EL ESPANTAPÁJAROS DE SUDCALIFORNIA
QUE LLEGÓ A SER MAGISTRADO DE LA SUPREMA CORTE
Por Luis Domínguez Bareño
Cronista Municipal de La Paz
Con afecto para los muchachos del Grupo Sudcaliforniano de Rescate Histórico (Carlos
Verdugo, José Luis Perpuly, Simón Mendoza, Eligio Moisés, Fili Cota, Javier
Gaitán, Antonio Manríquez, Gilberto Amador y el Dr. Roberto Castro).
El bajo-californio, un noviciado
Pasa en la capital, y es el siguiente:
Juzga que en cada coche va enjaulado
Un obispo, un ministro, un presidente;
Y a puro saludar anda doblado.
Cambiase en personaje de repente;
¿Por qué ese cambio? Porque día y noche
Puede
alquilar en el hotel un coche.
Mira a los de Sonora. Tienen llena
De harina cada bolsa. Es su pinole;
Su desayuno, su comida y cena;
Su agua fresca, tortilla, pan y atole.
A veces comen carne, pero ajena;
Les gusta asada; y, para boda, en mole.
Más ilustrados son en Sinaloa;
Suelen
comer la carne en barbacoa
.
Tipos
provinciales, fragmentos de un poema.
Ignacio
Ramírez
Son muchos los indicios, pistas,
testimonios, recuerdos y relatos que circulan sobre la presencia del gran
pensador, político, poeta, jurisconsulto y escritor mexicano Ignacio Ramírez en
la Baja California. En las pesquisas que hemos realizado, nos encontramos con
dos fechas diferentes de la presencia del llamado Nigromante en la Baja California, la primera nos llega como una
forma de anécdota de su presencia en Mulegé y La Paz por el año de 1857, donde
trataba de pasar de incógnito; la segunda, más sólida y documentada, se trata
de su viaje por Mazatlán, Guaymas, Hermosillo, Ures y gran parte de las costas
del Golfo durante los años de 1863 a 1865, además de un viaje por la costa
occidental bajacaliforniana para llegar a San Francisco. De esta presencia el
propio Ramírez nos cuenta su experiencia en las “Cartas a Fidel” contenidas en
el tomo I de sus obras, editadas en 1889 por la Secretaría de Fomento.
Transcribo la anécdota de 1857 que cuenta
Víctor Flores Ojeda:
“En el México convulso
que precedió a la Reforma, Ignacio Ramírez, “el Nigromante”, tomó partido por
la tierra y el hombre mexicanos, encarcelado por Santa Anna y condenado a
muerte por Mejía (orden que no se ejecutó), arribó a Mulegé por el año de 1857.
Su llegada pasó inadvertida y pidió trabajo al terrateniente Macario García,
quien le dio el empleo de espantar cuervos para evitar que se comieran las
cosechas.
Ignacio Ramírez,
ministro de la Suprema Corte de Justicia en el gobierno de Benito Juárez
García, el mismo cargo que ocupó con el presidente Porfirio Díaz, fundador de
la Biblioteca Nacional, reconocido como un gran poeta clásico y por el
radicalismo de sus ideas, fue conocido en Mulegé con el mote de “El Cuervero”,
por el trabajo que desempeñaba.
Se cuenta que la identidad de “El Cuervero”
fue descubierta al hacerle a don Macario García un escrito para aclarar el
deslinde de sus propiedades. Para celebrar la independencia de México se
reunieron en la plaza pública autoridades y pueblo un 15 de septiembre, y
alguno s delos que estaban reunidos empezaron a gritar “que hable don Ignacio,
que hable don Ignacio”. El aludido subió al estrado y dijo:
Muleginos, femeninos
falaces, inicuos y anacoretas
que por andar vociferando
los enseres de la patria,
las aceitunas bajan de precio
y los dátiles se están perdiendo
Por las duras palabras del conocido
escritor, y porque su barba era muy parecida a la del ganado caprino, uno de
los presentes dijo “beeee”, por lo que de inmediato “el Nigromante” añadió: “…y
ése que me hizo como chivo, que vaya y…”
También se le acreditan a don Ignacio
Ramírez los siguientes versos, escritos mientras estaba en la cárcel de La Paz,
acusado de vagancia:
Cuando
un mastín forastero
pasa
por esta ciudad,
canes
de la vecindad
salen
a olerle el trasero.
