LA OCUPACIÓN DE LA ALTA CALIFORNIA
Por: Luis Domínguez Bareño
INTRODUCCIÓN
Poco
es lo que se sabe de la conquista de la Nueva California en nuestro país, esto
debido quizá a que la Alta California fue poco tiempo territorio de la recién
creada nación mexicana, además de estar escasamente poblada de los entonces
primeros ciudadanos mexicanos en los años posteriores a la independencia; esto nos
ha colocado en una posición de poco interés hacia los aspectos formativos delo
que hoy modernamente se constituye como el estado norteamericano de
California.Siendo la conquista de la Alta California una empresa realizada por
la Nueva España, tampoco consideramos, como nación moderna, que tenga mucha
relevancia indagar los cimientos de la estructura social de aquella región. Lo
cierto es que fue una empresa tardía, quizá la última parte de la conquista de
nuevos territorios que operó España en su época de control colonial, además de
ser una empresa llegada a cabo gracias a la conjunción del poder de estado con
las fuerzas religiosas de la orden franciscana, en consonancia con la
floreciente población civil que fue llevada al septentrión con promesas de un
establecimiento próspero y pacífico. Asunto este último que sí se llevó en su
mayor parte pues, la conquista de la Alta California no fue una conquista de
sangre ni de guerras, aunque hubo resistencias aisladas de la población
autóctona, no se tiene conocimiento de que se tuviera que someter a los
indígenas ni exterminarlos para lograr la creación de pueblos. Si bien es cierto que es una conquista
tardía, no por eso debemos considerarla condición aparte de la política de
conquista y apropiamiento territorial que hacía el imperio español en sus
esfuerzos, en ese tiempo ya desesperados, por asirse de mayor territorio. La
frontera norteña olvidada corría el riesgo de ser ocupada por potencias
imperiales en franco ascenso y enemigas de España en la búsqueda de la
monopolización del comercio con los mercados asiáticos y, por tanto, de rutas transoceánicas
que facilitaran el desplazamiento de mercancías en el flujo comercial hacia el
viejo mundo. El último empuje conquistador del imperio español en decadencia,
dejó en California las últimas huellas de su esfuerzo por sobrevivir como
potencia.
PARTE PRIMERA
I.1EXPLORACIONES EN CALIFORNIA
Durante los primeros años de contacto de la
cultura hispánica con los indios americanos comienza un proceso de gradual
aculturación que no detuvo el avance de los conquistadores españoles hacia
occidente. La vieja idea del descubrimiento de una ruta más corta hacia las Indias
y su riqueza empujaban la ambición de los navegantes. El mismo conquistador de
México, Hernán Cortés, estaba dispuesto a continuar esta idea de abrirse paso
en pos de nuevas rutas. El descubrimiento de la Mar del Sur (hoy Océano
Pacífico) y el avance de otros conquistadores hacia el occidente lo llevo a
construir navíos en las costas de la propia mar del Sur, específicamente en el
Golfo de Tehuantepec.
Además
el famoso estrecho de Anián, del cual habló Marco Polo en antiguos y divulgados
viajes, alimentaba la ambición de encontrar rápidamente las Indias y poder
escabullirse a la metrópoli española
cargados de la riqueza adquirida, más la gloria de dominar el secreto espacio
marítimo que aguardaba ahí, desde siglos, en espera de ser redescubierto por la
civilización europea. El programa de expansión se solventaba con los recursos
materiales con que disponía Cortés y mandó zarpar sus recién construidos barcos
a la brevedad posible, “Pacífico adentro, en busca de esas otras tierras donde
se esperaba que hubiera ocasión de que los españoles continuaran sus
conquistas”.
Cortés viaja a España y obtiene de la reina
la autorización para descubrir y poblar las islas que hallase en el Pacífico,
además de las tierras de poniente que no tuviesen gobernante. Al construir sus
botes Concepción y San Lázaro, Cortés hace comandar a Diego
Hurtado de Mendoza y en 1532 zarpan con resultados funestos para la expedición
pues el capitán Hurtado muere, aunque la tripulación hace ver que descubrieron
unas islas, las cuales fueron las islas Marías, hallazgo que ayudó a no hacer
decaer el ánimo por nuevas exploraciones.
En 1533 Cortés envía otra expedición, esta
vez al mando de Diego Becerra quien resultó
muerto por un motín de Fortún Jiménez, el cual tomó la dirección de las naves y
descubrieron esta vez las Islas Revillagigedo, continuaron con su motín y
avanzaron hacia el norte hasta llegar a un lugar de tierra desconocida el cual
parecía el extremo de una isla. Fortún murió a manos de los nativos en un
enfrentamiento, los restantes miembros de la tripulación regresaron al macizo
continental.
Las rivalidades con el conquistador Nuño de
Guzmán y su celo extremo por los territorios cercanos del reino de Nueva
Galicia creado por él, además de las reiteradas noticias de la isla California
y el mito de su exuberante riqueza hizo que Cortés decidiera emprender
personalmente la siguiente misión exploratoria; y así fue que en 1535 izó las velas de tres barcos
hacia la isla California, llegando el 3 de mayo a lo que hoy es la Bahía de La
Paz, tomando posesión de las tierras para inmediatamente comenzar a organizar
una colonia. Pero pronto “la tierra que se pretendía colonizar mostraba ya su
cara hostil, la de la falta de agua, la de su escasez de recursos alimenticios,
la de sus aborígenes desconocedores de la agricultura”
por lo que el hambre y la escasez orillaron a que fuera abortada la naciente
colonia y la gente que estaba en ella tuvo que ser rescatada por órdenes del
mismo virrey Mendoza.
Cortés aún tuvo la voluntad de enviar otros
navíos a recorrer las costas de California, encomendando la última misión que
realizaría a Francisco de Ulloa, quien partió de Acapulco en 1539, llegando a
Sinaloa, cruzando el Golfo y llegando a la parte más septentrional de éste,
confirmando que no se trataba de una isla pues la tierra californiana se
internaba en el amplío continente; Ulloa recorre de nuevo toda la geografía
peninsular, doblando en el extremo austral del Cabo San Lucas para seguir de
nuevo hacia el norte por la costa de la Mar del Sur, a la altura de Isla de
Cedros se regresa una fragata de la expedición y Ulloa promete continuar hacia
el norte su viaje del cual nunca se volvería a saber nada.
Otra famosa expedición fue la que salió el
año de 1542 del puerto de Navidad, comandada por Rodríguez Cabrillo, este
exploración cruzó la península Californiana y enfiló hacia el norte hasta
llegar al paralelo 38°, cerca de ese lugar a principios del año de 1543
Rodríguez Cabrillo muere producto de las heridas que le haría una caída en la
embarcación días antes. Bartolomé Ferrer asume el mando y llevan la flota hacia
el norte, tocando así “el cabo que llamó Mendocino en honor del virrey, se
remontó hasta los 43° de altura y emprendió luego el viaje de regreso a la
Nueva España”.
Al retornar esta expedición se comenzó un
tiempo de abandono a las exploraciones hacia la tierra californiana, y ni
hablar de alguna conquista. Sólo el interés por establecer una ruta comercial
con el nuevo enclave colonial español en las Filipinas, dio cierta utilidad a
la parte norte de la California, pues era utilizada como aguada al avistar
tierra americana los galeones alrededor del paralelo 40° y de ahí costear hacia
el sur hasta llegar al puerto de Acapulco.
