domingo, 20 de marzo de 2016

EL MALECÓN Y EL SONIDO DE LA NATURALEZA


    El pasado sábado 12 de marzo se llevó a cabo el Triatlón de La Paz, una competencia deportiva que dio realce a la ciudad y que permitió a la misma exhibir sus bellezas a los cientos de competidores que llegaron de otras latitudes, tanto del país como del extranjero.

   Dicha competencia necesitó que el Malecón de la ciudad fuera cerrado completamente al tránsito de vehículos durante varias horas, prácticamente la mayor parte de ese sábado. La reacción de la naturaleza fue implacable al manifestarse en plenitud. El nulo paso de los vehículos motorizados interrumpió el cotidiano espanto social que dispersa a la naturaleza, que la pone en retirada. Aún cuando cese la obra humana, la naturaleza siempre seguirá su marcha. Cuando el hombre se ausenta, las demás especies retoman lo que siempre les ha pertenecido. Es así que los pelícanos, gaviotas y hasta una garza no sólo se apropiaron de el promontorio de rocas en el agua, sino que también eran amos y señores de una extensa franja arenosa de playa, sin ningún temor a esas naves de acero que circulan a grandes velocidades por la plancha de concreto.

   Fue al bajar por la calle Manuel Torre Iglesias que me topé con este digno espectáculo, tan poco común ya en nuestro Malecón. No solamente yo observaba y grababa emocionado, también turistas y extranjeros acompasaban mi asombro también valiéndose de sus aparatos tecnológicos para llevarse un testimonio de esta asombrosa calma. Y no es para menos, el sonido es como para tenerlo de fondo en un momento de descanso, y aunque no lo sepamos, es algo que naturalmente existe enfrente de nuestra bahía; el viento del norte agitando las aguas y el barullo de las aves contradecían la tesis del poeta choyero aquel, quien aseguraba que "el mar es el silencio que hace Dios para no pensar en la tierra", más bien, ese día el silencio de la tierra hizo a Dios pensar en el mar. Esta maravilla de retorno de la naturaleza me recuerda que, hace pocos meses, contemplamos como algunas tortugas ocupaban la arena maleconera para depositar sus huevos y también últimamente he observado que el manglar se está regenerando en la playa, a la altura del Hotel Los Arcos.

    Como paceños debemos empezar a preocuparnos de estas manifestaciones de la naturaleza, retomar buenas costumbres y conservar lo que la mano de algún ser divino se aferra a ofrecernos, pues es claro que el Malecón puede volver a ser originador de estas y muchas más maravillas naturales. Tal vez va siendo hora de replantearnos el uso que le daremos a esta zona de nuestra ciudad, si queremos que el abominable flujo de los automotores siga colonizando estérilmente con aceite, gasolina y ruido nuestra ventana al mar, o reglamentaremos y acondicionaremos ese espacio para que vuelva a ser depositario de la vida y su espléndidamente afinada fauna y flora, para que continuemos siendo privilegiados testigos de esa divina y envidiable acústica. Aún estamos a tiempo.










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