LA MAREJADA DENTRO DE LA CABEZA DE
FERNANDO JORDÁN
Por Luis Domínguez Bareño
Cronista Municipal de La Paz
Lo
que sigue, la aventura misma, no presenta problema ni dificultad alguna.
Es
cuestión de navegar, de ir adelante, nada más. De avanzar,
sea con el viento por la popa o con el viento
por la proa.
Es
cuestión de llegar o de no llegar. De naufragar o de encallar. De triunfar o de
fracasar.
Pero
eso, en realidad, no es problema; es simple cuestión de azar.
.
Fernando
Jordán
El 14 de mayo de 1956 Fernando Jordán daba
por terminada su navegación en este mundo, como lanzar un ancla fue el apuntar
una pistola hacia su cabeza, con ese último acto fondeaba ante toda la mar
picada de su imaginación, arribando a la última escala de todo derrotero
humano: la muerte. Fue la misma
imaginación embravecida la que lo llevó a emocionarse, a correr, saltar, reír,
sufrir, admirar, nadar, volar, pero sobre todo escribir sobre la península que
bien supo sobretodo amar durante los casi 8 años de viajes en que la recorrió
de punta a punta. Con una narrativa insuperable, supo descubrirle al país ese “Otro México”; su obsesión fue hacerle
ver a los compatriotas que, cruzando el Mar Roxo de Cortés, existe este mundo
californiano, que es sorprendentemente mexicano pero diferente, no igual al
resto del país; para Jordán era una gran cuita pendiente el desconocimiento que
se tenía de la Baja California en la República mexicana, mayor era la tragedia
cuando percibía que existía más información en inglés que en español sobre la
península bajacaliforniana. Se le subió la marea hasta reventar las olas en su
inquietud y llenar ese hueco se convirtió para él en su asunto, en su
obligación. Se prometió poner manos a la obra para que México conociera, ya en
las alturas de la medianía del siglo XX, a su otro yo, su otro México. Entonces
había que tratar de llevárselo a presentar a los compatriotas.
Pero primero Jordán tuvo que hacer el
recorrido y vivir la experiencia “otromexicana” en carne propia, pues si no, no
hay narración: ese fue el viaje que se publicó bajo el nombre de “El Otro México”, el libro que en vida
vio editado Jordán y que tanto renombre y prestigio le dio a su pluma y, en la
contra parte, la península bajacaliforniana recibió también lo suyo, poniéndose
su belleza en el imaginario nacional, dándose a conocer en nuestra idioma tal
como Jordán se lo propuso. Y sin embargo el mayor impacto de las letras de
Jordán cimbraron de manera más estrepitosa no en lo internacional, no en lo
nacional que era su misión, sino donde él menos esperaba fecundar: en la propia
tierra peninsular, donde fue conocido él, y los que le seguían la cura en sus
planes y aventuras, como “los locos de la costa”. La obra jordaniana vino a
quebrar en dos la historia de las letras californianas y caló hondo en la auto representación
que tienen los habitantes de la península sobre sí mismos y su entorno, es como
si nos hubieran colocado un espejo enfrente de nosotros, donde pudimos vernos
reflejados en todas nuestras virtudes y nuestros defectos; aún hoy en día por
estas tierras, leer a Jordán significa encontrarnos a nosotros mismos,
entendernos en un espacio geográfico específico que sigue condicionando nuestra
forma de ser. Lo queramos o no, también pertenecemos al curado grupo de los “locos
de la costa” y del desierto.
Para recordar estos 60 años de la muerte de
Fernando Jordán se me hace preciso el hablar de otro de sus grandes obras sobre
nuestra tierra, su “otra obra”, me refiero a “Mar Roxo de Cortés: biografía de un Golfo”; este otro libro de
Jordán no vio la luz en vida del autor, pasaron muchos años hasta que, en 1995,
fue por fin editado y conocido por el gran público.