Hasta 1596 con las expediciones y la férrea
voluntad de Sebastián Vizcaíno es que se toma en serio de nuevo la posibilidad
de lograr colonizar la península californiana que, dicho sea de paso, quizá por
la ignorancia que privaba sobre su territorio, aún no se definía bien a bien si
era una isla o una península. Gracias a los viajes de Vizcaíno, quien rebasó el
cabo mendocino, y llegó a un punto más al norte que llamaron San Sebastián,
además de quellevaba en sus expediciones
a cosmógrafos que registraron la costa en dibujos y diarios señalando
puntualmente los accidentes geográficos es que se pudo tener idea de la vasta
magnitud de los territorios inexplorados en la alta tierra al extremo de la
California peninsular. En este viaje Vizcaíno también informa a las autoridades
virreinales de un puerto que había reconocido, y el cual servía precisamente
para la defensa de la amplia costa y de lugar de descanso preferencial para los
galeones procedentes del extenuante viaje asiático, “el puerto que ofrecía las
mayores ventajas era el que llamó de Monterrey, situado hacia los 37° de
altura.”
PARTE PRIMERA
I.2 LA MISIÓN EVANGELIZADORA Y LA
EXPULSIÓN DE LA ORDEN JESUITA
Al
decepcionar la California como una tierra de riqueza exacerbada y posibilidades
infinitas de satisfacer los deseos de conquista y gloria de los expedicionarios
que la buscaban afanosamente, es que tenemos un periodo de apaciguamiento en
las pretensiones de conquistar la tierra peninsular. Sobretodo derivado del
hecho de los informes realizados por los que se aventuraron a su exploración y
daban cuenta de la ausencia de riqueza, de lo grande de la ausencia de medios
de allegarse bastimento, de la falta de las condiciones más vitales de
subsistencia, de la penuria que se experimentaba en una tierra reseca, en fin,
de la desolación que experimentaron todos los que intentaron aferrarse a
establecerse en la California peninsular.
A pesar de esto, la tierra era habitada.
California era ocupada por diversos grupos de indígenas que habían adaptado su
forma de vida a las duras condiciones del ambiente y habían aprendido que los
límites del territorio también eran los suyos, así que formaron sociedades de
pequeñas bandas de grupos recolectores, y en menor medida pescadores y cazadores,
que se desplazaban por el agreste terreno dependiendo la época del año.
Conscientes de la existencia de estos grupos de “bárbaros” que vivían en lo más
remoto de los confines del reino, es que diversas órdenes religiosas se
aprestaron siempre ansiosas de acudir a la península y emprender la
evangelización de esas almas apartadas del reino de Dios, ignorantes de su
magnanimidad, viviendo en el pecado eterno y condenados a la ignorancia de la
salvación que ofrecía el Dios padre a todos sus hijos a través de la
cristianización de las conciencias.
La orden de la compañía de Jesús extendió
su sistema misional por el noroeste de la Nueva España, “al desplazarse hacia
las regiones norteñas en el ejercicio de su acción misionera, los jesuitas
fueron acercándose hacia California. Llegaron a Sinaloa en las postrimerías del
siglo XVI y desde entonces se aplicaron a levantar allí sus centros
misionales”.
Al paso del tiempo y las noticias esporádicas que tenían los jesuitas de
California empezaron a mostrar mayor interés por esas tierras que se extendían
al poniente, tras el Golfo. Al ensancharse el sistema misional jesuita en las
provincias de Sinaloa y Sonora se piensa en la expansión, y ya en fecha de 1637
durante una congregación provincial de la orden, la Compañía acordó solicitar
la concesión para poder realizar trabajo misional en California.
Durante varios años se realizaron gestiones
infructuosas por parte de la Compañía de Jesús para tener entrada a la
conquista espiritual de la California, consideraban como natural y necesario
que su orden fuera la que llevara la palabra de Dios a la gentilidad
californiana, esto por su cercanía y conocimiento de la zona, sería incómodo e
ilógico que otra orden fuera encomendada para tan importante labor a la que
ellos eran los candidatos naturales a realizarla. El padre Francisco Kino llegó
en el año de 1681 destinado a ocupar un puesto de cosmógrafo en la expedición
de Atondo a California, aceptó gustoso de aplicar sus conocimientos matemáticos
y cartográficos en esas tierras ignotas y tan necesitadas de fe, Kino llevaba
“el triple nombramiento de religioso, rector de las misiones que habrían de
fundarse y de cosmógrafo real.”
Kino rápidamente comenzó su labor y
encontró eco para ésta en la afabilidad de los indios que lo recibieron de
buena manera, el misionero intentó fundar un real que llamó Nuestra Señora de
Guadalupe en la bahía de La Paz, pero por las condiciones adversas decidieron
trasladarse al norte a un lugar llamado San Bruno, donde había mejores
condiciones para establecimiento misional. Ahí continuó sus labores Kino quien
bautizaba neófitos y cristianizaba catecúmenos de manera cotidiana; pero la seguridad
de la misión no estaba del todo completada debido a que se destinaban grandes
cantidades a su sostenimiento. Al año siguiente Atondo resolvió levantar la
colonia y salir de la California peninsular.
Kino fue trasladado a las misiones de la zona
conocida como la Pimería en Sonora pero nunca dejó de seguir buscando el reestablecer
la colonia misional en territorio californiano. En 1690 llega el visitador
jesuita Juan María de Salvatierra a Sonora, donde tiene contacto con Kino y
éste le platica de los planes frustrados y la conquista interrumpida de la
California, convenciéndolo de que podría ser posible sostener misiones en
aquella tierra con el traslado constante de bienes de las misiones sonorenses,
así los costos serían reducidos extensamente, logrando la viabilidad dicha
colonización.
Salvatierra fue un convencido de que la
conquista espiritual era preeminente sobre la militar, así emprendió una serie
de gestiones en el centro del virreinato para lograr la aprobación de la
Compañía y presentar un proyecto colonizador a las autoridades virreinales. El
6 de febrero de 1697 se formalizó el permiso a la compañía de Jesús para que
comenzaran por su cuenta la conquista peninsular. Salvatierra y los suyos
comenzaron colectas de donativos y la búsqueda de transporte para llevar a la
península pertrechos y bastimentos para la realización de la colonia. Se logró
por fin reunir lo necesario y se partió al establecimiento, llegando a tierras
hostiles se buscó el mejor lugar para comenzar la colonia, siendo el 25 de
octubre de 1697 que se celebró la misa que representó la fundación de Nuestra
Señora de Loreto como primera de las misiones californianas. Kino se quedó en
la pimería alta, desde donde ordenaba el envío permanente de provisiones a la
naciente misión loretana, esto fue de mucha ayuda en los primeros años y dio
comienzo a la expansión de las conquistas espirituales de Kino hacia occidente,
llegando hasta la región del río Colorado y siempre con la finalidad de
estimular la expansión por tierra hacia el norte de la vasta península
californiana. “Fue el sistema misional el que favoreció la penetración y la
permanencia…diremos que los jesuitas proveyeron el sistema idóneo para
conseguir lo que en vano se había intentado en múltiples ocasiones a lo largo
de más de un siglo y medio”.
