Rotonda de los Sudcalifornianos Ilustres, La Paz, Baja California Sur,
09 de Enero de 2016.
Buenos días estimados miembros del presídium
Buenos días estimados miembros de
los diversos órdenes de gobierno, profesores, estudiantes, trabajadores,
Aunque
nuestra vanidosa individualidad siempre trate de refutarlo, los seres humanos estamos
hechos de pasado y también estamos hechos de futuro, eso se llama Historia y es
una tarea inmensa que sólo el humano es el único ser vivo que puede realizarla
durante el espacio de su existencia.
Pertenecemos, en
cuerpo y alma, a una serie de acontecimientos caóticos muchas veces,
entrecruzados por luces y sombras que se sobrepusieron para prefijarnos un
lenguaje, un modo de ser, un carácter, incluso dictándonos la forma en que
debemos movernos algunas veces. Este pasado preformativo, rico en
acontecimientos y enseñanzas, nosotros, desde la arrogancia de nuestro
presente, muchas veces queremos ignorarlo, esconderlo, achicarlo de nuestro
recuerdo, aunque lo más que lleguemos a poder hacer por minimizarlo es
congelarlo, esto es pues, que el pasado buscamos reducirlo en nuestra mente a
una fotografía de hechos acaecidos, los cuales sostenemos con cierto aire de
desprecio, “una tragedia” pensamos, mientras tratamos de nulificar el recuerdo;
nos entretenemos más con el futuro sin duda, pues éste en cambio lo sentimos
más a nuestro alcance, lo vemos como una masa difusa de posibilidades pero, con
la notable diferencia de que ahí si podemos meter mano, y entonces lo vamos
detallando, y pensamos en lo gloriosa y potente de nuestra capacidad por poder
inventar y reinventar mil veces, a nuestro ver cada vez de mejor manera, el
futuro que deseamos.
Pero la realidad
siempre es más rica que cien mil abstracciones, y el futuro de repente llega,
desdeñando nuestros planes, desechando nuestras pretensiones, burlándose de lo
que nuestra imaginación hubiera podido si acaso soñar con que sucedería. Es en
ese momento, cuando nos encontramos en esa roca de cruda realidad, de deseos
vaciados, de esperanzas perdidas y de sueños truncados, con una luz de
reflexión entendemos que esa masa de tiempo que se adviene con el futuro, tan
inmenso e incalculable, sería absolutamente insoportable sin una historia; que
ante la tormenta del futuro, siempre es bueno contar con el refugio del pasado;
de que ante el azar de lo venidero siempre es posible echar mano de la brújula
de la experiencia, quizá nos enfrentemos a retos verdaderamente
inconmesurables, pero una brújula siempre señalará un norte al cual aferrarse.
Déjenme decirles que
yo, desde muy pequeño tengo una brújula que conservo con mucho respeto, se
llama “Historia de la Baja California” y
la escribió don Pablo Leocadio Martínez Márquez hace ya unos 60 años, en 1956,
pero esa es la fecha de la primera edición, porque lo cierto es que Don Pablo
comenzó a escribirla, pensarla y prefigurarla desde unos veintitantos años
antes de esa fecha. Para mí es una fuente de orgullo y fundamento de identidad
como sudcaliforniano, la he leído y releído como unas cuatro veces, tampoco son
tantas, pero cada vez con la misma voracidad y la urgente necesidad de
consultar los hechos de nuestra historia. Don Pablo nos hizo toparnos con esa historia,
y quizá logró algo aún más maravilloso e imposible con nuestra historia: nos
hizo que amaramos nuestro pasado. Y amar es un anhelo, como decía San Agustín
al momento de explicarse la idea del amor: “el amor es un tipo de anhelo, es
anhelar algo por sí mismo”. Y la palabra en latin
que identifica al anhelo es la que se conoce como appetitus, la cual a rajatabla podemos traducir como pasión o
deseo, pero para San Agustín significa que es un “deseo de poseer un bien” y el
rasgo distintivo del bien deseado es que
no lo tenemos. Pero cuando ya lo tenemos, cuando ya poseemos ese bien y el
deseo cesa, entra el siguiente momento, el cual es el de la posesión: el anhelo
como voluntad de tener y de conservar da paso a un temor a perder.
El amor es pues, un círculo virtuoso. Don Pablo nos entregó nuestra historia,
tenemos lo anhelado, el deseo cesa, y el temor a perder nos orilla a conservar.
Hablo del amor
porque es la fuente y el motor de la magnífica obra de Don Pablo L. Martínez,
su amor y deseo de servir a la tierra que lo vio nacer, son los que han movido
su voluntad, su esfuerzo, su tesón y su pasión a forjar una obra digna de ser
contada, digna de ser amada, y eso a pesar de que, como él mismo menciona,
nuestra historia no es un “desfile de sucesos brillantes”, más bien está
forjada en la lucha del hombre con el medio geográfico, al sobreponerse de los
californianos a las pobrísimas condiciones que ofrece la geografía peninsular.
Y es tal la pasión
por la obra y la memoria de Don Pablo, que es preciso hablar de las críticas a
su trabajo, porque cuando se trata de amar se ama completamente, los defectos y
virtudes, y los defectos que se le encuentran al trabajo histórico de don Pablo
buscan minimizar su magnífico trabajo, se le critica su “falta de originalidad”
y ambición de abarcarlo todo. A la primera crítica me referiré con una cita que
él mismo hace en su obra y dice “mi relato no es más que una sistematización
del material que ha llegado hasta nosotros. No hay pues, creación alguna; sólo
una fiel representación”. A la posibilidad de abarcarlo todo simplemente habría
que entenderse que Don Pablo era precisamente lo que buscaba, sistematizar la
historia peninsular en un relato extenso y riguroso el cual, a su juicio, no
había sido ordenado aún. Y lo logró tan bien que, incluso hoy en día, sería
difícil vera un historiador profesional, con todo el apoyo académico y
económico de una institución educativa, poder escribir una historia de un
período de tiempo tan extenso.
Creo, que la gran
enseñanza de Don Pablo L. Martínez, es que la historia no es aquella cosa
definida a la cual podamos volver repetitivamente y enseñorearnos de que la
hemos comprendido plenamente, con tal exactitud que seamos incapaces de
entenderla de otra manera; la comprensión pasa por la revisión, la cual es una
infatigable e inacabable tarea en la que algunos hombres pueden ocupar sus
mejores empeños. Justo como Don Pablo, quien nunca claudicó en su trabajo de escudriñar el pasado californiano, enseñándonos que,
debajo de la costra histórica con la que intentamos petrificar el recuerdo,
yace un fluir interminable de experiencias soslayadas, de aventuras por contar,
de amor por la patria y lo que se hace por ella.
Pero, no por el
temor a un futuro que es incierto seremos incapaces de disfrutar, ni privaremos
a cada momento de su serenidad, de su intrínseca relevancia. Mal se paga a un
maestro permaneciendo siempre discípulo, por eso hoy cabe reiterarse la
pregunta, ¿quién es Don Pablo? ¿Qué le mostró a este joven pueblo? ¿Qué
herencia nos ha legado su obra y su esfuerzo? Imaginemos esta historia, nuestra
historia sudcaliforniana, desde la bondad de esta privilegiada mirada
vivencial, con los ojos de quien busca en su pasado los instrumentos para
construir el futuro, con la seguridad de quien no olvida las enseñanzas de los
hombres que, con las letras necesarias, han hecho florecer este desierto
amurallado de océanos. Uno de ellos no olvidemos yace también aquí, es nuestro
orgullo, y es Don Pablo L. Martínez el gran ejemplo.
Muchas gracias.
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