El
mastín, hosco y mohíno,
al
mirarlos babean, voltea,
alza
la pata, los mea
y
prosigue su camino.
Estos versos nunca han herido la fina
sensibilidad de los sudcalifornianos, gente sencilla y noble, conocedora de la
condición humana, que comprendieron con grandeza de espíritu a ese ser que
llegó a Mulegé, perseguido y con una sentencia de muerte sobre su cabeza.
Estando ya en la Ciudad de México, Ramírez
escribió una carta a don Macario García en la que le daba las gracias por su
hospitalidad y por la protección que le había brindado, invitándolo a ir a la
capital, donde iba a ser atendido. Al final de la misiva, agregó esta frase,
con cierta noble y jocosa intención: “y no crea que me olvido de que todas las
noches, cuando ya me iba a dormir, usted me prestaba un cuerito…de chiva.”
El asunto de 1865 va de la siguiente manera:
Las cartas que envía Ignacio Ramírez van
dirigidas a “Fidel”, y así han sido conocidas a través del tiempo, como “cartas
a Fidel”; la identidad real de dicho destinatario es Guillermo Prieto, otro
gran pensador y hombre de letras mexicano, amigo íntimo y colaborador de muchos
años de Ramírez desde los tiempos en que ambos comenzaron a editar algunos
periódicos satíricos en la década de los 40´s del siglo XIX. La primera de las
cartas la envía desde Mazatlán en agosto de 1863, en ella Ramírez se burla de
su propia huída, comparándola con la que han hecho el Presidente Juárez y su
gabinete, es bastante crítico con la decisión de abandonar la capital del país
pues la escasa tropa es innecesariamente fatigada y desbandada en vez de
presentar cara al enemigo, se presentan las enfermedades, la desmoralización, el
desconcierto, el desvelo, el hambre y, para rematar, desconfianza. Curiosamente
hubo otro personaje, muy famoso entre los sudcalifornianos, que coincidía con
este punto de vista de Ramírez: el general Manuel Márquez de León insistió al
presidente Juárez la necesidad de abandonar el sitio de Puebla pues estaba
perdida, mejor resultado daría preparar todo para dar batalla en la Ciudad de
México, le presenta las conveniencias físicas y militares de aguardar ahí a los
franceses. Juárez no creyó en Márquez, “Puebla resiste heroicamente” fueron sus
palabras tajantes, y manda a Márquez a Sinaloa para que se haga cargo del
gobierno.
De México a
Toluca, de ahí a Querétaro, de Querétaro a San Luis, de ahí a Durango,
Ramírez relata que su marcha es una “romería
de gitanos”, más por el desorden por la diversidad de su grupo y la apariencia
que dan al ir recorriendo el país hacia el norte: van empleados de Hacienda y
un puñado de soldados que “por alguna causa legítima dejaban la brigada de
Sinaloa”.
Al terminar de cruzar la Sierra Madre
Occidental sobre Durango, de repente “nos faltó la tierra” afirma Ramírez. El
monte se hunde en profundísimos abismos, las nubes se ven bajo sus pies y bajo
de ellas se aprecian riachuelos y pueblecitos, en lontananza el mar se funde
con el cielo. “Descendimos a la Tierracaliente. Este Mazatlán es un horno; y
mientras el invierno no lo refresque; no continuaré mi correspondencia”.
Y el Nigromante
cumple su promesa de clausura epistolar por el calor, pues será hasta noviembre
de ese año del ´63 en que envía la siguiente carta. Afirma estar en un barco
listo para zarpar a la Alta California, San Francisco es su destino. Mientras
pasa horas en la nave sin salir de puerto comienza a hacer una descripción de
cómo observa el puerto de Mazatlán desde el mar, y al final remata “todo el
mundo pesca; y sólo yo me ocupo de la bella literatura”. El “negocio” que trae
Ramírez para viajar a los Estados Unidos no lo menciona, seguramente Prieto
conocía a la perfección la misión que tenía encargada directamente por el
supremo gobierno su amigo y, como estas eran unas simples cartas escritas bajo
el clima de una invasión extranjera, no tenía ningún sentido dar a conocer los
pormenores de la misión encomendada en ellas, pues se corría el peligro de que
la información cayera en manos del enemigo. Cuando la nave por fin emprende el
viaje, hace este curioso comentario “el puerto de Mazatlán será magnífico
cuando se fundan en una las cinco o seis colonias que dividen la ciudad, y en
vez de alemanes, franceses, yankes, españoles, tepiqueños, durangueños,
paceños, sonorenses, culiches, etc., no haya más que mazatlecas; cuando en
lugar de contrabando, tengamos comercio…”.