Al consolidarse el sistema misional se
vivió en la California un periodo de expansión del mismo, tanto hacia el sur
como de menor manera hacia el norte; de nuevo la geografía condicionante impuso
su naturaleza al avance de la conquista haciendo que la fundación y
congregación misional se favoreciera en sitios donde se tuviera disponibilidad
de aguas y tierras para una mínima producción agropecuaria vital para el
sostenimiento de la población. Los indios fueron alojándose en el sistema
misional y convertidos a la fe cristiana, haciéndose en ciertos casos
productivos y logrando con su trabajo una incipiente sedentarización que fue
frágil ciertamente y no generalizada de ninguna manera. Al transcurso del siglo XVII y el paso de la
administración jesuita de California se fue dando un proceso de desgaste de las
relaciones entre los misioneros y cualquier español que quisiera entrar en el
territorio bajo su jurisdicción; los misioneros no sólo poseían la administración
de la misión evangélica sino que tenían bajo su mando la estructura de poder
temporal, donde administraban la organización territorial, económica y de
poblamiento bajo los criterios de sus intereses como orden religiosa. Esto
originó un enfrentamiento con los súbditos de la corona española que reclamaban
el poder establecerse en la península y llegar a realizar proyectos productivos
que, de alguna manera, hicieran que la tierra peninsular generara ingresos a la
hacienda pública. Esta manera de obtener algo de riqueza era con la explotación
minera de algunos yacimientos que existían en la península, y a los cuales los
misioneros se opusieron de manera tajante aduciendo que los territorios a
explotar eran de jurisdicción misional, esto entró en contradicción con la
ordenanza imperial que consideraba realengas todas las tierras,
independientemente de si se encontraban cerca o dentro de algún enclave misional.
SEGUNDA
PARTE
II.1
LA MODERNIZACIÓN DE LAS REFORMAS BORBÓNICAS
“José Bernardo de Gálvez y Gallardo, nacido
el 7 de enero de 1720 en el pueblo andaluz de Macharaviaya, provincia de
Málaga, y muerto el año de 1787 en Aranjuez”, fue
un funcionario real, secretario de Indias que parte a la Nueva España con la
acreditación del rey español y las correspondientes instrucciones como
visitador general en el nuevo mundo; lugar a donde tenía la responsabilidad de lograr
imponer orden y equilibrio en lo que respecta a la administración pública en
los aparatados de justicia y Hacienda. Después de estar en varios sitios del
virreinato emprende su viaje hacia los territorios norteños de éste,
adentrándose en un espacio poco ordenado en cuanto a la administración real,
producto de la lejanía que aquellas regiones tenían del centro de poder
político y económico.
Como señala Altable en su libro que hace
recopilación de las ordenanzas galvecinas, la actividad del visitador “no sólo
se dirigió a transformar las instancias administrativas del virreinato, sino,
de manera muy importante, a proyectar la integración política y económica de
los extensos territorios nominalmente españoles del norte novohispano”.
El avance del imperio español hacia las tierras norteñas había tenido una
desaceleración importante al extenderse los dominios dentro del área cultural y
geográfica conocida como Aridoamérica, esta zona que comienza poco al norte del
Trópico de Cáncer, se va acentuando conforme se avanza hacia el norte y tiende
a disminuir de altura respecto a la alta meseta central de México, va teniendo
otro tipo bioclimático de ecosistemas más endebles por la ausencia de un
régimen de lluvias suficiente para sostener una vegetación y fauna del tipo
abundante. Este norte seco, semidesértico, ríspido, de clima extremoso, falto
de agua y alimento en cantidades suficientes condicionó el avance de los
primeros conquistadores españoles
quienes buscaban afanosamente extender los dominios de la majestad española y,
la cual, los había envestido de facultades para tomar en su nombre las tierras
conquistadas.
Los reacomodos efectivos del espacio
norteño en un tipo de organización imperial, eran unas medidas estaban “orientadas
hacia la estructuración regional de un espacio colonial, materializado en la
organización formal del gobierno provincial”,
esta nueva forma de organización tenía la consecuencia de convertirse en el
arranque de los programas para el otorgamiento de tierras rurales y urbanas; en
la continuación de las tareas de integración socio-económica de los indios
gentiles mediante el establecimiento de nuevas misiones, así como en el impulso
a las actividades productivas, y comerciales con propósitos de expansión y
recaudación fiscal”.
Los dos objetivos principales que tenía el
Estado español encomendados a Gálvez se entrecruzaban en“los papeles que
preparó el visitador durante el tiempo que estuvo en el sur de la península
californiana”,
donde en espacios geográficos tan focalizados, los realizó teniendo en cuenta
tanto“la recuperación político-económica del imperio en su conjunto como en la
expansión de éste a lo largo del Pacífico norteamericano, incluso mucho más al
norte y al este de lo que hoy son las Californias mexicana y estadounidense”
Administrativamente para la historia de la
península californiana y los dos estados federales de México en que hoy en día
se divide, “las disposiciones de Gálvez representan los fundamentos de la
institucionalización político-administrativa del territorio californiano, de su
proceso de secularización social y de su lento desenvolvimiento económico”
pues supusieron la modernización de la región en el aspecto legislativo, es
decir, dando un fundamento jurídico en forma de reglamento se dio el paso a
crear una cultura del marco normativo para el desenvolvimiento de la
administración pública en términos de ordenamiento orgánico:
Son sus
reglamentos para la concesión de tierras agrícolas, ganaderas y urbanas a
españoles y demás “gente de razón”; la instauración y ordenamiento de la Real
Hacienda provincial o sus instrucciones para la ocupación de los puertos de San
Diego y Monterrey, de los que, al cabo, derivaría la fundación de cuatro
presidios, tres pueblos civiles y veintiún misiones.
En su momento, las intenciones de la corona
española hacia sus territorios más alejados de la costa noroeste donde imperaba
el sistema misional bajo la férula jesuítica (California, Sonora y Sinaloa)
eran de llevar a cabo un cambio radical en la manera de administración que se
había constituido. Muchos españoles, inmersos en un manto modernizante, de
ideas cada vez más secularizadas por el aceleramiento de una atmósfera de
ilustración y la ascensión de un sistema económico pujante, comenzaron a
identificar al sistema misional como un sistema vetusto, que se había erigido
en un impedimento al avance colonial y que, en ningún momento había fomentado
el poblamiento civil ni“el desenvolvimiento de las actividades económicas de
iniciativa privada, situación que iba en contra de las expectativas
colonialistas de la monarquía española”.
Precisamente esas citadas expectativas
propendían a que en lo posible en estas regiones era necesario aplicar una
política de cambio que, entre otras cosas, lograran conseguir la integración
plena, por largo tiempo atrasada, de los grupos indígenas y el resto de los escasos
pobladores de aquellas provincias; aunque sí se tomaron medidas que fomentaban
la producción y, sobre todo buscaban pacificar la inestable y violenta frontera
de Sonora: la cual siempre era asolada por bandas de apaches y comanches que a
veces se internalizaban en el territorio novohispano, causando grandes
destrozos y, sobre todo, una sensación de soledad, indefensión y abandono tal
que, por sus alcances, llegaba a poner en entredicho el control efectivo de
aquellas provincias por parte del estado.
“Habría que crear una estructura
institucional política, administrativa y eclesiástica que permitiera un
auténtico control de aquellas provincias por parte del Estado, y que hiciera
posible que los rendimientos fiscales fueran mayores que los gastos que allí
recogía el real erario”.
Una medida para incrementar la producción
agropecuaria de las misiones haciendo de ellas proveedoras eficientes de los
destacamentos militares, y creyendo aligerar la carga de la hacienda pública,
era“apresurar la secularización de los centros de cristianización con el objeto
de concretar la privatización de las tierras misionales y la liberación de la
fuerza de trabajo indígena.”