Mar
Roxo de Cortés es el complemento marítimo de El Otro México, si la península ya había sido narrada por tierra
ahora quedaba el mar como una rica veta donde extraer el mineral precioso de
sus historias, de las que ya existen y de las que se puedan construir, en eso
Jordán no desesperaba, sabía perfectamente que lo incógnito de la península
estaba justificado en esa falta de acercamiento narrativo, que había más
potencia que acto en estas tierras misteriosas, entonces era cuestión de echar
el bote al agua para emprender el viaje rumbo a la historia escondida, en una
suerte de entrevista donde la península se contaría a sí misma su historia a
través de la geografía de su costa.
Jordán planeaba recorrer más de siete mil
kilómetros de costa, su salida de La Paz era hacía el norte por la línea marítima de la
península para llegar a la desembocadura
del Río Colarado, de ahí pasarían a las costas sonorenses y sinaloenses
llegando a Mazatlán, Sinaloa. Para la siguiente etapa pretendía encontrar
puerto en Acapulco, de ahí aún quedaría un trecho para finalizar su aventura en
Puerto San Benito, en el estado de Chiapas y ya muy cerca de la frontera con
Guatemala. Como el recorrido entre Mazatlán y Puerto Vallarta implicaba una
llegada a las Islas Marías, Jordán no descartaba poder escurrirse navegando
hasta las islas Revillagigedo y recorrerlas, acto seguido regresar al macizo
continental vía Manzanillo.
Muy
posiblemente dicho trayecto pudiera haberse cumplido si Jordán optase por
realizarlo embarcado en uno de esos yates modernos, espaciosos, cómodos, con
potentes motores de gasolina y capacidad de almacenar mucha agua y bastimento.
Pero Jordán escogió un ridículo y viejo barquito de cuatro metros de largo por
uno y medio de ancho, el cual utilizaba una vela para desplazar su raquítica
capacidad de carga. Jordán pensaba construir un barco más grande en el
astillero de los Abaroa pero por el retraso en la llegada de la madera pedida
en el norte tuvo que buscar alternativas. Utilizaba un barquito para entrenar
que le rentaba por dos pesos diarios don José Petit, en dicho bote Jordán
practicaba sus nuevas artes de navegación yendo desde el Hotel Perla hasta Pichilingue
y de vuelta. Un día, desesperado porque no podía comenzar su viaje en las
fechas de marzo que amainan los vientos fríos del norte que bajan por el golfo
californiano, se le ocurrió que en ese bote de entrenamiento podría realizar su
ansiado viaje; así que siguió de largo su recorrido de entrenamiento hasta el
varadero y consultando con don José Abaroa le propuso arreglarlo para realizar
el viaje. Jordán le dio 600 pesos al capitán Petit por su barquito y le
prometió que, si llegaba bien al final del viaje, haría lo imposible por
devolvérselo.
Acto seguido bautizo su particularísima nave como Urano: nombre del séptimo planeta del
sistema solar, padre de los océanos y padre de Poseidón, según menciona Jordán.
Pasaba las noches pensando, alucinando en tierra los miedos del próximo enredo
de improvisar la profesión de marinero, cavilando cómo sería el asunto aquel de
recorrer las aguas, la soledad en las tardes paceñas lo hacían meditar a veces
en vano, o a veces escribiendo cosas extrañas, que lo hace confesar cosas tales
como que: “Durante los últimos días, casi siempre de madrugada,
me saca del sueño un ruido sordo y acompasado: el golpear de la marejada, el
empuje rudo del mar contra el costado de mi bote. Abro los ojos, y mientras
vuelvo a la realidad, el oleaje sigue abofeteándome el oído, isócrono y pesado.
Me digo: Hay mar gruesa y se me ocurre que debo asomarme para dar una ojeada al
mar. Pero en cuanto despego la cabeza de la almohada del eco se apaga y todo
queda en silencio: el mar y mi cabeza. Y como siento con mis manos el colchón,
la almohada y las frazadas, no tardo en darme cuenta de que no estoy a bordo,
puesto que en la pequeña litera de mi bote no puede haber colchón, ni almohada
ni frazadas. ¿Entonces…? La marejada la tengo dentro de la cabeza. La forman la
imaginación, los nervios y las palpitaciones cardiacas.”