La siguiente carta la manda desde San Francisco
el 1º. De enero de 1864, en ella hace un recuento del viaje y escribe algo
sobre la península de California: “saludemos la península califórnica que ha
sido objeto de tantas especulaciones y de tantas empresas; en ella con trabajo
la planta, el animal y el hombre encuentran un riachuelo donde abrir una flor,
donde colocar un nido, donde formar una choza; sus puntas peñascosas son las
cumbres de unos Andes sumergidos en las revueltas olas de un diluvio; parece
que el mar acaba de bañarla y de apagar sus volcanes, y que amenaza devorarla
para siempre: embrión ó esqueleto, el buitre de la codicia no lo ha perdonado”.
En la carta de febrero de 1864, el Nigromante ya se encuentra de nuevo en
Mazatlán, se lee profundamente decepcionado informando a Prieto que ha sabido
de la nueva fuga de don Benito, esto es al trasladar el gobierno de San Luis
Potosí a Monterrey, señala “me he convencido de que ya no tenemos gobierno
nacional” señala. Pero sigue con la moral alta, cree que es hora que los
caudillos hagan su aparición, se fija en la figura de Antonio Rosales a quien
conoció en Durango, afirma que es el único con las agallas necesarias de
plantarle cara a los franceses en la Tierracaliente, antes de que se apoderen
de lo que queda de la República, “¿Te acuerdas de aquel Rosales que te he
recomendado desde Durango? Se presentó en San Luis al Gobierno (de Don Benito)
ofreciendo su espada, pidiendo ser incorporado en las primeras fuerzas que marchasen
contra los franceses. Le preguntaron si era Dobladista, Fuentista, Lerdista. Él
contestó que deseaba ser el primero que se dirigiese contra el enemigo.” Como
el gobierno ya iba en sentido contrario a enfrentar al invasor, es decir hacia
la frontera, no pudieron ocuparlo, y todavía lo consideraban políticamente
sospechoso, por lo cual tuvo que marchar Rosales hacia San Francisco. “el héroe”
de Ramírez estaba fuera de acción, se lamenta de la politiquería y las envidias
que suceden con los liberales mexicanos que, por andar preocupados en andarse
molestando entre ellos, condenaban y hacían a un lado a ciudadanos
verdaderamente valiosos para la causa de la república, algo que seguimos viendo
muy frecuentemente en nuestro país, hay cosas que nunca cambian.
“A mí me sucede lo mismo que a Don Benito:
el tropel de los acontecimientos me arrastra por su camino. Este puerto está
bloqueado desde febrero” escribía
Ramírez en marzo de 1864 ya un poco incierto, desamparado, desubicado y sin
mucho ánimo. Plácido Vega que entraba y salía del Gobierno de Sinaloa, fue
mandando por Juárez a San Francisco con medio millón de pesos para regresar con
armas y municiones, Mazatlán sería fortificado para no caer en manos de los
franceses. Desde entonces el buque de guerra francés Cordeliére se instaló frente a Mazatlán bloqueando el comercio y
amagando a la ciudad, hubo algunos enfrentamientos donde se presentó batalla
del lado del puerto, aunque los franceses dispararon varias bombas contra zonas
estratégicas. Al final de la semana santa llegaron dos vapores de guerra, uno
inglés y otro norteamericano, no intervinieron pero su sola presencia fue
suficiente para la Cordeliére
emprendiera la retirada.
De mayo a noviembre hay solo algunas
escaramuzas, los franceses registran todo barco que se acerca al puerto y su
interés va enfocado en que no entre armamento a México, las naves que llegan de
San Francisco no se lo declaran, pero nomás tocan puerto y empiezan a bajar
gran cantidad de armas. Continúan los conflictos internos, Ramón Corona da
tumbos entre Nayarit y Jalisco con su tropa y tiene sus recelos con Rosales,
Plácido Vega y su gente enemistados con Corona y con Rosales, en fin, es muy
difícil la situación interna donde los liberales no logran ponerse de acuerdo
entre ellos. Ya la mitad de Sinaloa ha caído a manos del Imperio, no llega más
armamento y los enfrentamientos se dan con más frecuencia, el bandido Lozada,
como aliado de los franceses, se dirige al puerto con un gran ejército, parece
todo perdido en Mazatlán.