SEGUNDA PARTE
II.2 LA EFÍMERA ESTANCIA
FRANCISCANA EN LA BAJA CALIFORNIA
El
antecedente de la orden franciscana en la Nueva España se remonta hasta el
siglo XVI, siendo el año de 1524 en el cual la orden se establece de manera
formal, esto a través de los llamados pioneros, los cuales por esa condición
llegaron a ser conocidos como “los doce primeros”evangelizadores
de México. El área de influencia de su evangelización se circunscribió al
centro del virreinato español pero, rápidamente comenzaron a pensar y planear
su expansión hacia el inexplorado norte con su amplia frontera desconocida en
sus límites aún.
Para hablar del espacio californiano, es
preciso señalar que, con esa ambición característica de quien se mueve por fe
en la creencia, los franciscanos intentaron en diversas ocasiones establecer
misiones pero jamás lograron concretar sus ambiciones de dirigir la propagación
de la fe entre los indios californianos. “Hacia 1535, fray Martín de la Coruña,
uno de los 12 primeros franciscanos llegados a México, formó parte de una de
las largas y fallidas expediciones de Hernán Cortés a la península. Llegó junto
con los expedicionarios, a lo que posteriormente sería conocido como Bahía de
La Paz. Sin embargo, la permanencia de este misionero en California fue muy
corta.”
Para finales del siglo XVI, otro grupo de
la orden franciscana, guiados por la piedad de fray Bernardino de Samudio,
estaban en una de las tantas expediciones que planeó y ejecutó Sebastián
Vizcaíno hacia le península californiana. Permanecieron un par de meses,
fundando una ínfima iglesia, la cual tuvieron que abandonar ante el arrastre de
la inquietud del “explorador por descubrir nuevas tierras, hecho que los llevó
a acompañar la expedición por diversos lugares de la península sin llegar a
establecer ningún lugar permanente de misión”.
Cuando retornaron al centro del virreinato, los franciscanos llevaron consigo
información y testimonios valiosos y objetivos sobre la geografía y situación
social de la California, principalmente sobre el grado de barbarie, a su
perspectiva, en que vivían los indios de las tierras peninsulares.
La orden franciscana que llegó para presuntamente
quedarse en la península, arribo en el año de 1768, bajo el cambio traslaticio
de condiciones que significaron los ajustes de las reformas borbónicas en la
Nueva España que, como se habló, habían extinguido la sagrada Compañía de Jesús
en junio de 1767 tras un proceso donde se habían fundando misiones en California
(17 en total) desde 1697. Al ser expulsados de los territorios españoles y las
misiones abandonas, fueron encomendadas por el excelentísimo señor virrey
marqués de Croix (de acuerdo con el ilustrísimo señor visitador general del
reino D. José de Gálvez) al colegio de San Fernando de México, aunque no
directamente pues al momento de la partida jesuítica aún no se encontraban en
territorio peninsular la nueva orden que los suplantaría, por lo cual la
administración de los bienes temporales fueron encargadas al capitán y la
soldadesca que resguardaba el orden terrenal en las misiones, sobre al asunto
señala Martínez que:
El Colegio de
San Fernando había aceptado recibir las misiones californianas más por no
contrariar al virrey y a Gálvez, que por propia conveniencia; a esto se debió
que la iniciación de las labores misionales por sus adherentes no fue
entusiasta ni brillante. Se encontraban cohibidos, sin libertad de acción,
desaparecida la autoridad teocrática indiscutible que por 70 años había regido
en la península, pues por primera vez el gobernador de ella ejercía las
funciones de tal magistratura. Los franciscanos se encontraban en calidad de
arrimados, no en la de amos y dueños de la situación, como lo habían sido los
jesuitas.”
¿Qué
había pasado en este cambio de manos de la administración misional peninsular?
¿Había desanimo entre la orden franciscana por no encontrar las condiciones de
control total para su misión evangelizadora? Podría decirse que, por una parte,
la cúpula de la orden religiosa se encontraba escéptica ante una conquista
espiritual que se les entregaba comenzada y, a decir por la nociva propaganda contra
los jesuitas en el momento de la expulsión, a medias y recortada en sus
facultades.
Por otro lado se encontraba, entre las
filas de la orden el padre Junípero Serra, con varios años trabajando en
misiones en el centro de la Nueva España y quien se encontraba ávido de
continuar la conquista espiritual de los neófitos que aún los había por decenas
de miles en el vasto norte neoespañol, el trabajo de Junípero y los
franciscanos en los territorios que les fueron encomendados tenía como
principal objetivo la salvación de las almas y “partía de la idea de que el
indígena era un ser humano con todos los derechos inherentes a esa dignidad”.
Serra y los suyos conocían los planes para
la conquista española y la búsqueda de expandir el reino hacia más al norte de
la península californiana, esto significaba que el proyecto misional
franciscano no estaría constreñido a los estrictos márgenes de lo que los
jesuitas habrían hecho, sino que se presentaba como un proyecto de expansión
misional virgen, lo cual haría posible el establecimiento de una comunidad
regida desde sus cimientos por la orden franciscana, una oportunidad de purismo
utópico único el de poder realizar la ortodoxia franciscana en el vasto extremo
noroeste novohispano. Los franciscanos también estaban conscientes que debían
pujar por su puesta de disposición hacia la California peninsular, ya que
estando, por ejemplo en Sonora,“sería muy difícil avanzar hacia arriba debido a
las constantes rebeliones indígenas, las cuales mantenían un clima de
inseguridad por aquella provincia, situación que hacía imposible una expansión
por esa parte.”
Estando así las cosas el 16 de junio de 1767 pro fin tomó camino fray Junípero
Serra, saliendo del colegio de San Fernando hacia Tepic, lo acompañaron los
padres fray Francisco Palou, fray Juan Morán, fray Antonio Martínez, fray Juan
Ignacio Gastore, fray Fernando Parrón, fray Juan Sancho de la Torre, fray
Francisco Gómez y fray Andrés Villaumbrales. Junípero y el resto de sus
compañeros entraron en Tepic el 21 de agosto. Estando allí, se les unieron fray
Juan Crespí, fray José Murguía, fray Miguel de la Campa, y fray Fermín Lasuén, todos
ellos franciscanos y procedentes de Sierra Gorda, cuyas misiones por fin habían
logrado su cometido de evangelización y habían sido entregadas al clero secular.
Ya encontrándose en la península llevaron
a cabo la administración de los bienes temporales misionales de 1769 a 1773,
lograron la fundación de la que fuera la primera y única misión franciscana en
la Antigua California, la cual fue la de San Fernando Velicatá, fundada en mayo
de 1769, en un sitio que fue llamado por el misionero jesuita Wenceslao Linck
como “Güiricatá”, el cual se encontraba al noroeste de la misión jesuitade
Santa María de Los Ángeles, la cual era la última fundación realizada por los
misioneros jesuitas y que representaba de alguna manera la parte más
septentrional a donde habían llevado la evangelización los padres jesuitas.
TERCERA
PARTE
III.1
CONFRONTACIÓN ENTRE FRANCISCANOS Y DOMINICOS
Los padres franciscanos administraron las
misiones californianas pensando en la manera inmediata de expandir su tarea
evangelizadora hacia el norte. Por eso recibieron con beneplácito la resolución
que dio el rey de España al virrey, al cual le ordenó “en cédula del 8 de abril
de 1770 que los dominicos se hicieran cargo del paralelo 28 hacia el sur, es
decir, incluyendo las misiones de Santa Rosalía, Nuestra Señora de Guadalupe, y
la de Belem en Ostimuri, localizada en la contracosta sonorense, para facilitar
el abastecimiento de las misiones peninsulares”. Junípero,
presidente de las misiones que seguía instrucciones reales para comenzar la
expansión,“no había tenido hasta entonces, materialmente, tiempo para ocuparse
de nuevas fundaciones. Sólo un año, un mes y como quince días había permanecido
en la Baja California de los jesuitas. Había llegado a la rada de Loreto el 1
de Abril de 1768 y el 15 de mayo se ponía en marcha desde San Fernando Velicatá
para San Diego.”