Ya teniendo el bote en reparación y
adecuaciones en La Paz, se pasaba al asunto de juntar el equipo y materiales
necesarios para emprender el viaje, Jordán pensó que necesitaría doce mil pesos
para cubrir ese frente y con esa idea viajó a Ensenada. Aquí el Otro México
ayudó bastante, el libro estaba en imprenta para una nueva edición pues se
vendía muy bien, entonces Jordán pensó hacer una edición especial, con cubierta
de piel y papel fino. Vendiéndolos a cien pesos juntaría una parte del dinero
necesario, la otra parte la cubrió Regino Hernández Llergo director de la
revista Impacto donde se publicaban las crónicas de los viajes de Jordán. Por
fin logra apertrecharse de lo necesario para el viaje: motor, refacciones,
libros sobre el Mar Roxo de Cortés, salvavidas, equipo de señales, bolsas,
equipo de pesca, rifle, tienda de campaña, sleeping,
cantimploras, botellas de whisky (pa´los sustos), cámara y rollos, estufa de petróleo,
machete, botiquín, thermos, equipo de
meteorología donado por el subsecretario de Marina Alberto J. Pawling, comida,
una armónica y Marina, una muñeca que
le daba el toque femenino tan ausente y necesario en una aventura de marinos.
Del otro tripulante aparte de Marina, aún había dudas. Un pintor
bohemio gringo que había llegado a La Paz, de nombre Sylvestre Kena, había
estado insistente durante meses en ser el otro a bordo en el Urano, pero de último momento se rajó.
Por fin un joven ingeniero vendría de la Ciudad de México para convertirse en
el tercero a bordo, era José Héctor Salgado
Stapachin, apodado El Pilo. Ya
es mayo y por fin está todo listo, sólo faltan los últimos retoques al Urano y
Jordán surcará las aguas de la bahía paceña para desentrañarnos su biografía
geográfica, o describirnos su geografía biográfica. Aún no parte y Jordán ya se
muestra cansado, ha luchado los últimos meses contra la incomprensión y la
burla, la falta de cooperación y la escasez de recursos. Lo cierto es que los
paceños se mantienen a la expectativa, el mayor apoyo al viaje de algunos fue
apostar que Jordán llegaría lejos, la mayoría apostaba que no llegaría ni “al
Mechudo”, para otros sería un milagro que alguien que no sea marinero logre
siquiera salir de la ensenada paceña. Jordán dejaba atrás toda la hiel y los
corajes, su corazón sólo pensaba que “adelante
está el mar, en el mar unas islas desconocidas, inéditas…entre el mar y las
islas la búsqueda de un ideal, la satisfacción de un viejo anhelo, la realización
de una aventura que tiene una finalidad precisa…”
Y así fue, Jordán y su tripulación (Héctor
y Marina) salieron del muelle de
pescadores de La Paz a las 10:50 de la mañana del día 16 de mayo de 1951, los
Carrillo, los Forcada, doña Celsa Pereda, Nancy Wright y algunos más de sus
mejores amigos lo despedían desde tierra, mientras Atilio César “el che” Abente
surcaba en su avión el cielo de la ensenada paceña en señal de despedida y
deseando buen viaje al amigo. Del libro y las aventuras del viaje no
hablaremos, mejor dejamos que cada curioso lector se regocije con las más de
300 páginas en que Jordán cuenta la biografía de nuestro Golfo, del cual orgullosamente afirma:
Este
viaje es el primero que me hace sentirme hombre y no una hormiga. Es la gran
satisfacción de este crucero por el Mar Roxo de Cortés. Es la gran alegría de
un viaje que de buena gana deseo para todo aquel que quiera sentirse, una sola
vez, independiente y fuerte, libre y señor de su propia vida y de sus propias
esperanzas.
Fuente de citas e imágenes:
Fernando Jordán Juárez, Mar Roxo del Cortés: biografía de un golfo, IIH-UABC, Baja California, 1995.