“Te escribo estos apuntamientos en un
buque de cuyo nombre no quiero acordarme” ironiza Ramírez sintiéndose
desalentado al huir de Mazatlán. Esta es la carta anterior a la de Mulegé, la fecha en noviembre
de 1864 en “Golfo de California”, en ella hace mención que navegan hacia el
norte y que en próximos días estará comiendo en La Paz, cosa de la cual dice
tener gran regocijo pues ya empiezan a padecer de hambre. Su llegada a La Paz
debió ser en esa misma fecha de noviembre del ´64, aunque no manda carta alguna
desde este puerto, aunque es posible que la carta firmada en el Golfo de California fuera enviada desde el establecimiento postal de la Paz. Después de la carta de Mulegé de febrero de 1865, Ramírez
embarca para Guaymas, va temiendo encontrarse con los franceses que ya dominan
Mazatlán y avanzan hacia el alto Golfo.
La carta de Mulegé, es íntegramente la siguiente:
Haber desalojado Mazatlán en esa ocasión
fue un gran acierto del Nigromante,
los franceses desesperados por no poder tomar la Tierra caliente, a causa más
de los mosquitos y la fiebre amarilla que de los aciertos militares de los liberales sinaloenses, empezaron
a practicar el salvajismo y la barbarie en Sinaloa, donde hasta el día de hoy, no
son muy bien recordados por esas acciones; viene al caso leer unas notas de cruda
realidad de lo que se vivió en ese momento, son del excelente y recomendabilísimo
libro "Yo, el francés: la
Intervención en primera persona", escrito después del acceso que tuvo
el autor, Jean Meyer, a los archivos del Ejército francés que combatió en
México durante esa época:
"Hasta 1863, 1864, incluso durante la
primera mitad de 1865, la guerra se llevaba sin animosidad y la lucha seguía
cortés" observaba el general Dubarrail, con la sola excepción de dos
regiones de tierra caliente, la de Mazatlán-Culiacán y la de Tampico-Matamoros,
en las cuales se enfrentaban adversarios terribles: el general Ramón Corona
contra el general Castagny por un lado, el general Méndez contra el general Du
Pin, "el diablo rojo", "el carnicero" por el otro. Todo
cambió con los decretos terroristas de finales de 1865.
El 3 de octubre de 1865 Maximiliano firmó
un decreto, que justificaba la salida de Juárez del territorio nacional, en
donde consideraba que "sólo mantienen el desorden algunos jefes
descarriados por pasiones que no son patrióticas...y la soldadesca sin freno,
gavilla de criminales y bandoleros. Cesa ya la indulgencia". El decreto
disponía que todo individuo que hubiese pertenecido a una partida armada sería
juzgado por un consejo de guerra, condenado a muerte y ejecutado a las 24 horas
de pronunciada la sentencia.
Existe en los archivos franceses una
"circular confidencial No. 2729" de Bazaine a sus oficiales generales
y superiores que agrava por mucho el decreto imperial: "los invito a
manifestar a sus tropas que no admito que se tomen prisioneros. Todo individuo,
fuese quien fuese, tomado en armas será ejecutado. De ahora en adelante no
habrá más canje de presos, es una guerra a muerte, una lucha a ultranza entre
la barbarie y la civilización, que empieza hoy. Por ambos lados hay que matar o
hacerse matar".
Michel Ney, oficial de la contraguerrilla,
escribía a su familia: "es la guerra del león contra la mosca, guerra que
cansa, que enardece. Los soldados se portan como verdaderos salvajes, fusilan,
rematan a los heridos".
El 2 de febrero de 1865 Castagny ordenó
la devastación de todo el territorio entre el río Mazatlán y el río del
Rosario. El joven teniente de Montfort, quien había participado en el segundo
combate de Durango, escribió a los suyos que en quince días habían quemado 30
pueblos y rancherías "fue una barbaridad por desgracia necesaria... un
gran número de hombres fueron ejecutados sin piedad".
El 9 de febrero, desde Mazatlán, el
oficial de administración Piarron de Mondésir escribe a su amigo Henri Groult
"¿sabes cómo les dicen los mexicanos a nuestros Chasseurs d'Afrique? Los
carniceros azules."