Al marchar deja a su más cercano colaborador y discípulo fiel Francisco Palou,
como presidente de las misiones, por escrito le entrega instrucciones precisas
para llevar a cabo un tipo de programa de administración de las misiones, tal
como lo informó al jerarca del Colegio de San Fernando al estar ya en el puerto
de San Diego en julio de 1769. Casi cinco años se mantuvieron los franciscanos
a cargo de las misiones peninsulares, mientras Serra se encontraba al frente de
las nuevas colonizaciones en la Nueva California, en el año de 1773 Palou cuenta
que entrega las misiones a la orden que los relevaría:
“año de 1773 en que llegaron a la California
los reverendos padres dominicos y les hice la entrega de las citadas misiones.
Quedó ya con esto nuestro colegio libre de aquella carga y con mato desahogo
para atender a estas conquistas de Monterey o Nueva California a donde subimos
nueve de los misioneros que estábamos en la antigua, y los demás se retiraron
al colegio de San Fernando”.
La separación territorial que hicieron las
órdenes franciscanas y dominicas fue exactamente al término de la
peninsularidad de California, dejando a los dominicos al mando de los
establecimientos que ellos mismos administraron como herencia jesuita y también
la única fundación misional que hicieron al norte, la cual era San Fernando Velicatá y era considerada la frontera
de la gentilidad. Al darse la repartición de los territorios y dejar los
franciscanos de administrar las misiones sureñas californianas, los frailes
dominicos acordaron ya no enviar los bastimentos regulares que Palou hacia
llegar regularmente a su maestro Serra para sostenimiento de las florecientes
misiones altacalifornianas. Conforme avanzó la colonización se empezaron a
trazar una comunicación terrestre desde Sonora, “así, mientras la ruta de la
Baja California parece cerrarse, o por lo menos estrecharse, pues los nuevos
ocupantes los padres dominicos, si no han clausurado del todo la puerta, antaño
de par en par abierta, por lo menos la han entornado) una nueva y grande ruta
parecer abrirse por el rumbo de la desembocadura del Río Colorado.” También
se dio el caso que al marcharse los franciscanos hacia las nuevas conquistas en
el norte californiano el gobernador Barri descargó acusaciones graves de
bandidaje en su contra “al afirmar que se llevaban consigo joyas y ornatos que
pertenecían a las iglesias, cosa falsa, pues todo lo que tomaron lo hicieron
con órdenes expresas de las autoridades superiores”.
TERCERA PARTE
III.2 RAZONES POLÍTICAS DE LA EXPANSIÓN
DE LA CONQUISTA ESPIRITUAL
“Don Vicente Vila, capitán del San Carlos,
abre su diario de bitácora o de navegación con estas palabras, con las que se
abre también la historia de la conquista de la Alta California: Del lunes 9 de
enero, al martes 10 de 1769 años. A las doce de la noche con el viento de
tierra por el sur suroeste muy flujo, zarpé el ancla y me hice a la vela con
todo aparejo”.
Así ser refiere Pablo Herrera a la partida
del primer navío que comienza el viaje hacia la tierra altacaliforniana. Esta
expedición no fue una ocurrencia de algún personaje aislado, sino que era una
verdadera política de Estado, fomentada desde el centro de poder español y que
se vislumbraba como una necesidad inmediata su realización. Se dice que cuando
el visitador Gálvez salió de Guadalajara para San Blas el 4 de mayo de 1768…poco
después fue alcanzado por un correo del virrey con un desapcho de Grimaldi,
Ministro de la Corona, en que se ordenaba a las autoridades de la Nueva España
se tomaran medidas para preservar a la California del peligro ruso.” ¿Cuál
era este peligro ruso del que la corona española guardaba respetuoso celo y se
creía necesario contener?, como vimos con anterioridad, ya el puerto de
Monterrey había sido señalado por Vizcaíno, más de un siglo antes, por ser
propicio para el establecimiento de un puerto neoespañol de resguardo a las
naves que hacían el viaje hacia el continente asiático; este interés se apagó
al continuarse completando con normalidad la ruta transoceánica de los
galeones, pero como nos señala Trasviña en una extensa cita:
la preocupación
de España respecto de esta región surgió cuando en 1741 un explorador ruso
danés llamado Vitus Bering, después de haber reconocido la costa sur de Alaska
regresaba a Rusia cuando su barco encalló en la isla que hoy lleva su nombre
cerca de la península de Kamchatka,
en donde murió de hambre y de frío en el mes de diciembre de dicho año. Los
sobrevivientes, que tuvieron que permanecer en la isla por algún tiempo, para
no morir se alimentaron con la carne de las nutrias de mar que abundaban en esa
aguas, se cubrieron con sus pieles para soportar las bajas temperaturas del
lugar y, después de armar un improvisado bote con los restos del barco
encallado, pudieron salvarse y regresar a Rusia. Al ver las pieles que llevaban
aquellos hombres, los rusos y chinos de la región de Petropavlovsk mostraron gran interés por su comercialización, y al
poco tiempo se disparó una oleada de expediciones hacia las costas de Alaska en
busca de las codiciadas nutrias, en donde empezó a ondear la bandera rusa, y
poco a poco los desembarcos se fueron haciendo cada vez más hacia el sur de tal
magnitud que para mediados del siglo XVIII comenzaron a acercarse al norte de
la Alta California.”
Por su misma connotación económica, es verosímil pensar en esta aventura del explorador Bering, como
uno de los detonadores del interés ruso por explorar las costas del
noroccidente americano. Con todo, los tiempos ya estaban maduros para que
España por fin asumiera con decisión la extensión hacia el norte y por eso la
ocupación se planeó con la finalidad de que se pudieran tener asentamientos de
población civiles que respondieran en su identidad con la del virreinato
español, las misiones y las apostólicas tareas de los franciscanos sirvieron
absolutamente a estos fines de contención de los avances de otras potencias en
la zona. A propósito de la expansión rusa, Magaña comenta que
en 1758 publicó la Academia de Ciencias de San
Petesburgo un mapa detallando el viaje de exploración por Alaska realizado por
Alexei Cherikov. Pero fue en 1773 cuando el embajador español ante la corte
zarista, conde Lascy, dio la voz de alarma basándose en los informes que
circulaban en aquel país en relación con la expedición de Cherikov, orientada,
precisamente, hacia aquellas regiones septentrionales del nuevo continente”.
p. 165
Allende la estrategia geomilitar defensiva
por parte de las autoridades reales y la tarea cristianizante y salvífica de
almas por parte de los misioneros, la expansión española a la Alta California
siempre guardó el interés primigenio que siglos atrás potencializara la
importancia de la región, a saber, esto era el atractivo potencial económico
que significaba una posible desarrollo a escala mayúscula del intercambio
comercial con la zona del continente asiático que mostraba mayor preponderancia
a ello. Al respecto el visitador José de Gálvez informaba en 1773 al Real
Consejo de Indias que
“Son bien
sabidas de todos y fueron extraordinariamente costosas las continuadas empresas
que se hicieron en los dos siglos anteriores para la conquista y reducción de
la California, que es el verdadero y único antemural que puso la Providencia a
la Nueva España sobre la gran Mar del Sur, y el centro que puede casi reunir
con aquella parte de la América la dominación de las Islas Filipinas,
facilitando a la nación el comercio con China”.
