erigieron en
una orden religiosa creada ex profeso para
combatir el gran cisma del cristianismo: la iglesia protestante. Había que reformar a la Iglesia Católica para
combatir la Reforma, la vida sacerdotal de la orden se basaba en cuatro votos:
la obediencia, la castidad, la pobreza y la obediencia al papa, al Romano
Pontífice, “Vicario de Cristo en la Tierra”. Los miembros de la llamada Compañía de Jesús,
fundada a mediados del siglo XVI, se afanaron en propagar su Pax Christi a todos los rincones del
planeta, por eso buscaron la manera de llegar a los lugares más inhóspitos
y alejados entonces conocidos, China y Japón fueron visitados por los
misioneros jesuitas, incluso Salvatierra originalmente deseaba ser enviado al
Lejano Oriente a predicar, tal fue su conocimiento de los pasos de la Compañía
por allá que, en la sierra Tarahumara, fundó una Misión con el nombre de Los
Santos Mártires del Japón (Cuiteco).
Varela hace hincapié en ese doble signo que
caracteriza a la orden religiosa de los jesuitas, una primera parte se manifiesta como una lucha contra
sus mismas inclinaciones mundanas, basada en los Ejercicio espirituales de San
Ignacio, una explanación metódica del pensar en el vivir, “un enfrentamiento”
con su propia conciencia para despojarse de los apegos y los egoísmos. El
famoso ascetismo, la condición que busca negar las necesidades humanas en la consecución de un fin más trascendente, casi místico, y que sociólogos de la religión como
Max Weber, identificaban como una característica clásica del cristianismo
primitivo.
La segunda parte es en la confrontación con su época, donde los vemos embebidos en la búsqueda del ideal
puro, original de la religión cristiana en su vertiente católica, hace a los jesuitas
rebelarse contra el espíritu de su época: el racionalismo. El cual fue
representando en el siglo XVIII por el pensamiento ilustrado, al que
combatieron igualmente como su “bestia negra", afirma Varela.
¿Hasta
dónde llegaría la “conquista espiritual jesuita en la California? Por su
expulsión del reino de España y todas sus posesiones en 1767 nunca lo sabremos.
Pero por el avance del despotismo ilustrado y la búsqueda de beneficios
económicos por parte de la corona española, podemos inferir que no hubieran
llegado mucho más lejos. La obra jesuita en California era una empresa utópica,
intentaron subsumir al indio californio en los cánones de la vida cristiana, usaron
su poder político absoluto sobre las cosas temporales en el territorio
peninsular y defendieron su utopía como un proyecto inatacable. Sin duda
cuestionables muchas de sus acciones, también cabe preguntar ¿y si no eran los
jesuitas, entonces quién? ¿Quién “conquista la inconquistable California? ¿Cómo
hubiera sido el proceso de “aculturación” de los indios californios? Esa es
otra interrogante que tampoco podremos contestar. Pero si estamos en
posibilidad de inferir que, otro tipo de contacto de los indios californios con
occidente, hubiese resultado más dramático aún. Los californios desconfiaban, y
con sobrada razones por la experiencia de encuentros violentos, de los
occidentales. El trabajo de acercamiento de Salvatierra y sus jesuitas fue un
proceso largo, donde las Misiones estuvieron en riesgo de perderse por las
hostilidades desde el mismo momento en que Salvatierra fundó Loreto, él mismo
lo narra en la primera de las cartas que Varela seleccionó en el texto.
Este tipo de cuestionamientos son los que
siguen en el aire hoy en día, esta ambigua herencia que nos dejaron los
misioneros jesuitas en nuestra hoy Baja California Sur sigue abierta, en espera
que nos la apropiemos definitivamente o sigamos dudando de ella y su
pertinencia, que también se vale en la incesante búsqueda de identidad de los
pueblos.
Por otro lado, son importantes los documentos
jesuitas porque en ellos se asoma subrepticiamente el indígena californio, los
habitantes más antiguos de estos territorios y los cuales, hasta la
historia que llevamos conocida, han sido quienes más tiempo han permanecido en
ella. Se adaptaron al inhóspito desierto californiano, sin bellos palacios, sin
grandes construcciones, sin complejas teorías sobre el cosmos, pero
sobrevivieron, ni el más acendrado choyero sobreviviera hoy más de un día si lo
soltaran “a la buena de Dios” en un espinudo lomerío reseco de este desierto. Tal
vez esa enseñanza sea la gran herencia de los californios y no alcancemos a
comprenderlo, no esperemos a que sea tarde para ello. Leer La California Jesuita de Leonardo Varela es otro buen comienzo.