El capitan Jules Bochet, en carta del 15
de enero de 1865, desde Mazatlán, confirma que "acostumbramos a fusilar a
todos los que tomamos con las armas en la mano. Es una guerra sin tregua ni
perdón." El teniente A. Chateau apunta en su diario, entre dos bocetos,
que antes de llegar a Mazatlán, Castagny, apodado Alejandro, mandó quemar San
Sebastián para vengar la derrota en Durango. "Todo el país fue quemado,
saqueado, fusilado. Pusimos los hombres válidos en una fila, ordenamos salir al
primero, al quinto, al décimo al azar. Fusilados. De esa excursión nuestros
hombres regresaron cargados de onzas y de pesos que "encontraron" en
las casas saqueadas; se acostumbraron a tener dinero, lo que normalmente en el
ejército pocas veces hacen. En cuanto a los oficiales, hombres de más corazón,
no han podido ver sin sufrir mucho esas escenas horribles, se resintió nuestro
ánimo, hasta la razón de algunos. Lambert y Bérard enloquecieron".
Cuando los franceses se acercan a Guaymas
la ciudad se encuentra en estado de sitio y reclutando soldados de todas partes
del estado para hacerles frente, sale Ramírez para Hermosillo y rápidamente se
traslada a Ures, que en ese tiempo era la capital de Sonora, ahí se mantiene
escribiendo en algunos periódicos y alentando a las fuerzas nacionales a luchar
contra la invasión francesa. Ramírez narra su descontento con los jefes
impuestos por Juárez en Sinaloa pues han sido vencidos por el enemigo, los únicos
que presentan férrea resistencia son Antonio Rosales en Mazatlán y Patoni en El
Fuerte, jefes que son despreciados y
encuentran mil y una trabas para poder ejecutar la resistencia. En el mismo mes
de febrero de ese año de 1865, Ramírez escribe desde Hermosillo algunas apreciaciones
sobre el Golfo de California, habla de toda la costa desde Mazatlán al Río
Colorado, de cómo da vuelta la tierra hacia Baja California para encontrarse
con Mulegé, Isla del Carmen, la bahía de La Paz y después “Cabo Palmo” (Cabo
Pulmo), menciona que Sonora y la península californiana son el país de los
cactus y sin embargo dice que no es la naturaleza, sino el hombre lo que le
preocupa. Se muestra contrariado por la escasa población existente en la cuenca
del Golfo y la poca o nula actividad naviera de la zona, la pesca no se
encuentra extendida más allá de la ribereña y menciona que la vida va en rápida
decadencia, ¿la causa? Según Ramírez son dos: la frugalidad y la falta de
poesía.
La frugalidad la representan la carne de
res, las tortillas de harina y el pinole, según lo plasmado el “golfeño” desconoce
los grandes manjares de las naciones más civilizadas y, las muchachas más
elegantes pueden ser vistas por ahí, entre los corrales, destajando algún
pedazo de carne sin ninguna impudicia. Hace falta pues también la vida en la
mesa, concluye Ramírez.
Sobre la poesía se sorprende que siendo los
habitantes del Golfo Californiano de tan alta imaginación, no posean cantos ni
poesías que engalanen los bellos parajes que la naturaleza les dio, siendo un
pueblo que ha enfrentado batallas heroicas, acometiendo hazañas orgullosas, de
sus labios no ha salido inspiración alguna: ¡Pobre Golfo sin mesa y sin lira!
Por supuesto que esta ironía de Ramírez es
por el pesar de alejarse de la costa, a comer “harina y pinole” tierra sonorense
adentro. Si ya había dejado testimonio de su glotonería en el Golfo, es dudoso
que no considerara un manjar la dieta que se despachaba en las costas del mar
californiano: “mi amor a las ostras me está comprometiendo al estudio de
conchas y caracoles; los mejores ostiones del mundo se pescan en Guaymas;
además, el mar te presenta golosinas hasta en los peñascos que baña en lo más
alto de su oleaje”. Y de la gran inspiración que le producía la afanosa
costumbre que tuvo de beber vino bajacaliforniano mientras se dormía con un
cuerito de chiva, ni hablar.
Fuentes:
Ramírez Ignacio, Obras. Tomo I. Poesías, discursos, artículos
históricos y literarios, México, Oficina
Tip. de la Secretaría de Fomento, 1889. ( la obra puede ser descargada en Cervantes virtual
Flores Ortega Víctor, Central Baja (municipio de Mulegé), edición del autor, 1989.
Márquez de León Manuel, Juárez a la luz de la verdad, 2ª. De S. Lorenzo, 1885.
Meyer Jean, Yo el
francés. La intervención en primera persona, Tusquets editores, México,
2002.
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