Ante esta posibilidad pues, la suerte
estaba echada y la expansión decidida; antes de partir a California, Gálvez
celebra en el puerto de San Blas una junta en la cual, con la presencia de
constructores de barcos como el ingeniero Miguel Constansó, Miguel Rivero y el
piloto Fabián Quesada, es que el visitador accuerda que serían dos las
expediciones que se enviarían hacia la conquista del norte, una marítima y otra
terrestre, teniendo en común que saldrían la tierra de las misiones de la
Antigua California. Estando ya Gálvez instalado en el Real de Santa Ana escribe
a Junípero Serra el día 12 de julio de 1768 y le solicita le envíe los
documentos necesarios para hacerse una idea fundamentada de la situación que
guardaban las misiones peninsulares; el carteo entre ambos personajes se
intensifica y el visitador pide al padre presidente dos padres franciscanos
para las expediciones marítimas hacia el norte, Serra puesto su mayor interés
en el asunto, además de que se lo solicitó el visitador en misiva del 22 de
octubre de ese mismo 1768, resuelve
“bajar” al Real de Santa Ana desde Loreto. Serra habitó prácticamente dos meses
en Santa Ana, donde conferenció junto a Gálvez los detalles de la expedición al
norte. Se acordó la fundación de tres misiones: una en San Diego, otra en
Monterrey y otra en el intermedio de estos dos puntos. Gálvez informó al propio
virrey de Croix en diciembre de 1968 sobre estos detalles al contarle que “el
principal asunto que me ha detenido en el Departamento del Sur de esta
península es el de despachar la expedición marítima al puerto de Monterrey, con
arreglo a lo acordado por la junta que celebrare en San Blas a consecuencia de
las órdenes de su majestad y de vuestra excelencia.” Además de explicarle la intención de usar el
puerto de San Diego como punto de reunión de las dos expediciones, antes de
emprender el último viaje rumbo al objetivo que representaba Monterrey: el plan
que me he propuesto para que los dos viajes por mar y tierra se auxilien en lo
posible y consigan llegar con poca diferencia a Monterrey y a un mismo tiempo,
es darles por punto de reunión el puerto de San Diego, situado a los 33 grados
de latitud”.
“El primer turno de la expedición terrestre salió al mando del capitán Fernando
Javier de Rivera y Moncada, veterano de la península, el 24 de marzo del citado
año de 1769, desde el punto denominado Velicatá,
al norte de la misión de Santa María de los Ángeles, la más septentrional de
las fundadas por los jesuitas.” A
esta expedición fue comisionado el padre
Juan Crespí el cual se encontraba al mando de la misión de La Purísima de
Cadegomó y como narra en sus diario de
viaje, el propio Junípero le notificó que la salida hacia el norte al alcance
de la expedición, el propio Crespí afirma que “el señor capitán Rivera, quien
había cuatro meses que de misión en misión iba sacando los necesarios de mulas,
caballos, aparejos, víveres y demás útiles para la expedición”. La
segunda partida de la expedición terrestre salió también del mismo Velicatá, el
5 de mayo del referido año al mando del gobernador de California, don Gaspar de
Portolá, con varios indios californios conversos, diez soldados del presidio de
Loreto y 170 mulas de carga. A esta expedición terrestre se unió el propio
Junípero Serra, quien después de entregar la presidencia de las misiones de la
California peninsular a Palou, recibió de éste la advertencia de que su pie
enllagado y lastimado en exceso, no lo ayudaría en su viaje terrestre que se
vislumbraba bastante dilatado; al respecto Junípero contesto “no hablemos de
eso; yo tengo puesta toda mi confianza en Dios, de cuya bondad espero me
conceda llegar, no sólo a San Diego para fijar y clavar en aquel pueblo el
estandarte de la Santa Cruz, sino también al de Monterrey”.
p. 54 En el diario de Juan Crespí se narra la jornada donde encontraron el
paraje donde, sobre el mar, si divisaba una isla cercana y que, al ver
detenidamente, se percataron que eran las llamadas islas de los Coronados que
están ya a escasas seis leguas del Puerto de San Diego.
Respecto a las expediciones por mar, el
primer bote en llegar al puerto sandieguiño fue el paquebote San Antonio quien
fondeó en la bahía el 11 de abril de 1769, la expedición por tierra de Rivera y
Moncada llegó el 14 de mayo, Portolá arribó el 1 de julio; Serra en cuanto pudo establecer una
línea de correo, rindió parte a su colegio: “el día 16 del mismo mes de julio
se fundó en la debida forma esta misión de San Diego de este puerto, y en el
inicio de los libros nos nombramos ministros de ellas yo, y el dicho padre
Fernando Parrón.” Ante
el beneplácito de Serra por estar por fin en la tierra que buscaba comenzar su
extensa evangelización se impusieron la obra de crear una especie de cordón de
misiones desde San Diego a San Francisco, las cuales fueron cinco misiones de
enlace para que, poniéndolas entre sí a una distancia de unos tres días de
camino, se pueda descansar en poblado en el largo tramo existente entre San
Diego a Monterrey. “Se apresuró Serra a realizar sus propósitos y el 14 de
julio del mismo año de 1771, fundó con los padres fray Miguel Pieras y fray
Buenaventura Sitjar la misión de San Antonio de Padua, en el corazón de la
Sierra de Santa Lucía; la cuarta misión se fundó con el nombre de San Gabriel
Arcángel a orillas del río de los temblores, en 8 de septiembre de 1771.
Posteriormente “Serra y Fages fundaron la misión de San Luis Obispo de Tolosa,
en la cañada de los Osos, el 1º de septiembre de 1772, quedando en ella de
ministro el padre fray José Caballero”.
Bajo el lema de “siempre adelante, nunca
retroceder”, Junípero Serra dirigió la fundación de nueve misiones, entre 1769
y 1782: San Diego, San Carlos, San Antonio, San Gabriel, San Luis Obispo, San
Francisco de Asís, San Juan Capistrano, Santa Clara y San Buenaventura. De esta
manera ya para 1773 había cinco misiones asistidas por 19 franciscanos y casi
500 indios bautizados. Ese año fray Junípero Serra se trasladó a la Nueva España
para entrevistarse con el virrey Bucareli, con quien logró algo muy importante
para la labor de los frailes: que el gobierno, el control y la educación de los
indios bautizados perteneciera exclusivamente a los misioneros.
Afirma Palou que él envía una carta a México a la par de alguna del gobernador y
se habían enterado por la respuesta de que, el excelentísimo señor Virrey
marqués de Croix se había retirado del cargo, habiendo entrado a gobernar el
Señor bailío frey don Antonio María de Bucareli y Ursúa, además de enterarse de
que el ilustrísimo señor visitador general don José de Gálvez se había vuelto
hacia España, específicamente para la Corte Real y supremo Consejo de Indias.
Esto puso temor en las pretensiones
franciscanas de seguir recibiendo todo el apoyo necesario para continuar el
establecimiento misional, pues ahora se encontraban sin el apoyo del fundador y
protección de aquellas misiones, que lo fue José de Gálvez. Por tanto, partió fray Junípero Serra para la ciudad de México, “embarcándose
en el paquebote San Carlos el 2 de octubre de 1772, en el puerto de San Diego…eran necesarios los más grandes
esfuerzos en la Ciudad de México para mantener vivo el interés por las nuevas
misiones”
“Habiéndole referido el padre Serra al
virrey verbalmente la situación de las misiones y las medidas que estimaba
pertinentes se tomaran, Bucareli suplicó a Junípero formulara por escrito sus
proposiciones concretas y Junípero elevó al virrey su famosa “representación”
del 13 de marzo de 1773 con 32 proposiciones. Bucareli sometió el memorial de
Serra acompañado del parecer del fiscal, a la junta de Guerra y de Real
Hacienda, la cual aprobó la mayor parte de las proposiciones de Serra.”
Por el mes de septiembre de 1773 sale de la
Ciudad de México el padre Serra quien a su llegada se encuentra en la Alta
California ya con la gran parte de los religiosos de su orden que habían ido
hacia allá, esto después de entregar a los dominicos las misiones que ocuparon
durante cinco años en la ahora llamada Baja California. En 30 de agosto de
1773, habían llegado por tierra a San
Diego, fray Francisco Palou con los padres Gregorio Amurrio, Fermín Francisco
de Lasuén, Juan Prestemero, Vicente Fuster y José Antonio Murguía.
Junípero
Serra gracias a su intensa labor misional en la Alta California, y a los planes
trazados con meticulosidad con Gálvez en el Real de Santa Ana, consideraba la
forma de abastecimiento y comunicación de las nuevas misiones alta
californianas con el resto del virreinato y las cuales consideraba vitales para
la naciente colonización septentrional, estas eran:
la
ruta marina, con base en el apostadero o arsenal de San Blas, para el
aprovisionamiento de cereales y mercaderías de todo género, ruta sin meta
definida al norte, “camino de las Rusias” abierta a todo expansionismo, la ruta
de emergencia y línea postal a lo largo de la Baja California, y la ruta hacia
Sonora para conducción de grandes masas de ganado en cantidad suficiente para
crear una gran industria agropecuaria, base para conquistas ilimitadas al norte.
Pablo Herrera exagera el papel de Serra en
el sostenimiento del vital puerto de San Blas para las conquistas
septentrionales pues considera que la visión del franciscano logró que dicho
puerto fuera el centro operativo de abastecimiento de las naves que enfilaban
por la ruta del Nor Pacífico. Lo cierto es que, más bien Gálvez había realizado
una intensa labor en el mismo antes de su viaje a California, labor la cual
tenía por objetivo convertir a San Blas en la punta de lanza del las conquistas
del imperio español. Herrera enumera una cantidad considerable de expediciones
que tuvieron como génesis el vital puerto de San Blas,
el cual como se esperaba, cumplió con creces el objetivo para el cual fue
creado y mantenido por la corona española. La ruta terrestre que señala Serra
también cobró importancia estratégica pues fomento la llegada de colonos de
Sonora, quienes en expediciones con sus familias, además de sus pertenencias y
ganado llegaron para la fundación de San Francisco al mando del capitán Juan
Bautista de Anza.
En el aspecto político como era de esperarse,
la Alta California comenzó a adquirir la relevancia que se esperaba de ella y,
estando así las cosas, se resolvió que el nuevo gobernador Felipe Neve, quien
recientemente había llegado a Loreto en 1775 como gobernador de las
Californias, se trasladara con su mismo encargo al puerto de Monterrey, cosa
que significó el cambio de la sede del poder, dando la preeminencia a la Alta
California por entenderse que los asuntos que se estaban desarrollando ocupaban
de la estrecha dirección del representante del Virrey en ese vasto territorio.
No fue casual este movimiento pues en lo militar tenía órdenes estrictas de
hacer que se establecieran misiones intermedias en el largo trecho que separaba
a San Diego de Monterrey y, sobre todo, fomentar el que se fundaran pueblos de
españoles, lo cual era un anhelo español para ejercer su autoridad con firmeza
pues “Neve iba a fundar con gusto los pueblos de San José en el norte y de Los
Ángeles en el sur porque ello significaba el fin de la colonización civil de la
Alta California y la creación de un mundo que el representante del poder
temporal podía realmente tener bajo su autoridad y a su cargo.”
Sobre dicho asunto, Gálvez ya había dado la
directriz a seguir desde 1771, en su Informe sobre la importancia de establecer
una comandancia general en las provincias de Sonora y Sinaloa California y
Nueva Vizcaya, con la rúbrica del mismo virrey afirmaba:
En cuanto a la península de Californias, son
al presente muy recomendables los motivos que se consideraron al formar el plan
para comprenderla en la comandancia y nuevo obispado de Sonora, porque entonces
sólo llegaba lo conquistado y reducido hasta la misión de Santa María [de los
Ángeles], situada a corta distancia del golfo interior y cerca del grado
treinta y uno de latitud; pero ahora, [por] la expediciones de mar y tierra
despachadas en el año de 1768, se han extendido las reducciones y la dominación
hasta el puerto de Monterrey, que está en la altura de treinta y siete grados y
en paralelo con la ciudad de Santa Fe del Nuevo México, y siendo de sumo
interés para la religión y la corona la conservación y aumento de aquella feliz
conquista, se hace más preciso el establecimiento de un jefe superior en la
Sonora que auxilie y socorra [a] las Californias siempre que lo necesiten.
CONCLUSIONES
En la colonización de la Nueva California
jugó un papel preponderante la Antigua California de eso no hay duda, esto
debido principalmente al ser la Alta una continuidad natural de la Baja, por la
línea geográfica que las une y que lleva la costa continental en franco ascenso
hacia un vasto norte que contiene magnitudes inmensas, si bien posteriormente la
provincia de Sonora se convirtió en un paso natural de colonos y suministros,
la primera labor realizada por los misioneros, en concordancia con los
militares destacamentados en la península fue la cuestión pionera en el
establecimiento de misiones y poblamientos en la Nueva California. Si bien durante la administración de Neve
ocurre un acontecimiento que resultó trascendental para las misiones de la Alta
California y fue que la provincia queda
bajo la comandancia general de las Provincias Internas, con asiento en Arizpe,
Sonora. Estos acontecimientos se dieron justamente después de 1773 y cuando los
frailes dominicos que tenían bajo su administración las misiones de la Antigua
California comenzaron a escamotear todo tipo de ayuda a los franciscanos en la
Alta, y si bien la ayuda no se detuvo si tuvo una reducción drástica en cuanto
a cantidad. Los franciscanos esperaban algún tipo de alivio de parte de los
envíos de Sonora, aunque matuvieron su incredulidad pues sabían que las
misiones sonorenses, en su mayor parte, ya habían sido secularizadas y el
sistema misional estaba fragmentado en aquella zona, además la comandancia
civil implicaba importantes reducciones a las facultades de los franciscanos a
la Alta Calfornia y el flujo de poblamiento de civiles hacía relegar el
objetivo de la conquista espiritual de los franciscanos, y el cual era
cristianizar a los indios.
El antiguo sistema misional practicado por
los jesuitas ya era inoperante para la época de las reformas borbónicas, y tuvo
su resistencia principalmente en estos funcionarios ilustrados de la Corona
española y de los cuales José de Galvéz podríamos decir que fue su expresión
más ortodoxa. La obsolescencia del sistema misional jesuita se vio reflejada en
las repercusiones administrativas que tuvieron sus negativas a abrir el sistema
misional a las ordenanzas reales y a favorecer solamente una parte de la
conquista, a saber en este caso la espiritual. Haciendo a un lado, o por lo
menos dejando en segundo término la colonización civil que, a fin de cuentas
era el requisito necesario para hacer florecer en los territorios un verdadero
dominio de España sobre ellos. Mientras sólo existieran neófitos o catecúmenos
era muy difícil que la Corona pudiera exigir algún tipo de obediencia y fomento
productivo a personas que ni siquiera entendían que eran parte de un sistema
imperial que debía obediencia y tributo a un rey. Esta ignorancia en que se
mantuvo a los naturales fue otra de las razones que disgustaban de mayor manera
a los reformistas reales.
Esta disparidad entre los objetivos
evangelizadores y terrenales la entendió muy bien y tempranamente Junípero
Serra, quien dejó ir, aunque no sin resistencia y esgrimir razones para
conservar, aquel poder excepcional que habían ejercido los jesuitas en la
California por más de 70 años. Serra entendía que ese tiempo había pasado para
la península de California, por eso ponía sus ojos en una frontera más allá, en
los lugares no conquistados por la misericordia jesuita, en los lugares que no
se había extendido la misión apostólica quizá debido a la inmensidad geográfica
del Desierto Central de la península, quizá debido a la pobreza natural de
recursos de la misma que limitaba cualquier tipo de avance, o quizá a que los
jesuitas aunaron el aislamiento geográfico natural al aislamiento social que
les hacía priorizar los intereses evangelizadores sobre los de conquista y
expansión de nuevos territorios para el reino.
Actualmente, en la revisión historiográfica
que observamos del análisis de este período de última expansión del virreinato
neoespañol hacia el septentrión observamos una tendencia a desacralizar la
historia hasta hoy sostenida de que la ampliación de las conquistas
californianas fue exclusivamente a la voluntad de una orden religiosa, en este
caso la franciscana. Afortunadamente a estudios como los realizados por Altable
y Magaña, vamos girando hacia otra visión interpretativa de la realidad
misional en los confines del reino español en América, confines en cuanto a
temporalidad como en cuanto a espacialidad, pues fueron los últimos años y los
últimos lugares hacia donde se extendieron.
Si bien el éxito colonizar de la Alta
Californiana pudiera ser el único éxito hasta hoy reconocido al proyecto
galveciano para el noroeste del virreinato, no podemos decir tampoco que ésta
se debió en su totalidad al visitador, más bien fue una política de Estado que
llevó la implicación y la ejecución de grandes sectores administrativos dentro
del mismo, como una de las motivaciones más importantes, Altable sostiene que “la
monarquía necesitaba organizar en aquella apartada región del imperio una
estructura de gobierno que le sirviera como instrumento de mando y administración,
así como medio para la aplicación de medidas que estimularan la llegada de
colonos y las actividades productivas capaces de proveer al erario de los
recursos suficientes para sostener dicha estructura operativa.”
También la incipiente estructura militar de
las California, es decir la que se conformó y organizó en los nuevos
territorios conquistados, cumplió su propósito defensivo al persuadir otras
potencias de un avance sobre las tierras septentrionales del reino y, contuvo
de alguna manera, el avance de los indios rebeldes de la zona; pero sobre ese
deber cumplido se superpone el propósito de que esa misma organización militar
hizo que, tomando como base su trabajo pacificador, se pudiera catapultar por
sí misma la colonización civil.
BIBLIOGRAFÍA
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“Francisco Palou había nacido en Palma de Mallorca, en la jurisdicción de la
parroquia de Santa Eulalia, muy cerca
del
convento de San Francisco, el 21 de enero de 1723. Compañero suyo desde la
infancia fue Juan Crespí que, años más tarde, también se haría franciscano e
igualmente vendría a California. Palou y Crespí tendrían siempre a privilegio
haber sido, desde 1740, discípulos de fray Junípero Serra. Hacia 1749,
siguiendo el ejemplo de su maestro, con él marcharon para ir de misioneros a la
Nueva España.” así lo relata Miguel León Portilla en su introducción a la obra
de Palou.
Francisco Palou,
Relación histórica de la vida y
apostólicas tareas del venerable padre Fray Junípero Serra y de las
misiones que fundó en la California
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central de las Californias
(1769-1870), Gobierno
del Estado de Baja California Sur/ISC/El Colegio de
Michoacán/CONACULTA,
La Paz, 2010, p. 165.
Herrera, Op. Cit., 224. Crespí narra la
entrada en San Diego: “Entonces nos contaron como el paquebote San Antonio
alias el príncipe había llegado él primero quien habiéndose hecho a la vela
dede el Cabo de San Lucas y Bahía de San Bernabé de esta península en 15 de
febrero, entró y dio fondo en este puerto día 11 de abril; y, que el San
Carlos, habiendo salido en 10 de enero del puerto de La Paz, había entrado y
dado fondo en este puerto de San Diego día 29 de abril…tiene este puerto
delante al sur las cuatro islas llamadas de los Coronados conforme las ponen
las historias. La entrada de este puerto es de sur a norte, y por los jefes de
los barcos supe que hallaron su boca en la altura del norte de 32 grados y 34
minutos; y como a tres leguas más la norte, en donde se paró el real y se iba
estableciendo la nueva misión, la observamos en la altura de 32 grados y 42
minutos.”
Herrera, Op.
Cit., p. 90. En esa misiva a Palou, el padre Serra afirma de los
territorios nuevos conquistados que
“las misiones en el tramo que
hemos visto, serán todas muy buenas, porque hay buena tierra y buenos aguajes,
y ya no hay por acá ni en mucho trecho atrás piedras ni espinas: cerros sí hay
continuos y altísimos, pero de pura tierra; los caminos tienen de bueno y de
malo y más de este segundo, pero no cosa mayor; desde medio camino o antes,
empiezan a estar todos los arroyos y valles hechos unas alamedas…en fin, es
buena y muy distinta tierra de las de esa antigua California”.
“El 23 de
octubre de 1775 De Anza salió de Horcacitas otra vez hacia la Nueva California,
al frente de 24 personas, entre soldados, colonos, vaqueros más una gran
cantidad de ganado…José Joaquín Moraga salió de Monterrey con las familias de
soldados-colonos, acompañados de los padres Palou y Cambón a fundar el presidio
y misiones ordenadas, llegando el 27 de junio de 1776. Según Champan, el
presidio de San Francisco, California, fue dedicado formalmente el día 17 de
septiembre de ese mismo año y la misión del mismo nombre fue fundada
solemnemente el 9 de octubre” Herrera, Op.
Cit.. p. 144.
Si bien se
puede decir que es ambiguo pensar en que la conquista alta californiana se
debió exclusivamente o a la acción de los misioneros o a la acción de los militares;
esto debido a la ambigüedad, pero sobre todo a los intereses de uno y otro
grupo, que si bien a veces ambos objetivos no son concordantes, en gran parte
se fundieron, supeditando todo al objetivo principal del avance rápido que se
pretendía. Podemos ver por ejemplo que, en Sonora a la vez que se secularizaban
misiones, se erigían otras, con la firma convicción de crear una ruta de
comunicación permanente y segura con la Alta California, Altable menciona que “
este propio objeto de que las Californias se comuniquen con el continente por
la provincia de Sonora será también de mucha consecuencia y utilidad la
erección de cinco misiones nuevas, que se han de establecer sobre los ríos Gila
y Colorado, a instancia de las naciones de indios pacíficos que pueblan sus
orillas, pue así quedará el paso libre por tierra a la California del norte y
llegarán a unirse sus reducciones con las de Sonora, cuyo logro se ha
recomendado en todos tiempos.” En Altable Francisco, Testimonios Californianos… p. 303.